Alberto recorre el balcón del patio interior y se dirige a la puerta número tres, su hogar desde que hace cuatro años decidió dejar la plaza Easo para instalarse en el corazón de la Parte Vieja. Este hombre de 67 años, que hace 50 abandonó Ourense por amor, echa un vistazo a la larga fila de ropa que pende de una cuerda en la zona común del edificio, que abarca los números 40 y 38 de la calle 31 de agosto. En la planta baja varias plantas alegran el patio y el sol ilumina los recovecos. Le gustaría aparcar su bicicleta ahí abajo para no tener que cargarla en el hombro o dejarla en la calle, dice. La pintoresca imagen de esta vivienda castiza más propia del antiguo Madrid que de la San Sebastián de la Belle Époque le vale a Alberto Forges un ingenioso comentario. “Viene Almodóvar aquí y te hace una película”, asegura.
La vida de estas viviendas, un microcosmos de las sociedades del siglo XVIII y XIX, se refleja fielmente en novelas como Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós. Pío Baroja, por su parte, describió las corralas como “un mundo en pequeño, agitado y febril, que bullía como una gusanera. Allí se trabajaba, se holgaba, se bebía, se ayunaba, se moría de hambre; allí se construían muebles, se falsificaban antigüedades, se zurcían bordados antiguos, se fabricaban buñuelos, se componían porcelanas rotas, se concertaban robos, se prostituían mujeres”.
Eran otros tiempos. Antes de abrir las puerta de su casa, Alberto explica que al principio había una sola y amplísima vivienda por planta. Más adelante, el dueño decidió dividir el espacio construyendo tres viviendas de más de 80 m2 cada una. Desde su salón se observa la plaza de la Trinidad y ha colocado estratégicamente una bicicleta estática justo enfrente. La cocina, situada encima del restaurante Txuleta, da al otro lado. Varios niños juegan en la plaza, pero el grosor de las ventanas impide que llegue el ruido del exterior.
Esta casa tiene miga. En la entrada del portal número 40, cinco fotos de colores ajadas reconstruyen con imágenes la historia del edificio durante la segunda mitad del siglo XX, con La Trini como acompañante de todo el proceso. Falta una fotografía, que al ser arrancada, ha dejado un hueco con restos de pegamento. En la fachada principal que da a la 31 de agosto, a la altura del cruce con la calle San Jerónimo, una inscripción recuerda el aciago año 1813; la ciudad quedó destruida y muy pocas casas se habían mantenido en pie. Esta es una de ellas. Aquí se reunió el Ayuntamiento de manera provisional y empezaron a darle forma a una nueva San Sebastián que nacía de las cenizas.
Según el historiador Javier Sada, “la hilera de casas más próximas al monte” Urgull se habría librado del fuego. Los números 38 y 40 no fueron pasto de las llamas. “Fue un convento, una cárcel y aquí se firmó la resolución de la reconstrucción de la Parte Vieja”, explica Alberto. La barandilla sujeta con fuerza el balcón, el patio recuerda a otro lugar. Cuando salió de su aldea en 1972, este hijo de una profesora portuguesa que aún mantiene un marcado acento de su lugar de origen no se lo hubiera imaginado. Ha terminado viviendo en una corrala en el meollo de San Sebastián.
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