El caminante marchaba pausadamente por la sucesión de bellas y dulces praderas de altura que aquella mágica sierra le regalaba.
Marchaba, disfrutando de cada paso que sus viejas botas daban sobre la mullida hierba de verde intenso.
Marchaba imbuido en sus pensamientos, ésos que tan solo determinados lugares especiales, son capaces de hacer florecer. Caminando por aquellos parajes, todo se veía de una perspectiva diferente, todo adquiría otra dimensión.
Marchaba por uno de esos caminos que poseen otra traza, diferente a cualquier otro camino de cualquier otra montaña de cualquier cordillera del mundo en la que había marchado, era un camino conocido, querido, íntimo.
Si, creo que todos tenemos en nuestro particular universo montañero, caminos de traza distinta, especial, parajes de dimensión diferente, son lugares en los que casi caminamos por el recuerdo. Caminamos con las personas con las que hemos compartido ese lugar, esa vereda, valle, bosque, …. lo que sea. Sitios que, de alguna misteriosa manera, casi imperceptiblemente, nos han formado lo que somos, lugares que han forjado nuestro espíritu, nuestra forma de ser y de ver el mundo. Siempre es un pequeño placer íntimo, profundamente personal, el vagabundear por estos parajes, forjando nuevos recuerdos que pasaran a formar parte de nuestra existencia.
Uno de estos paisajes personales, íntimos, es un pequeño laguito que casi pasa inadvertido, acurrucado en un rincón del corazón de la sierra de Aralar, Unako Potzua. Un txokito que atesora bellísimos recuerdos de mis caminares, con personas que ocupan un sitio de honor en mi corazón. Un lugar al que, siempre me gusta volver, acariciar con mis viejas botas su alma de montaña, mientras su magia acaricia mi alma, también de montaña.
Unako Potzua se esconde al abrigo de las grandes cimas calizas de la sierra de Aralar, guardando celosamente viejas creencias y leyendas vinculadas a las aguas, dicen que atrae a su fondo a todo aquel que se sumerja en él, quién sabe quizás a mí, de alguna mágica manera, ya me ha cautivado en el fondo de su sortilegio.
En esta ruta, me permitirán compartir con ustedes un trozo de mi alma, Unako Potzua forma parte de mí, como yo formo parte de él.
Pero, además, en esta ruta deliciosa, caminaremos por la sobrecogedoras Malloas de Aralar, por un sendero que gana altura sabiamente hasta lo alto de la sierra, disfrutando de un paraje único en nuestra bella geografía, para concluir esta ruta lineal, en el pequeño aparcamiento del kilómetro 10 de la carretera de San Miguel.
Partimos del pueblo de Errazkin, al que accedemos desde la carretera NA-1300, que une las localidades de Lekunberri y Betelu, tomamos la NA-7514 hasta la pequeña aldea. Solo acercarse a su caserío, la sensación de grandeza se intensifica sobre nuestras cabezas, con la inigualable visión de las Malloas como telón de fondo. No aparcamos en Errazkin, sino que podemos continuar un poco más por una pista hacia la parte derecha del pueblo, y que asciende hasta el paraje de Soroaundi, donde encontramos un raso bajo las montañas, donde aparcar. Es en este punto donde comenzamos nuestro caminar, pasando la barrera que allí se sitúa, por su flanco izquierdo, introduciéndonos de lleno en el bosque. La senda va remontando el desnivel, para convertirse en una especie de calzada, que sabiamente, alcanza el paso de Arrate, que lo pasa con varios zig-zags. Pasamos una puerta, y salimos a terreno despejado, para alcanzar los restos de una fuente. Varias curvas nos van llevando pausadamente hasta el collado donde se ubica la mítica Belutako Langa, un bello paraje entre el bosque que nos ofrece un paisaje sublime. Estamos caminando sobre una de las grandes rutas de nuestra montaña, lugar de paso de pastores que, desde el neolítico, buscaron las dulces praderas de altura y luego, peregrinos que se dirigían hacia San Miguel de Aralar, también supieron de estos pasos ancestrales.
Tras cruzar la puerta metálica, giramos hacia la derecha, hasta en breve alcanzar un refugio de cazadores. Cruzamos la alambrada y nos metemos de lleno en el hayedo de Aliziaga. La ruta discurre por el bosque, sin perder altura, hasta que, llegando a la zona alta, la senda se transforma en calzada. Así llegamos hasta el paraje de Pagotako Ataka, una zona de pastos, desde la que ascendemos la cota de Subizelaigane (1.209 m.), sin camino marcado, subiendo por su lomo. Las vistas sobre el valle de Araitz son espectaculares, seguimos en dirección S., hasta un colladito que nos da paso a la cima de Uarrain (1.221 m.). Descendemos en dirección W., para llegar a un collado desde el que la cima de Algorta, (1.224 metros) queda cercana. La ascendemos, para disfrutar de las magníficas vistas del Tutturre, que nos regala su cumbre, nuestro próximo objetivo. Descendemos hacia una clara vaguada entre las cimas de Tutturre y Algorta, donde aparece ya un marcado sendero que nos introducirá brevemente en el bosque, para situarnos justo bajo el vértice cimero del Tutturre. Debemos dirigirnos hacia la zona derecha del pico para ir ascendiendo resaltes por un senderillo que sin dificultad nos lleva hasta la cima de 1.282 metros de altitud.
Estamos colgados de la Malloa de Aralar, todo el espectáculo de estas imponentes montañas queda a nuestro alcance, es algo impresionante. Tutturre es una de esas cumbres especiales, de las que guardo un recuerdo imborrable, compartido con personas que quiero, una cumbre impresionante se mire de donde se mire, su picuda cima nos embaucará. Retornamos a la vaguada para, saliendo del bosque, llegar a una zona de praderas, por las que, siguiendo una componente S., primero y SW, luego, alcanzamos el bello lagito de Unako Potzua. Respirar su magia siempre es una maravilla, agazapado allí dejándose acariciar por los vientos de la montaña, una caricia para el alma.
Retornamos bajando en dirección E., por las campas, caminado dulce y pausadamente, hasta alcanzar el paraje de Prantzes Erreka. Descendiendo siguiendo el marcado camino, llegamos a una pista que, sin pérdida alguna, nos lleva por un precioso hayedo. Dejamos, junto al camino, la cueva de Amutxeta, hasta el punto de llegada de esta hermosa ruta lineal, en el kilometro 10 de la carretera que une Lekunberri con el Santuario de Aralar.
Hemos disfrutado con nuestro caminar por una de las grandes rutas de nuestra montaña, por un lugar idílico y bello, lleno de sorpresas y belleza que sin duda nos embaucara de forma intensa.
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