Cementerio de Polloe, en Donostia. Una lápida reza Familia Saavedra. La corona una cruz y, sobre ambas, un rostro amable, el de la Virgen de la Rosquilla. Una figura colorida entre tanto mármol. Quizás la obra más emotiva que de su autor, Alberto Saavedra, conocido como Tito, podemos encontrar en Donostia. Saavedra realizó esta escultura dedicada a su madre, Concha Maestro, quien gustaba de preparar y repartir deliciosas rosquillas.
Por el sentido de esta obra, tal vez la más querida por su autor, quien también reposa en esa tumba desde hace cuatro años, la hemos escogido para comenzar este recorrido tras el legado de Tito en la ciudad que lo vio nacer y crecer. Saavedra nos dejó en 2017, pero su obra sigue plenamente vigente, destacada en la memoria de los fans de la Semana de Cine Fantástico y de Terror, que se acaba de celebrar estos días, pero también físicamente.
Y es que Tito decoró durante 24 años con estética y originalidad la fachada del Teatro Principal y otros escenarios durante la Semana que llaman la Horrorosa, y precisamente estos días, hasta el jueves, la casa de Cultura de Loiola acoge una de estas creaciones, La última cena.
El lado tenebroso
Al llegar a la casa de cultura, dos figuras de la serie Los malditos nos observan desde una de las ventanas. Ambos, niño y niña, de apariencia albina nos advierten de que estamos a punto de adentrarnos en el aspecto tenebroso de la obra de Tito. La diosa nubia, una versión femenina del dios egipcio Annubis, con cabeza de chacal, vela la entrada.
Desde el hall, un pasillo oscuro conduce a una gran sala más oscura todavía donde se celebra un banquete, el de La Muerte con doce muñecos diabólicos, a la luz de los focos mientras suena Gustav Mahler en la estancia.
La escena imita La última cena de Leonardo da Vinci, como nos indica Jon Urbieta, director del kulturetxe y gran amigo de Tito. «Tito usaba materiales humildes y versátiles como espumas, poliéster, resinas, fibra de vidrio, escayola para los moldes, ropa de traperos de Emaús… Su estilo era bizarro, tétrico, grotesco, y sus figuras eran muy expresivas, incluso las menos realistas», expresa Urbieta con admiración.
El director, emocionado, se remonta a la exposición de los míticos Terrícolas de Saavedra en Loiola en 1994 para llegar a Beltz, una muestra de 2014 en la que La última cena de Tito fue «el plato fuerte». «Beltz era una exposición para experimentar con los cinco sentidos», evoca Urbieta, y nos enseña el guion de la muestra, manuscrito por Saavedra y ordenado con dibujos de su mano que representan los órganos sensoriales. Recitales de piano, de haikus, lecturas y degustación de tinto y chocolate con servilletas negras acompañaban entre otros a las figuras, envolviendo al visitante en la oscuridad más tétrica, también entonces con ayuda de la épica y luctuosa música de Mahler, además del aroma del incienso.
Las palabras del propio Saavedra viajan hasta nosotros por el túnel del tiempo gracias a un documento que nos muestra Urbieta sobre Beltz: “Negro, elegante si es poco, abrumador si nos rodea. Os invitamos a entrar en una sala “todo negro”; indefinida, paredes arrugadas, suelo blando, espacio irregular, silencio, inquietud… Los ojos reclaman algo de luz y ahí están las figuras blancas, pálidas, estáticas con su interna agitación. Nos hipnotizan en su aislado foco de luz. ¿Qué les inquieta, de qué hablan, qué histórica resolución están tomando?”.
“Trece personajes os esperan y necesitan vuestra atención. Ellos te ofrecerán su barroca compañía mientras los miras, lees y charlas en esa sala “todo negro”, concluía entonces el propio Saavedra.
Excursión de niños ciegos
«Tito invitaba a que el público tocase las obras. Por eso una vez vino una excursión de niños ciegos a conocer Beltz», recuerda Urbieta, quien está convencido de que Saavedra planeó Beltz «como una despedida». Este amigo de Tito evoca el pasado pero tiene los pies puestos en el presente y nos traslada al futuro: el Topic, el Museo Internacional del Títere de Tolosa, acogerá las obras de Saavedra muy pronto.
La exposición que alberga estos días Loiola se completa con la figura de un faquir, y mientras nos alejamos, además de los dos niños Malditos, uno de los cuervos de Saavedra nos mira desde una de las grandes ventanas. Tito repartió muchas de estas aves y podemos encontrarlas en diversos balcones de nuestra ciudad como homenaje al artista.
