Angelines vive en la calle Narrika. Un día de noviembre de “mucho frío” vio cómo había una cuadrilla que no tenía nada para cenar. Se juntó con otros vecinos de la Parte Vieja, “seis o siete personas”, les llevaron comida caliente y empezó así la travesía de un grupo de voluntarios que se articula a través de un grupo de whatsapp al que se le ha ido sumando gente de otros barrios. Lo que empezó como un gesto puntual a las puertas del invierno, se ha convertido en el día a día de 44 ciudadanos solidarios que se organizan como buenamente pueden para abastecer a unas 50 personas sin hogar, la mayoría jóvenes magrebíes entre 20 y 30 años.
Dado el volumen creciente de trabajo -“cada vez son más”, subraya Angelines– los grupos de trabajo y comensales se reparten entre los soportales de la Constitución y el barrio de Egia. Angelines canta el menú del día siguiente. “Me toca hacerles guisado de ternera con patatas”, adelanta. La vez anterior -se turnan cada dos semanas- pagó de su bolsillo 60 euros. Un dineral. Esta vez ha comprado cuatro kilos de carne, cinco kilos de patatas, tres kilos de pimientos y dos kilos de zanahoria que se amontonarán en un perolón enorme. La comida irá acompañada de una mezcla de especias e ingredientes típicos del Magreb. El ramadán está a la vuelta de la esquina y se amoldarán a sus usos y costumbres, dándoles de comer un poco más tarde.
Vanessa también estaba desde el principio. Cuenta una anécdota que ilustra parte del problema que tuvieron en los inicios. En este momento, aseguran desde el colectivo, los puentes se han reestablecido. “Cuando empezamos a cocinar había seis personas. Después el doble. Antes de las Navidades fui al Ayuntamiento y les entregué un escrito a todos los partidos políticos, y todos son todos, explicándoles cúal era la situación. Nos reunimos con Bildu y Unidas Podemos. El PNV nos dijo que se iba a reunir con nosotros y nunca lo hizo. Cuando nos atendió una representante del PP recuerdo que se quedó muy sorprendida al ver que en esta ciudad estaba pasando algo así. Se me quedó una cara… ¿Yo que soy una ciudadana anónima le tengo que explicar a nuestros políticos lo que está pasando en esta ciudad?”
En el camino han conseguido unos aliados inesperados. El supermercado Baratze de la calle General Etxagüe les hace un 30% de descuento para sufragar sus compras. Con las donaciones de los ciudadanos consiguen vajilla desechable -vasos, platos, cubiertos de plástico y tuppers- y, por su parte, la panadería The Loaf les aporta gratuitamente pan y repostería sobrante. “Se enrollan mucho”, afirma Angelines. Al principio les llevaban fruta a los migrantes, pero con tanta gente la cesta de la compra se les ha disparado. Al coste económico hay que sumarle el peso de las bolsas, otro revés.
“Necesitamos ayuda”, clama Angelines. “En una casa no es fácil cocinar para tanta gente. La Parte Vieja está llena de sociedades y tal vez, una vez cada 15 días, algún socio se puede animar a cocinar”. “Lo ideal sería que nos dejasen cocinar en una sociedad, con espacio suficiente y utensilios de cocina necesarios”, añade Vanessa, que recuerda que la crisis del coronavirus ha agravado la situación de los migrantes. “Muchos estarían de paso, porque tienen familias en Alemania o Bélgica, pero con la pandemia se han quedado atrapados aquí”.
Este grupo de personas voluntarias que se juntó un día de noviembre ya no da abasto. Cualquiera puede echarles una mano: basta con acercarse a las 20:30 horas a los soportales de la plaza de la Constitución. Además de lanzar un SOS, siguen cuidando los pequeños detalles. Vanessa saca su móvil y muestra un pastelito de chocolate. Tiene forma de corazón y alguien ha escrito “Zorionak”. Lo hicieron para uno de los migrantes el día de su cumpleaños.
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