Nerea y Jon son dos jóvenes que forman parte de Saretxe, un sindicato del barrio de Gros que se creó hace unos siete años y que en la pandemia dio un salto cualitativo con una estructura más sólida y una serie de acciones concretas. Como organización sindical, tienen dos grandes objetivos, siempre con el propósito de “defender los intereses” de los vecinos desde una posición anticapitalista. “Queremos construir espacios organizativos que lleguen a tener capacidad de superar el orden de cosas existente y plantear otro modelo organizativo que no sea el modo de producción capitalista”, afirman.
Saretxe ha sido protagonista esta misma semana después de que desalojasen a dos jóvenes de una vivienda de Gran Vía perteneciente al fondo buitre Azora. Según la macroempresa inmobiliaria, la pareja había “ocupado” el piso y llamó a la Ertzaintza para proceder al desalojo en el número 10 de la calle. Frente a un nutrido grupo de agentes policiales se encontraban los miembros de Saretxe, que protestaban por una acción que consideraban injusta y desproporcionada. Este es su resumen: “Un par jóvenes del barrio que estaban dentro de uno de los pisos vacíos de Azora recibieron la visita de un ariete que tiró la puerta abajo. Tras eso, les ataron con esposas y les mantuvieron sin comunicación. Todo esto para que la vivienda pase a estar como estaba anteriormente: vacía”.
El sindicato dibuja un panorama oscuro por “un proceso de turistificación” que estaría cambiando las reglas rápidamente y se encuentra en constante expansión y mutación. El boom turístico está afectando a Gros de manera directa ahora que la pandemia es historia y volvemos a la casilla anterior a marzo de 2020. “Esta realidad la podemos visualizar en diferentes situaciones, ya sean relacionadas con la vivienda o el comercio, pero también con la utilización del espacio público”.
Ponen como ejemplo la inminente clausura del establecimiento de alimentación Espigón Berri de la calle Bermingham -“Asier, el dueño, nos dijo esta semana que cerraba”- y la imparable subida de los precios de alquiler, que tocan máximos y están más caros que nunca. En este contexto, Azora pretende expulsar a los vecinos de las calles Bermingham 1, Zabaleta 55 y Segundo Izpizua 2, dejándoles sin opción de renovar los contratos de alquiler. Según Stop Desahucios, la decisión estaría encaminada a «vaciar las viviendas y convertirlas en pisos de lujo».
Gros no es una isla en una ciudad con los alquileres por las nubes. Según los datos facilitados en octubre a EL PAÍS por la consultora urbaData Analytics (uDA), el importe medio por metro cuadrado es de 15 euros de media en San Sebastián, lo que supone un incremento de un 7,14% con respecto al año pasado. Donostia es con diferencia la ciudad con los pisos más caros de Euskadi y Navarra: Bilbao (12 euros/m2), Getxo (12 euros/m2), Irun (11 euros/m2), Pamplona (10 euros/m2) y Vitoria-Gasteiz (9 euros/m2) también viven una situación tensionada, pero más holgada.
Además, en el caso de la capital guipuzcoana hay que sumarle una trampa habitual: muchas veces los contratos se hacen por un tiempo limitado de 9 ó 10 meses, ya que los caseros les ponen las maletas a los inquilinos antes de la llegada del verano. Durante julio y agosto prefieren arrendar los apartamentos a turistas para obtener así mayor rentabilidad en menor tiempo.
Gentrificación, turistificación, Airbnb, vuelos lowcost… Estas palabras que ya son habituales tienen consecuencias directas en la vida de las gente, advierten desde Saretxe. “Supone un destierro del vecindario, ya sea por la incapacidad de hacer frente a los alquileres o por unos servicios y comercios que poco a poco cierran para dar paso a unos comercios dedicados a los turistas. Va a llegar un punto donde no podremos comprar leche, pero sí patitos de goma”. ¿Esto quiere decir que Gros se ha vendido definitivamente al neoliberalismo? Matizan la respuesta: “No. En todo caso, la han vendido”.
“Históricamente, Gros ha sido un barrio obrero. Esto podríamos basarlo en datos, pero basta con hablar con nuestros mayores para que nos cuenten historias de cómo la calle Zabaleta estaba llena de talleres mecánicos, caldereros, pequeñas tiendas de barrio o cómo los niños y niñas de San Blas, muchas de ellas en situaciones realmente precarias, vivían en las plazas y las calles mientras en la misma ciudad otras se dedicaban a vivir en la fantasía de la Belle Èpoque”, cuentan.
La solución, según estos jóvenes, pasa por meter mano al mercado inmobiliario. Para Saretxe, es una medida urgente e inevitable para revertir la situación. “Por supuesto que hay que intervenir el mercado de la vivienda; pero no solo eso, hay que poner en marcha un proceso de desmercantilización de la vivienda como tal, para que deje de ser un bien de consumo y se la trate como lo que es: un bien de primera necesidad”.
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