(EFE). «Nada volverá a ser igual», reconoce la joven ucraniana Viktoriia Nechyporuk, quien ha pasado de ser una niña de Chernóbil a desplazada de guerra acogida en San Sebastián, donde descansa en la misma familia que la cuidó todos los veranos y en la que ha podido hilvanar sus sueños y emprender una nueva vida.
Esta conexión con Euskadi fue clave para que Vika pudiera salir de Ucrania en uno de los autobuses fletados por la asociación Chernóbil Elkartea, dos meses después de que comenzara la invasión rusa que le separó de sus padres cuando aún era menor de edad.
Recuerda los «nervios» de aquellos días, el ruido de las sirenas, las horas en el refugio de su casa, la falta de luz y cobertura, y el asedio ruso que le impidió salir en un primer momento de su pueblo, Ivankiv, ubicado a unos 50 kilómetros de la central de Chernóbil.
Cinco horas de luz
Vika consiguió cruzar en coche la frontera de Polonia, junto a algunos allegados, y embarcar, por fin, en el autobús que el 19 de abril de 2022 le trajo de vuelta a su nueva vida, en el barrio donostiarra de Añorga Txiki, donde la esperaba su «otra familia».
En estos diez meses en San Sebastián, Vika ha cumplido 18 años, ha sido capaz de perfeccionar su castellano y de aprender euskera, además de convalidar sus estudios de bachillerato con el objetivo de iniciar cuanto antes un grado superior en educación infantil.
Esta joven, obligada a crecer de golpe, se siente «afortunada» y tiene claro que quiere quedarse aquí, en San Sebastián, donde vive con sus «otros padres», a los que llama «ama y aita», acude a la escuela oficial de idiomas, se ha hecho su propia «cuadrilla» y tiene la «suerte» de tener a su hermana mayor, con su hijo, viviendo en Irun.
No obstante, la mirada de Viktoriia Nechyporuk sigue puesta en Ucrania, donde espera noticias diarias de sus padres y sus abuelos nonagenarios, que la echan de menos y le dicen que «todo está bien», aunque últimamente los misiles «vuelan más bajo» y hay días que tienen «pocas horas» de luz. «Cinco horas ya es mucho», remarca.
En esos momentos su madre, que es profesora, no puede dar sus clases on line, que se interrumpen en el país cuando suenan las sirenas antiaéreas que obligan a la población a ponerse a salvo ante posibles bombardeos en un crudo invierno a doce grados bajo cero.
Su padre, vigilante de coches, continúa con su trabajo en Ucrania sin la posibilidad de salir del país, algo que sí pudo hacer su madre las pasadas Navidades, cuando viajó a San Sebastián para abrazar a sus hijas y su nieto, trayecto que sueña con repetir el próximo verano.
Vika reconoce que la guerra «rompió sus planes» de vida y «se llevó cosas» por delante como sus estudios de bachiller o sus clases de inglés y matemáticas, pero repite que «es lo que toca» y que hay que seguir adelante. «Ahora está todo bien», reitera convencida.
Cuadrilla en Donostia
Recuerda que sus primeros días en San Sebastián le costaba conciliar el sueño, se asustaba si algún avión sobrevolaba a baja altura y echaba de menos su «rutina» en Ucrania pero insiste en que, transcurrido casi un año de su nueva vida, ya ha encontrado su sitio.
«La gente es muy alegre. Cuando te saludan, sonríen», asegura Vika, como todos le llaman en el barrio donde vive, donde le reclaman a cada paso y tiene su propia «cuadrilla» con la que se comunica en euskera, al tiempo que mantiene el contacto con otros chavales ucranianos refugiados en Gipuzkoa a los que trata de ayudar haciendo, por ejemplo, de intérprete en consultas médicas.
Viktoriia Nechyporuk reconoce que no sabe cuándo podrá volver a su país a visitar a los suyos, aunque confía en que sea cuanto antes, cuando termine la guerra, ojalá «este mismo año».
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