Hace casi 20 años los atentados terroristas orquestados por Bin Laden contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono desataron la guerra de Estados Unidos contra Afganistán país que, se presumía, le daba cobijo. Muchos de aquellos primeros combatientes y otros muchos que les siguieron en estas dos décadas de combates contra los talibanes ahora se plantean si valió la pena luchar y ver morir a un buen puñado de compañeros tras ver estas últimas semanas las dramáticas evacuaciones de civiles del aeropuerto de Kabul y la ‘espantada’ del ejército estadounidense. Si algo ha enseñado el cine, desde ‘Los mejores años de nuestra vida’ (1946) de William Wyler a ‘Barry Lyndon’ (1975) de Stanley Kubrick o ‘Platoon’ (1986) de Oliver Stone, es que una guerra nunca merece la pena y que la delgada línea roja que separa los derechos humanos de la violencia no tiene vuelta atrás una vez se traspasa… y todos, ‘buenos’ o ‘malos’ la violentan al fin y al cabo en algún momento… Es inevitable.
La pasada primavera se estrenó en cines ‘The mauritanian’, una película de Kevin MacDonald (‘El último rey de Escocia’) que habla precisamente de eso, de traspasar la raya y, por supuesto, de ocultarlo en una lejana base militar fuera de toda jurisdicción internacional; una película que lleva a gala en sus primeros fotogramas la advertencia “basada en hechos reales” buscando más el efecto de dar fe notarial de algo difícil de asumir en democracia que de congraciarse con ese público entusiasta de las ‘true stories’; una película que emociona por la calidad humana de sus personajes protagonistas y que avergüenza al comprobar el cinismo con el que los gobiernos hacen suyo el maquiavélico lema: el fin justifica los medios.
‘The mauritanian’ tampoco es una película maniquea o dogmática. Lo fácil hubiera sido mostrar desde el inicio las torturas y vejaciones a las que es sometido. Pero no lo hace. Al contrario, es un filme pudoroso en ese aspecto y sólo entrevemos una parte del trato que ha recibido en Guantánamo ya casi al final del metraje.
Porque si de algún bando se pone el filme es en el de la justicia. ‘The mauritanian’ pertenece a esa larga tradición de películas necesarias para reivindicar un ‘sistema’ que combate las ‘sombras’ que lo atenazan y oscurecen. Tal vez por ello, los personajes se muestran en toda su complejidad con su cara buena y su cara mala, como el agente que manipula a Benedict Cumberbatch (siempre magnífico), que a su vez da vida al fiscal de la acusación en el caso del mauritano o el propio personaje de Shailene Woodley, que no es capaz de defenderle cuando ve indicios de culpabilidad en su cliente. La evolución de los personajes, incluido el de Cumberbatch, incluso siendo el más funcional en el desarrollo de la historia, es uno de los principales alicientes de este filme. Al sensible y sentido trabajo del actor francés Tahar Rahim se une como contrapunto necesario y potenciador la interpretación de Jodie Foster en uno de sus mejores papeles en años, casi en décadas. Está contenida, sencillamente magnífica, en una de las escenas más emotivas del filme [atención, spoilers] cuando después de conocer las torturas a las que ha sido sometido tiempo atrás su defendido decide ir a verlo sólo para saber si está bien.
Las interpretaciones son uno de los puntos fuertes de la película, pero no es algo casual. En su guión, muy bien estructurado y dosificado, reside también gran parte de su fuerza narrativa. El resto lo pone la sensitiva realización del director que bebe algo de la poesía del cine documental y, al mismo tiempo, del mejor thriller y las mejores películas de temática judicial.
‘The mauritanian’ es cine necesario, de ese tipo de filmes que nos recuerda que la realidad siempre supera a la ficción… y eso, desgraciadamente para el mundo, no es bueno.
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