En el año 2002 el cine de acción cambió para siempre. ‘El caso Bourne’ demostró que los espías con licencia para matar podían ser algo más que personajes apolillados anclados en una era que ya no existía, y que, más allá de tres frases ingeniosas y un gran despliegue de fuegos artificiales, explosiones y chicas despampanantes, podían ser personas de carne y hueso que sentían, que sufrían. Su continuación dos años después, ‘El mito de Bourne’, no sólo confirmó todo esto, sino que también revolucionó la forma de filmar (y montar tanto visual como sonoramente) las escenas de lucha y persecuciones, fruto de la maestría de Paul Greengrass y, especialmente, de un Matt Damon, que siguió haciendo crecer un personaje creado por el escritor Robert Ludlum, casualmente, con las mismas iniciales que James Bond.
Bourne ‘desarmó’ en taquilla a Bond, que en aquel año 2002 presentó una más que floja ‘Muere otro día’ con Pierce Brosnan en el papel 007. Sería la última película de éste al servicio de su majestad.
Cuando se anunció que su sustituto sería Craig, Daniel Craig, fans de la saga, cinéfilos, el cine y el mundo en general se echaron las manos a la cabeza. Cinco películas después, ‘Sin tiempo para morir’ es su despedida de un personaje al que, sin duda, ha aportado en este tiempo credibilidad, complejidad, emoción, sentimiento, alma… y todo ello sin dejar de ser ese insolente espía ‘enemigo’ de la disciplina de bragueta inquieta que creó en origen Ian Fleming.
Y a ello ha contribuido mucho también el buen hacer de Cary Joji Fukunaga tras la cámara. Sus 165 minutos de metraje realmente se pasan volando gracias a una más que eficaz dirección. Quizá no tan marcada, profunda y estilosa como la que Sam Mendes imprimió a las dos anteriores entregas (el plano secuencia con el que empieza ‘Spectre’ es de lo mejor del cine de los últimos años), pero sí igualmente entregada a un mismo objetivo: hacer que el público disfrute. Porque ‘Sin tiempo para morir’ es eso, cine de entretenimiento, pero hecho con muchísima calidad y con una absoluta fidelidad a la propia ‘mitología’ de la saga: malos malísimos pero con un ‘puntito’, viajes que recorren el mundo de punta a punta a los lugares más bellos y exóticos, centros ilegales camuflados en islas, los ‘gadchets’ ideados por Q, el Aston Martin; el cóctel agitado, no mezclado… Así, esta nueva entrega de Bond nos deja momentos memorables como esa misión en Cuba en la que recibe la ayuda de una nerviosa, ¿inexperta?, burbujeante, inteligente, sexy y carismática Paloma (Ana de Armas), una agente que, de nuevo, vuelve a poner patas arriba el rol más que tópico de la ‘chica Bond’.
Sin duda con el vestido más increíblemente glamuroso de toda la saga y la más que evidente huella de Phoebe Waller-Brigde (‘Fleabag’) como coguionista de esta secuencia y sus diálogos, sus cerca de 10 minutos de duración son todo un festival en el que Daniel Craig se encuentra tan cómodo que hasta se permite llevarla a cotas de alta comedia. El breve instante para brindar con Ana de Armas entre disparos y puñetazos varios, así como el comentario sobre lo bien que ésta parece haber aprovechado su adiestramiento de apenas tres semanas son, sin duda, de los momentos más dinámicos y divertidos del filme y los que preparan a Bond para su verdadero conflicto en ‘Sin tiempo para morir’.
Como ya venía haciendo desde ‘Skyfall’, 007 debe curar heridas, enfrentarse a su pasado (la traición de Vesper Lynd en ‘Casino Royale’), y también a un presente en el que, tras su retiro en su adorada Jamaica, el MI6 ha tardado poco en encontrar un sustituto, Nomi (Lashana Lynch), y en el que tampoco parece librarse nunca de su peor enemigo: Stavro Blofeld, el jefe de Spectra (grandioso Christoph Waltz que sólo necesita cinco minutos y un único ojo para eclipsar al auténtico malo de esta entrega, Rami Malek).
Tenemos todo el tiempo del mundo para seguir disfrutando de James Bond, pero sin él no va a ser lo mismo. ¡Vuelve!
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