Tres jóvenes que rondan los 20 años enfilan las escaleras de salida de la zona de recreo exterior del polideportivo de Altza. Es martes. El cielo está cubierto de nubes y la temperatura, al fin, es agradable. Típico verano donostiarra. El primer día gris tras una dura y persistente ola de calor no ha terminado con el furor: la piscina al aire libre, una zona de chorros de agua y un hermoso césped se han convertido en la nueva sensación del moderno polideportivo del barrio. Un contador electrónico a tiempo real señala que la ocupación es de 43% a las seis y media de la tarde; 219 personas de un aforo total de 500. No está nada mal para una jornada plomiza.
Cuando Oihane, Ane y Nagore abandonen definitivamente las instalaciones quedarán 216 usuarios en el recinto. La escena es la siguiente: los adultos ocupan las hamacas sobre un solárium impoluto, los adolescentes acaparan la piscina y los más pequeños se divierten con los juegos de agua. Desde que la nueva instalación abrió sus puertas el pasado jueves 14 de julio, las tres chicas no han perdonado un solo día. Por “la novedad” y porque así pueden compaginar el “gimnasio con la piscina”, coinciden. Qué mejor plan que pasar el verano pegándose un chapuzón al lado de casa.
Todos o casi todos son vecinos de Altza. Y todos o casi todos los consultados dicen lo mismo en su breve encuentro con el periodista: “La piscina ha quedado pequeña”, “la podían haber hecho más grande, “había espacio de sobra para ampliar la piscina”, son las frases más repetidas. Hugo Sánchez, un padre de familia de 41 años, dice que el tamaño de la alberca es la “comidilla” de este barrio con alma de pueblo donde viven 20.000 habitantes. Se detiene un instante antes de marcharse a casa con sus dos niños y señala la zona donde en teoría iría el bar, actualmente en desuso.
No hay un metro de sombra. Hace falta tiempo para que las decenas de árboles que se han plantado crezcan en un diáfano espacio verde de 3.000 metros cuadrados. Una cuadrilla de “cuarenta y tantos” conversa distendidamente tumbados en las hamacas azules. Se repite la tesis general: “El césped está muy bien, pero la piscina es demasiado pequeña”. Izaskun Iñarra, de 22 años, ejerce de socorrista en el turno de tarde, que finaliza a las 20 horas. Su labor, básicamente, es que el ambiente de la piscina no se desmadre más de la cuenta. ¿Cómo va el día? “No ha habido grandes problemas, algún golpe en la cabeza y poco más”, asegura.
Varios adolescentes realizan movimientos acrobáticos como en una piscina de circo. Salpican al saltar. Se lo pasan bomba. El vaso o estructura de la alberca cuenta con dos zonas semicirculares de distinto diámetro que, en total, no deben medir más de 25 metros de longitud. El agua está templada, ideal para un refrescante baño. Hoy no hay problemas con el aforo, con una capacidad para 104 personas. El día anterior, en plena ola de calor, no había sitio para todo el mundo y muchos tuvieron que desplazarse hasta las aguas climatizadas del interior. En los días en los que el sol apriete no va a quedar otro remedio que bañarse en una piscina… y en otra.
A falta de diez minutos para el cierre, la socorrista avisa de que ya va siendo hora de salir del agua. A un joven le da tiempo de bucear de una punta a otra ante la mirada de sus amigos. Como Burt Lancaster en la película ‘El Nadador’. Alcanza su destino, saca la cabeza y resopla. Misión conseguida. A las 19:55 quedan cuatro o cinco personas. A las 20 horas ya no hay nadie. En la entrada principal calculan que unas 1.500 personas habrán accedido al polideportivo a lo largo del día. Muchas de ellas han pasado en algún momento por la piscina al aire libre, en el punto de mira de un barrio entero. Más información sobre el polideportivo de Altza.
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