
19 Oct VERDE PRATO O LA AVENTURA EN SOLITARIO DE UNA JOVEN EXPLORADORA MUSICAL
Con solo un disco, la joven artista tolosarra ha elevado el pop vasco a una nueva dimensión artística al aunar tradición y modernidad.
Está pasando bastante desapercibida entre el gran público, pero Verde Prato es seguramente la gran sorpresa del panorama musical vasco de los últimos años. El proyecto en solitario de Ana Arsuaga (Tolosa, 1994) se ha salido del guion preestablecido al combinar sabiamente trazas del folk de tradición euskaldun con aires experimentales y una voz que flota misteriosamente sobre las canciones.
Verde Prato estremece y emociona sin adherirse a un estilo concreto y ya ha llamado la atención de la crítica -que la pone por las nubes- y de festivales de todo tipo, sobre todo aquellos especializados y con predilección por propuestas singulares como la suya. Tras su reciente paso por los Encuentros de Pamplona 72-22 en la librería Katakrak, el próximo 29 de octubre actúa en el marco de la 28 edición del Festival Internacional de Jóvenes Realizadores de Granada.
Ana Arsuaga no es una desconocida de la escena independiente: con los grupos Mazmorra y Serpiente no se escatimaba en oscuridad y su acercamiento al pop estaba salpicado por la inagotable frescura del post-punk y el minimalismo de grupos como Young Marble Giants. Ambos tuvieron una cálida acogida en Euskadi y podía haber seguido profundizando por esa doble vía; sin embargo, la artista tolosarra ha decidido lanzarse a la aventura en solitario y tomar nuevos derroteros.
El resultado es un sorprendente y mágico debut de siete temas y algo más de 20 minutos, Kondaira Eder Hura (2021, Plan B), suficiente para plantar una insólita semilla de lucidez y atrevimiento en nuestro entorno. Su continuación es el single Jaikiera, publicado el mayo pasado, y compuesto por dos largas canciones (la notabilísima Herria Esnatzen y Mundu Leunena) que confirman su estatus de joven perla de la música experimental con vocación de romper moldes y derribar prejuicios. No es estraño, pues, que haya sido requerida en el Sonar, la Casa Encendida de Madrid o el Primavera Sound, entre otras eclécticas y solicitadas plazas.
Si los anteriores grupos le aportaban “cosas diferentes”, ahora es ella quien pilota la nave en un aprendizaje continuo. “Tengo que hacerlo todo sola, y eso hace que tenga que ponerme a resolver todos los problemas buscando maneras que desconozco. También me permite controlar mucho más el resultado”, afirma. Todo este proceso fue aplaudido por la prensa, que rápidamente metió a Verde Prato en el saco de una nueva oleada de cantautores que expresan su identidad mirando al pasado y al futuro; en su caso se conectarían los juegos de palabras y la emoción de Mikel Laboa junto al enigmático universo del cineasta David Lynch.
“Es una manera de verlo”, reflexiona la joven tolosarra. “Al final, esas definiciones se dan a la hora de comunicar el proyecto, pero para mí es algo que bebe de muchas más influencias y que está cambiando constantemente. En la medida en la que puedo escucharme con perspectiva, yo veo que hay muchos referentes, tampoco tan claros, y que intenta ser una música con cierta libertad”.
De hecho, la libertad y la ausencia de tabúes es uno de los sellos distintivos de Verde Prato. Por momentos, se arranca a capella y su voz se estira como un chicle. En Amaren kanta, unas palmas acompañan el relato sobre una ténue percusión. ¿Dónde han quedado los géneros musicales? ¿Cuál es el límite? “No lo sé, ¡me gusta no saber dónde está!”, responde divertida.
Canta principalmente en euskera, aunque Neskaren Kanta, el cierre en castellano de su debut, es de largo su canción más escuchada en Spotify con más de 700.000 reproducciones. Se trata de una peculiar nana que sorprende por sus ritmos reggeatoneros, acompañada a su vez de una letra tan brillante como ambigua: “Papi, papi, tienes algo que no tiene nadie. / Cuando me miras la boca se me corta el aire. / Te asomaste a la ventana al final del día. / En el pecho te brillaba una luz prendida. / Qué hermoso era tu pecho, una blanca luna. / No lo cubras, la camisa solo lo importuna. / Qué herida me condena sin guardar reposo. / Hondo beso y honda muerte, la que hay en tu rostro”.
Electrónica, folclore, minimalismo; una música hipnótica, extraña y perturbadora… Aunque su carrera se transforma cada día, la mejor definición sobre Verde Prato sigue siendo la que hizo el músico donostiarra Ibon Errazkin a cuenta de su primer trabajo: “Las primeras veces que escuché el disco se me vinieron a la cabeza los momentos más abstractos de Siouxie (ciertas canciones de Kaleidoskope), el folk de clausura de Emmanuelle Parrenin y su Maison Rose, o incluso una Lana del Rey en modo medieval. Pero no parecen tanto influencias como coincidencias. Kondaira Eder Hura es ante todo un disco personal, un disco envolvente y misterioso para sumergirse y escuchar en bucle, y una presentación inmejorable de una artista llamada a hacer grandes cosas”.
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