Hay películas que lo tienen todo en contra, como ‘West side story’, versión 2021. Por ser un ‘remake’ del que se considera un clásico del género (dirigido por Robert Wise y Jerome Robbins en 1961); por durar más (en concreto,156 minutos) de lo que se supone es el metraje estándar de una película (120); por ser un género (el musical) que ya no está de moda y que predispone en contra a una gran parte del público. Pero también porque su director, Steven Spielberg, es, en sí mismo, una leyenda del cine y haga lo que haga, para un cierto sector de los espectadores, nunca estará ya a la altura de su brillante trayectoria cinematográfica. Incluso el experto en estadística más optimista del mundo podría haber augurado que ‘West side story’ (la nueva) sería un fracaso de taquilla. Y así fue. Una pena.
Sorprendió que un director mítico quisiera versionar una película musical que para muchos no necesitaba ninguna revisitación. Pero cuando se contempla sorprende justo lo contrario: que haya tardado tanto tiempo en decidirse a hacerlo. Porque está claro que es un filme (re)hecho desde el cariño y la admiración, desde esa perspectiva de chico prodigio (pese a sus 75 años, muchos le siguen considerando así) que sigue emocionándose con ese rectángulo de luz que es en realidad el cine. No es difícil imaginar a Steven, al adolescente sentado en la butaca de un cine, contemplando y disfrutando del filme de Wise y Robbins, quizá, incluso, cantando en su cabeza: “Hay un lugar para nosotros… Algún día…” a ritmo de ‘Somewhere’, la canción más hermosa de ‘West side story’.
Comparar ambas películas, la original (hoy un tanto acartonada y empalagosa para el gusto actual) y el ‘remake’ de Spielberg, más diverso en todos los sentidos (lingüística, actoral y culturalmente, sobre todo), es entrar en una discusión estéril. Aunque argumentalmente son películas idénticas y compartan, además, puntos de partida similares en algunas escenas, no tienen nada que ver en su planteamiento e incluso en su alcance. En el caso de Spielberg (algo que caracteriza todo su cine en realidad), prevalece una puesta en escena más ambiciosa en lo visual. No hay que pensar mucho para recordar algunas de sus secuencias más icónicas en filmes como ‘Tiburón’, ‘Encuentros en la tercera fase’, ‘En busca del arca perdida’, ‘E.T.’ ‘El color púrpura’, ‘La lista de Schindler’, ‘Parque jurásico’, ‘Salvad al soldado Ryan’, ‘Minority report’, ‘Los archivos del Pentágono’… Spielberg tiene la facultad de evocar en unas pocas imágenes toda una amalgama de sentimientos y emociones, a veces con algo tan básico como un juego de sombras y un certero movimiento de cámara.
En ‘West side story’ el ritmo musical de la (increíble) partitura de Leonard Bernstein tiene su correspondencia con un ritmo visual que es parte de la propia coreografía del filme y se extiende, incluso, a la paleta de colores de decorados (magníficos) y vestuario (acertadísimo). Destaca el uso de los reflejos, desde el abrillantado de los suelos a la imagen que devuelve el retrovisor de un coche estacionado en la calle y, sobre todo, esas alargadas sombras cenitales que preludian la gran pelea de los Jets y los Sharks en el antiguo depósito de sal.
Nadie podrá poner en duda los primeros 10 minutos del ‘West side story’ original, pero, al margen de la brillantísima coreografía de Jerome Robbins, el filme de 1961 muestra un cierto convencionalismo cinematográfico. En Spielberg no sólo los miembros de las comunidad puertorriqueña y de la banda de los Sharks demuestran su innegable ritmo para el ‘Mambo’. La cámara de Spielberg los acompaña en su baile, de la misma forma que escala y salta intrépidamente con los Jets cualquier valla que se presente en el camino.
En este ‘remake’ hay fuerza, pasión y un absoluto dominio de la gramática cinematográfica, desde el lenguaje de los planos a un montaje sobresaliente.
Pero, sin duda, uno de los mejores aciertos es dotar de naturalidad a los números musicales, apoyar las coreografías en la cotidianeidad (como en el dinámico tema ‘América’) y quitar, desde la sencillez y el menos es más, ese cierto engolamiento que presenta la interpretación de temas como ‘Tonight’ en la película original de 1961.
Las películas de Spielberg siempre tiene un mensaje y en muchas de sus escenas una profundidad que va más allá del propio diálogo. Siempre hay una idea, una metáfora. Por eso no parece casual que el filme comience con las imágenes de un barrio (el de la comunidad puertorriqueña) en proceso de destrucción y gentrificación y concluya con un séquito fúnebre en el que la dignidad de los que lo han perdido todo queda muy por encima del odio.
Reparto maravilloso en el que sobresale Ariane DeBose (merecidísimo Premio Óscar) dando vida a Anita, pero quizá lo más hermoso de la película ese ‘crossover’ entre los dos ‘West side story’ de la mano de Rita Moreno, que interpreta dos papeles diferentes en ambas versiones: Anita, en la de Robert Wise y Jerome Robbins, y Valentina, la propietaria de la tienda en la que trabaja Tony, en la de Spielberg. Ella es, a diferencia del filme original, la que canta en la última versión ‘Somewhere’, convertido aquí en un bonito alegato contra el racismo, la persecución y la violencia.
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