Por Jon Pagola
Es domingo 26 de julio. Son más de las 9 de la noche. Fuera del ¡Be! Club, en un extremo de la Parte Vieja, la gente está amontonada alrededor de las mesas de la terraza. Charlan distendidamente. El río divide la ciudad en dos. Las carpas del Festival de Jazz están justo enfrente. Corre una agradable brisa. Una cola de gente se estira como un perro salchicha para entrar al segundo pase. Un debut por partida doble. Ir al blog
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