Y si hay pájaros, ¿dónde está Hitchcock? Pues sentado en un sillón en el hotel Astoria de la Avenida Sancho el Sabio de Amara, según nos ha recordado Urbieta, quien también apunta a otros emplazamientos de la vasta obra del artista donostiarra. Así, podemos encontrar las figuras del antropólogo Padre Barandiaran y de cromañones y neandertales en las cuevas de Sara, en Iparralde; los dinosaurios del yacimiento de Igea, en La Rioja; la ya mencionada Virgen de la Rosquilla en Polloe…
También son de Saavedra los muñecos originales del Belén que se expone en torno a la Navidad en la plaza de Gipuzkoa, y, cómo no, el conjunto que decora el colegio mayor Olarain, a los pies del monte Igeldo.
La luz de la Belle Epòque
La directora del colegio mayor y hotel, Idurre Altuna, nos recibe en Olarain. “Cuando le planteamos este proyecto a Tito, le motivó mucho porque estaba destinado a perdurar en el tiempo”, señala. “Él solía hacer obras temporales, así que dedicó mucho cariño y dedicación a esto”, añade.
Altuna nos va presentando a los personajes. “Este es el señor Markina, el conserje, que nos da la bienvenida a Olarain y nos indica dónde está la recepción”. Sobre la entrada, El explorador, de diciembre de 2008, “porque la vida es una aventura”, como nos recuerda un poema de Iñaki Iraola colocado en la pared debajo, estructurado en base a los cinco sentidos como Beltz, y que apela a “la alegría de vivir”.
Pero sin duda, la estrella de este conjunto de figuras es Txantxillo a tamaño natural, con su carro de la compra, su abrigo raído y su txapela. “Todos los turistas que vienen se sacan foto con él, por eso esta efigie está reforzada a prueba de bombas. También vienen donostiarras que conocían a este popular personaje”, explica Altuna.
El ex director del colegio, Paco Marín, refuerza este punto de la popularidad de la figura y añade que le “parecía que había que representar a Txantxillo, pese a la oposición del entonces alcalde, a quien repuse: “Si no lo haces tú, lo haré yo”. Por eso, Marín encargó esta “loa a otra vida diferente, a la pobreza, y al respeto a los demás”, que se ha convertido en Olarain “en una de las esculturas más reproducidas de Donostia junto con El Peine del Viento”.
Marín recuerda que eligió a Saavedra para estos encargos porque siempre le habían llamado la atención las fachadas del Principal en la Semana. “Nos reunimos Idurre y yo con Tito y a él se le ocurrieron buenas ideas, entre las que escogimos La Belle Epoque, inspirada en dos cuadros de Ignacio Ugarte, que podemos observar en la bóveda del teatro Victoria Eugenia y en el Ayuntamiento donostiarras”.
Así, el primer grupo de figuras que encargaron a Saavedra fue Perrita al agua. El conjunto, de junio de 2008, representa a un grupo de niños en paños menores que juegan en el muelle al popular juego, junto a la “típica familia madrileña” de la época y otros personajes como el Policía y el Arrantzale. Más allá, en el mismo ala de la fachada, podemos contemplar a un hombre montado en un velocípedo, una primitiva bicicleta de aquellos locos años 20 del siglo pasado.
El segundo grupo, en la otra ala, a la derecha de la entrada, y también a cierta altura, se llama Alderdi Eder. Incluye un matrimonio, un cura, un monaguillo, el barquillero, una iñude, los “gemelitos marineros”… y data de septiembre de 2009. Todas las figuras están dotadas de la expresividad y la vitalidad que caracteriza la obra de Saavedra.
“No lo bastante valorado”
Paco Marín añade: “Le advertí a Tito de que era un proyecto que iba a durar”. De eso se ocupa también Miguel Ángel Larrañegi, encargado del mantenimiento de las obras de Saavedra en Olarain. “En cuanto una se estropea, las repara y les da un color idéntico en base a las fotos, porque al cabo del tiempo entre el sol, la lluvia y el viento se acaban deteriorando”.
Marín lamenta: «Tito fue un gran escultor y artista y no ha sido lo bastante valorado». Y resalta «el mérito de este ciudadano donostiarra que colocó sus obras en Atapuerca, en Francia, que realizó un coro de frailes que… era una maravilla», elogia, emocionado por el recuerdo de este artista y “su sorna simpática, cachonda e inteligente”.
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