Amagoia López, de 43 años, vive en la zona del Aquarium donostiarra. Comienza la charla recordando el botellón multitudinario con el que los estudiantes celebraron el final de los exámenes de selectividad y universidad. “Pasamos cuatro días bastante duros, al día siguiente los niños iban al colegio y nosotros trabajábamos. Empezaron el jueves y se alargó hasta el domingo, que también hubo mucho follón”, afirma. Las noches de fiesta no han remitido en la zona del muelle, asegura, sentada en un banco del paseo. “La movida se repite cada fin de semana. Cierran los bares a las 2 y después la gente se queda en la calle. Música alta, vómitos, mean debajo de casa, rompen botellas…”.
Sin embargo, Amagoia pone el énfasis en otro tema que ha pasado de refilón en la ciudad: les han arrebatado la rampa del puerto de Donostia, una playa alternativa que utilizan para tumbarse al sol o sentarse sobre la lámina de agua. Una valla que rodea de una punta a otra el perímetro impide ahora el acceso a los ciudadanos. Un cartel del Gobierno vasco confirma la medida: en la práctica, su uso queda reservado a los clubs náuticos que estos meses organizan cursillos y actividades recreativas con piraguas y otras embarcaciones ligeras. “Para los vecinos también es verano y nuestros hijos tiene derecho a disfrutar de lo que hay debajo de sus casas. Está todo vallado y no se puede hacer nada”, se lamenta.
El primer aviso del cierre llegó, según esta vecina, justo después del famoso botellón que el largo fin de semana del 10 al 13 de junio dejó todo tipo de basura desparramada por el muelle. “Salieron de la ikastola y los niños se fueron a la rampa, como siempre. De repente, a las 6 de la tarde vino la Ertzaintza acompañada de la seguridad portuaria y empezaron a echar de la zona a varias familias”, explica. ¿Cuál era el motivo que esgrimieron las autoridades? “Que no se puede estar. Punto. Ya no es que no se pueda bañar, sino que no nos dejan estar. Debería haber una convivencia entre todos, los de los clubs náuticos y nosotros”, zanja.
En julio del año pasado, la Dirección de Puertos del Gobierno Vasco puso pegas al acceso de la rampa “atendiendo a las recomendaciones sanitarias” y, de esta manera, “evitar aglomeraciones de personas para prevenir contagios de la COVID-19”. Su uso se limitó entonces a los servicios portuarios, emergencias y las personas que quisieran acceder con algún tipo de embarcación. Al ver que los espacios públicos estaban siendo “restringidos” con la “excusa” de la pandemia, la plataforma Kaia Bizirik se concentró en septiembre de 2020 en el muelle para reivindicar el baño, la pesca, el juego y recreo infantil en la rampa y toda la zona.
Parte Zaharrean Bizi, por su parte, hace suyas las reclamaciones que llegan desde los vecinos del puerto. Ester Uriarte y Loren Loidi, portavoces de la asociación, afirman que con la llegada del verano su descanso se está viendo mermado por “el ruido y las molestias” que se suceden a altas horas de la madrugada. «Y no es un fenómeno que solo ocurre el fin de semana, va a más”, advierten. Asimismo, creen que el proceso “privatizador” del muelle es imparable y que en esta zona de San Sebastián se están achicando los lugares que debería disfrutar toda la ciudadanía, no solo unos pocos. “Hemos ido toda la vida al puerto a bañarnos, nos hemos dado un chapuzón o simplemente nos hemos sentado allí. Ahora ya no nos dejan”, cuentan estas mujeres. “Nos han prohibido el baño y ahora tampoco podemos estar en la rampa. Parecemos delincuentes”, culmina Amagoia.
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