Que el brutalismo cada vez goza de mayor prestigio se evidenció un día de octubre de 2018 en la guardería María del Pilar Izquierdo de Trintxerpe. Las 12 monjas del centro, pertenecientes a la congregación religiosa Obra Misionera de Jesús y María, acogieron un solemne acto que culminó con la colocación de una sobria placa de la fundación Docomomo en la puerta del edificio. La organización, que tiene el objetivo de “inventariar, divulgar y proteger” el patrimonio de la arquitectura moderna, reconocía de esta manera el valor de este curioso inmueble que levantó el arquitecto José María Yturriaga Dou en 1970, 10 años después de haberse colocado la primera piedra.
Delante del edificio principal, una extensa planta rebosante de luminosidad, la hermana María Luz atiende a un fontanero que sale de su furgoneta. Se dispone a cortar una “pequeña fuga de agua”, explica la religiosa en un agradable espacio ajardinado.
A continuación cruzan la pasarela y ambos desaparecen en el interior de un edificio que, en cierta forma, recuerda a un escenario de una película del finlandés Aki Kaurismaki. No solo tiene una clara sensibilidad estética brutalista, sino que todo está perfectamente estudiado en este centro educativo que, a día de hoy, solo cuenta con una veintena de niños en sus aulas.
“La forma alargada del edificio permite que todas sus estancias sean exteriores, lo que favorece la ventilación. Se tiene muy presente el aspecto exterior y el jardín que rodea el edificio, ya que será el espacio de relación de los niños”, se lee en un extracto de la memoria de la fundación Docomomo sobre la guardería.
En un momento en el que la arquitectura brutalista cuenta al fin con el visto bueno del público, estos “amados monstruos de hormigón”, tal y como lo define el proyecto SOS Brutalism, no están pasando por su mejor momento de conservación y mantenimiento.
Pese a la vocación y el esfuerzo de estas monjas, el deterioro de la guardería, ubicada en la plaza de Nuestra señora del Carmen, es evidente. El adosado compuesto por dos bloques alargados que en su día funcionó como clínica infantil está visiblemente desgastado. Una sombra gris cubre la capilla cilíndrica, que se extiende como una mancha de aceite por su pared. Con los recursos económicos limitados por la “crisis de natalidad”, poco pueden hacer.
“No es una época de grandes dispendios”, reconoce Mari Luz, por lo que están abocadas a centrarse en las tareas de rehabilitación más urgentes como pintar la verja de la entrada principal o terminar de una vez por todas con unas goteras intermitentes. “Nos dedicamos a parchear, a pequeñas cosas del día a día”, resume. “Con tan pocos niños no nos da para mantener el edificio como nos gustaría. Hemos llegado a tener 150 y con lista de espera”, se lamenta.
Con el objetivo de obtener liquidez y poder acometer las reformas necesarias, el año pasado trataron de arrendar una parte del adosado donde, en su planta superior, duermen las 12 monjas del centro. “El resto está vacío y contactamos con una agencia para que pudiera darle alguna salida” a modo de “almacén” o, incluso, “oficinas”, explica María Luz.
Mientras el brutalismo goza de buena salud, la guardería María del Pilar Izquierdo sobrevive como puede.
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