-¿Estas torres son las que mandó a levantar Franco?
-¿Levantar? Vino, cortó la cinta y se fue.
En el hogar del jubilado de Bidebieta llevan razón. Hace 54 años, el 16 de septiembre de 1967, el dictador Francisco Franco reunió a una muchedumbre, entregó las llaves de los primeros pisos y no se quedó mucho tiempo más. El acto conmemorativo, un chorro de propaganda franquista con el que se inauguraba un polígono de 732 viviendas sociales denominado “La Paz”, terminó con su correspondiente misa en la parroquia de la Sagrada Familia de Amara. El Noticiero Documental, el popular NoDo, dedicó el inicio de su informativo a contar la noticia con todo lujo de detalles y adornos de la época.
Entre las calles Julio de Urquijo y Serapio Mújica se reparten los rascacielos, un total de 12 bloques con colores desgastados por el paso del tiempo que tienen forma de cruz; de ahí, el nombre de los 12 apóstoles que los vecinos utilizan de manera natural en sus conversaciones.
Estas torres tienen 14 y 15 plantas y alojan cuatro viviendas en cada una de ellas. Los bajos están llenos de grafitis y pintadas, entre las que se encuentran dos haciéndose una compañía impensable: la leyenda “Harriba España” (sic) se encuentra a escasos metros de la palabra “ETA” en una pared. Algunas torres están cubiertas parcial o integralmente por unos andamios. La Paz es un núcleo urbano en obras, como si necesitase un lavado de cara tras un largo periodo de abandono.
En los pies hay comercios vacíos, pero aún continúan funcionando algunos negocios, peluquerías y centros de belleza y, cómo no, los bares de barrio que nunca mueren: Txiki, Alai, Marley, Erreka… “Me acuerdo el día que vino Franco. Yo era pequeño, pero lo recuerdo perfectamente. Estaban allí”, dice José Luis señalando hacia el frontón, ya a la altura de Serapio Mújica.
Josu aún no había nacido, pero sabe más de una historia al respecto. Conoce bien estas calles. Está tomando un café en la terraza de un bar y dice que ha visto a fascistas “haciendo turismo” en la zona.
“Eran punkis fachas que iban con botas militares. Uno de ellos llevaba una cresta amarilla y roja”, afirma. “Venían a ver la obra del tío Patxi”, comenta un hombre a su lado. “¿Ves la forma en cruz que tienen los tejados de las casas? Pues eso lo hicieron así por si llegado el caso les daba por bombardear desde el aire. Al ver los 12 apóstoles no nos iban a tirar a dar, ¡nosotros nos librábamos por buenos católicos!”, bromea Josu.
Como buena obra franquista, todas las torres mostraban en su exterior el logo falangista del yugo y la flecha y otras imágenes habituales de la dictadura. De hecho, hay vecinos de Bidebieta que creen que aún pueden encontrarse algunos de los símbolos asociados al régimen de Francisco Franco.
Ainhoa, otra vecina, se dirige a uno de los portales donde “hasta no hace mucho” había una placa conmemorativa de carácter franquista en relieve. “Yo lo he visto y tenía forma como de 3 dimensiones”, asegura mostrando un trozo rectangular tapiado de la pared donde calcula que se encontraba la inscripción.
Lo cierto es que ya no quedan vestigios franquistas en ninguna de las 12 torres. Según Josu, una vez se armó una buena bronca en uno de los bloques. Frente a la negativa de algunos de retirar el yugo y las flechas de la pared, otros vecinos contraatacaron con la construcción de “una hoz y un martillo gigante” que colocaron a la vista de todo el mundo.
Bidebieta, situado en el antiguo término municipal de Altza, es hoy un enjambre de rascacielos en los que viven alrededor de 9000 personas. Cuando una orden de 1964 abre la posibilidad de construir 254 polígonos de protección oficial con el nombre de La Paz, en referencia directa a los 25 años transcurridos del final de la Guerra Civil, el histórico caserío Moneda era uno de los pocos edificios en un entorno rural. El monte está a un paso del barrio.
Totalmente reformado y pegado a un parque, la casa es la actual sede de la plataforma de apoyo laboral y social Kutxazabal. Una fotografía que se encuentra en uno de los despachos del centro recuerda que hace más de 50 años, cuando Franco estuvo por aquí, el caserío empezaba a verse rodeado de rascacielos. Y ahí sigue, atrapado entre estos gigantes. No queda mucho que rascar de aquellos días de finales de los 60. En el hogar del jubilado, cosas de la edad, rememoran la fecha con nitidez. Algún recuerdo suelto, una conversación y poco más.
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