Con el confinamiento perimetral en vigor, extendieron un salvoconducto para que unos clientes interesados en un arpa pudieran desplazarse a San Sebastián. Llegaron a Erviti un viernes, el sábado pellizcaron sus cuerdas y se quedaron satisfechos: ese mismo día regresaron a su ciudad con el instrumento de marco triangular en el vehículo. En otra ocasión, una mujer de Hondarribia que forma parte de la Orquesta Filarmónica de Rotterdam quería hacerse con un piano. Lo necesitaba imperiosamente. Apenas estuvo en la tienda “10 minutos” y pudo ensayar en su casa justo antes de un concierto con la prestigiosa formación holandesa. Son solo dos anécdotas desde que el centenario comercio de instrumentos Casa Erviti –ahora Erviti a secas– se trasladó hace seis meses a su nueva ubicación, en la Avenida de la Libertad número 4.
Erviti se ha convertido en una especie de isla donostiarra en la Avenida, donde proliferan negocios bancarios, multinacionales de todo tipo y, en los últimos tiempos, numerosos locales se han puesto en venta y alquiler. A su lado, hay un portal con viviendas turísticas; al comienzo de la calle, las oficinas de una antigua sucursal bancaria están vacías. ¿Cómo ha terminado una tienda de toda la vida en una de las calles más cotizadas de la ciudad? “Se nos apareció la Virgen”, rememora Luis María Gárate, descendiente del fundador José Erviti, y que achaca su golpe de suerte a que los dueños del local no se han comportado con afán especulativo.
“Lo dábamos por imposible”, cuenta Garate, “si es en la Avenida será un pastón… Como el no ya lo teníamos y no encontraba nada, probé suerte y se alinearon los astros. Los dueños no son unos especuladores. Son gente normal. Tienen los pies en el suelo y prefieren alquilárselo a alguien de toda la vida y que esté a largo plazo a que se vaya al año o a los dos años”.
Antes de Erviti, estuvo la firma de moda cordobesa Silbon durante un breve espacio de tiempo. Y antes una oficina de Citibank. Un llamativo letrero blanco con el nombre de la tienda ha presidido la fachada hasta hace unas semanas, pero el Ayuntamiento, explica Garate, les ha pedido que lo retirasen al formar parte del catálogo de edificios protegidos. Ahora le están dando vueltas a cómo fijar un letrero sin interferir en la fachada y lograr así el visto bueno municipal. “La gente sabe quiénes somos, pero no podemos estar sin un nombre en la puerta”, comenta con su sobrina Haizea Andonegui, que atiende a los clientes.
Entre la entrada y el mostrador destaca una gran fotografía en blanco y negro. Son José Erviti y su hija, posando en el exterior del comercio que estuvo en funcionamiento desde finales del siglo XIX hasta las Navidades de 2019 en la esquina entre la calle Loiola y San Martín. La imagen es anterior a la construcción de la catedral del Buen Pastor: en los cristales del escaparate se reflejan unos árboles, no hay rastro del templo.
El interior del nuevo Erviti es elegante y espacioso. Una serie de pianos y teclados de todo tipo dan la bienvenida al visitante. Después de atravesar un estrecho pasillo con instrumentos de viento a los lados, el local se estira hasta que un sinfín de guitarras aparecen desplegadas en el suelo. “No hemos tenido que hacer obra”, explica Garate. “Lo hemos pintado, hemos puesto luz, hay mobiliario nuevo y algunos retoques más. La orientación es la misma que la anterior, da al sur. Estamos encantados”, dice con una sonrisa que se adivina tras la mascarilla.
El camino hasta llegar a la Avenida estuvo plagado de dificultades. “Fue desesperante”, resume Andonegui. Los propietarios del edificio no quisieron renovarles el contrato de alquiler y a finales de 2019 se vieron en la calle. “Nos echaron en mitad de la pandemia y no encontrábamos nada”, continúa su tío”. “No había alquileres, los precios eran desorbitados. Miramos en Amara, Sancho el Sabio, el Antiguo… La búsqueda fue una locura”. El objetivo no era tanto continuar en el centro de Donostia -“ya nos conocen: no somos una empresa nueva”-, como abrir cuanto antes. Pero querían “quemar todos los cartuchos” antes de tomar una decisión definitiva, y así fue cuando ocurrió la alineación planetaria y para su sorpresa terminaron desembarcando en la Avenida.
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