Fotos: Santiago Farizano

¡Hola a todos! Este año se cumplen 50 años de la retirada del gran modisto Cristóbal Balenciaga. En 1968 decidió colgar la bata, cerrar sus talleres de París, Madrid, Barcelona y San Sebastián y retirarse. El prêt-à-porter empezaba a dominar la moda y él, maestro de la Alta Costura, no quiso dedicarse a ello. En ese justo momento, nace el mito. Y este es el punto de partida de la exposición “Cristóbal Balenciaga, Moda y Patrimonio” que se puede ver en el Museo Balenciaga desde el pasado sábado aprovechando que es el año Europeo del Patrimonio. Cuando las creaciones del maestro dejan de lucirse en las calles, salones y fiestas, de ilustrar revistas de moda y pasan a poblar libros de arte, archivos, galerías y museos.

Creaciones que pasan de embellecer cuerpos a ser bellas en sí mismas, de ser de uso exclusivo a hacerse accesibles a todos los públicos. En esta exposición podemos ver dos épocas, perfectamente diferenciadas: desde 1968 hasta hoy, donde se muestra al público la consolidación patrimonial de la obra del modisto, y la que se inicia en 1917 con la apertura del primer atelier de Balenciaga en San Sebastián hasta el cierre de sus casas, donde vemos su progresión, evolución y revolución creativa. El legado y la obra, podríamos decir.

El primer diseño del recorrido es un vestido de 1928 de Lanvin con etiqueta de Balenciaga, ya que el modisto vasco compró la licencia para reproducirlo y poder venderlo en su tienda de San Sebastián. Seguimos nuestro recorrido por la muestra con un vestido de novia de 1935 realizado en crêpe de satén marfil y donado el año pasado al museo. Llama la atención la sencillez de la pieza con un mínimo de costuras y el uso del drapeado. Contrasta con otro modelo nupcial de 1933 confeccionado en seda estampada con flores. Ya en estos primeros años se puede advertir no sólo un minimalismo estético sino como concepto.

La puesta en escena contrapone lo estable de las salas del museo con sus vitrinas rígidas frente a elementos efímeros como los biombos que añaden información, referencias contextuales sobre cada época con fotografías y documentos que nos ayudan a entender en qué se pudo inspirar el modisto. Muestran un work in progress donde la investigación va incorporando contenidos progresivamente. Aquí es donde se percibe el toque de Judith Clark, comisaria, creadora de exposiciones y especialista en museología experimental, cuyo talento está muy presente en el tono de la exposición, la selección de piezas así como la conceptualización espacial y su diseño. En muchas vitrinas hay alusiones a otras exposiciones realizadas sobre el modisto de Getaria que contribuyen a formar el conocimiento del público sobre su obra y todo fruto de la colaboración entre el equipo del Museo Balenciaga, los Archives Balenciaga en París y la comisaria británica.

 

La exposición que cuenta con 85 piezas, 60 de indumentaria, de las cuales 30 se exhiben por primera vez, desgrana la evolución continua del trabajo de Balenciaga siguiendo un hilo cronológico que abarca toda su trayectoria profesional. Como dice Igor Uria, director de colecciones del museo y experto en la obra del modisto, la intención es “contar la evolución de Balenciaga como modisto y como empresa”. Así, en varias vitrinas podemos ver desde los uniformes de las vendedoras y los bocetos con los que trabajaban a los pedidos y recibos de los mismos. “Se trata de retratar la casa de costura. Tanto la trastienda, lo que no se ve, como la parte visible, la de las clientas”.

Entre las piezas que se ven por primera vez destaca un vestido abullonado en tafetán de seda color rojo que estaba casi destrozado después de estar durante años en un cajón. El museo lo ha restaurado con mimo en un proceso que se ha documentado en vídeo. Para esta exposición se han digitalizado cuatro piezas ya que querían mostrar cómo se guardan las cosas, el trabajo que se hace día a día en el museo para mantener este patrimonio y los procesos de restauración. Con esta digitalización podemos observar el detalle de una pieza, su visión en 360º, incluso infografías sobre su construcción técnica.

El museo ha querido contar a través de los distintos espacios temáticos la historia de la moda y la progresión del modisto; su dominio de la técnica y el tejido, la innovación al introducir nuevas siluetas, la creación de nuevos idearios de lo femenino y la búsqueda constante de la perfección. Sala a sala vamos viendo todos los tipos de prenda que puede llegar a hacer y cómo van cambiando las siluetas dependiendo de cada década. Aunque sigue las tendencias de los 40-50 con talles finos y faldas con volumen, también lanza novedades como las líneas barril, curvada en la espalda, y las faldas globo. Ya en 1951 las curvas se difuminan y las siluetas evolucionan despacio hacia las líneas túnica y saco o su famoso vestido baby-doll, donde se muestra la perfecta armonía de tres elementos importantes: el vestido, el cuerpo y el aire que los separa.

Para ayudarnos a entender todo el proceso creativo del modisto vasco y la importancia y el dominio que tenía de los tejidos han instalado una “Textilteca” llenando una pared de retales con tejidos únicos e históricos como el gazar, creado para Balenciaga por Abraham, y el zagar que los visitantes pueden tocar y así hacer que la experiencia sea más enriquecedora. En la exposición también podemos ver la evolución en los diseños de Cristóbal Balenciaga aunque lo hace muy poco a poco. Como dice Miren Vives, directora del Museo Balenciaga “toma unas líneas y las va evolucionando poco a poco, siempre con los mismos referentes, haciendo muy pocos cambios y siendo fiel a sí mismo, independientemente de las modas”. Entre los trajes expuestos destaca un conjunto que perteneció a Grace Kelly y, ya fuera de la Alta Costura, los uniformes de azafata que diseñó para Air France en 1968.

Resulta imposible olvidarse del minimalismo de Balenciaga, característica que le hizo único y está presente constantemente en toda la exposición. Sobre todo en los cortes por su estilo tan depurado y la falta de costuras para desdibujar los límites entre dos elementos y hacer ver uno solo. El recorrido termina con un homenaje a Hubert de Givenchy, recientemente fallecido y gran amigo del diseñador. En la última vitrina de la muestra se expone un vestido que el modisto vasco regaló al francés en uno de sus cumpleaños, símbolo de amistad y respeto.

La exposición que ocupa 900m² del Museo se podrá ver hasta el 27 de enero de 2019, una oportunidad única para reflexionar sobre el valor patrimonial de la obra del maestro. Una muestra que, si te gusta la moda, no te puedes perder. Termino con una frase del diseñador que define claramente su obra: “Un buen modisto debe ser arquitecto para el diseño, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida”. Amén. ¡Hasta pronto!

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