Una delicada lluvia de hojas teñidas de mil tonos de ocres, rojos, naranjas o amarillos, caía dulcemente, acariciando al caminante. Esa era una de las sensaciones más hermosas, que el otoño le reglaba, le encantaba dejarse mecer por las hojas traídas por el viento.
Su paso era lento, no había lugar para la prisa en aquel amanecer de octubre. Las nubes corrían desbocadas en el cielo, sin un rumbo fijo, como poseídas por una sinrazón, tal vez, pensó el caminante, fuera ese viento del sur que enloquece a todo lo que toca. Ir al blog
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