Hay muchas formas de contar una historia. Tantas como personajes, puntos de vista y subjetividades entren en juego. Lo ideal, precisamente, es que todos esos elementos se hermanen para enriquecer un mismo relato. Cuanto más completo, más interesante. Por eso es agradable toparse con películas tan inteligentes, con tantas capas, como ‘Un amigo extraordinario’, de la directora estadounidense Marielle Heller. Estrenado en el año 2020, se trata de uno de esos títulos aparentemente sin pretensiones que esconde una estudiada complejidad; una obra que, bajo su aspecto de filme menor, oculta una de esas producciones que van ganando con los años, a ‘fuego lento’.
Hay muchas formas de contar una historia y la de ‘Un amigo extraordinario’ opta por narrar la de su protagonista (el querido presentador televisivo de programas infantiles Fred Rogers, al que de vida en el filme Tom Hanks) a través de los escépticos ojos de otro personaje, el desencantado y cínico periodista Lloyd Vogel (Mathew Rhys). Tanto que el rol principal (el de Hanks) se convierte en este filme en un personaje secundario. Parece un contrasentido, sí, pero, en realidad, es sólo un juego de espejos. Aunque el personaje de Hanks aparezca en pantalla durante menos de la mitad del metraje, está presente ‘espiritualmente’ desde el primer minuto (ese simpático arranque en el que canta ‘¿Quieres ser mi vecino?’) hasta la escena en la que las luces del plató se apagan y el filme acaba.
‘Un amigo extraordinario’, en realidad, es un biopic, una película biográfica sobre Fred Rogers inspirada en una historia real, la del artículo que encargan a un periodista en crisis (laboral y personal) sobre el presentador televisivo querido por tantas generaciones de estadounidenses, una de esas personas que el poeta Antonio Machado definiría como, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Pero el periodista, en su ‘pelea’ con el mundo, sospechará que no es trigo limpio… hasta que, en su primer cara a cara, acaba totalmente descolocado por su bondad y su interés en ayudar a los demás.
Por momentos, el espíritu de Frank Capra, (1897-1991) el director de maravillosas películas como ‘Vive como quieras’ (1938), ‘Juan Nadie’ (1941) o ‘Qué bello es vivir’ (1946), la quintaesencia del ‘buenismo’, parece apoderarse del filme. Pero no hay que dejarse llevar a engaño. En el aparente final feliz de ‘Un amigo extraordinario’ se trasluce amargura, desencanto, dolor, ese poso tan actual. Aquí no hay moralina ni interés en edulcorar una realidad que no siempre es de color de rosa.
En este sentido, el filme de Heller habla valientemente de las emociones y de no avergonzarse de ellas. “Siempre puedes hacer algo con la rabia que sientes por dentro”, conmina Fred Rogers. Habla de cómo ayudar a los demás puede ser una vía de escape para salvarse a uno mismo. Habla de frustraciones, de traumas, de un rencor acumulado en el pasado que impide ser feliz en el presente. Habla de algo tan simple y a vez tan difícil como escuchar y preocuparse por los demás.
La historia se ambienta en 1998, en vísperas de un nuevo milenio prometedor y lleno de esperanza (faltaban tres años para el ‘shock’ mundial que supondría el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York), un nuevo comienzo en el que Lloyd Vogel aún tiene una oportunidad para sanar sus heridas, abrirse a la vida sin asperezas, ser un buen padre perdonando el abandono del suyo… La sencillez a nivel formal y cinematográfico del filme contrasta con la complejidad del amplio espectro emocional que recoge ‘Un amigo extraordinario’.
El guión (firmado por Micah Fitzerman-Blue y Noah Harpster sobre el artículo que escribió el auténtico periodista de esta historia, Tom Junod) es una auténtica maravilla engarzando distintas perspectivas y puntos de vista, jugando con recursos imaginarios o de realismo, siempre llamando de tú al espectador. Porque es al que está sentado en la butaca al que habla el personaje de Tom Hanks. Esos largos planos en los que mira directamente a cámara (es una de sus interpretaciones más hipnóticas) pulverizan la barrera entre la ficción y los espectadores. ¿Nos hace reparar en la historia del periodista Lloyd Vogel o en la nuestra propia? De nuevo, en ese juego de espejos rebotan muchos reflejos. Hay muchas formas de contar una historia y veces las ajenas sirven para retratar con mayor precisión las propias.
‘Un amigo extraordinario’ está rodada sin grandes efectos (sólo ese guiño a qué es real, qué programa de televisión, qué sueño, qué ficción) y bajo la ausencia total de barrocos y coreografiados movimientos de cámara, Pero hay en el filme una innegable elegancia y delicadeza. Heller opta conscientemente por un estilo contenido, invisible, pero de largo alcance emocional. Hay muchas formas de contar una historia y ésta es sólo un ejemplo de lo que se puede disfrutar cuando se narra de forma tan original.
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