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Por los senderos de Basajaun

San Juan Zar, arcaicos ritos solsticiales

Quizás el elemento más representativo y conocido de la noche mágica de San Juan sean las hogueras que se encienden a lo largo y ancho de nuestra geografía

Ilustración: Santiago Farizano

Despacito la primavera avanza, siguiendo su telúrico ciclo, en su camino, nos ha regalado el estallido de la naturaleza, el renacer de plantas, flores, animales, nos ha regalado un mosaico de verdes, dignos de la paleta de un pintor, de vida renovada. El verano asoma, ya a la vuelta de la esquina, los frutos se van sazonando gracias a la acción del sol… el sol, el astro rey. Precisamente estamos cercanos a vivir su época de máximo esplendor, estamos cercanos a vivir el solsticio de verano.

El nombre del propio mes de junio, en euskera “Ekaina” (ekhi significa sol en euskera suletino), nos susurra la importancia que este tuvo en el día a día de nuestros ancestros, lo que nos demuestra su importancia, pues gracias a él tenemos luz, calor, alimentos, en definitiva, vida. El solsticio es un momento cargado de magia, de fuerza ancestral y purificadora, un momento profundamente misterioso, repleto de leyendas y de ritos, viejos como el tiempo, y sobre todo, un momento de unión íntima con la naturaleza. Es esta una de las grandes fechas del calendario tradicional, tanto de los vascos como de otros pueblos de índole agrícola, pensemos en celtas, germanos o nórdicos, entre otros. Esta fecha, con todos los ritos naturalistas que esconde, se cristianizó bajo la advocación de San Juan Bautista, figura vinculada con las aguas, curiosamente, un elemento primordial en los ritos del solsticio de verano.

Quizás el elemento más representativo y conocido de la noche mágica de San Juan sean las hogueras que se encienden a lo largo y ancho de nuestra geografía. Fuegos y humos purificadores, preventivos, que antiguamente se encendían con hierbas muy concretas, generalmente en encrucijadas de caminos, alrededor de los cuales se danzaba manteniendo siempre la fogata a la derecha. Fuegos que representaban al sol, lo veneraban, no en vano es su gran momento, la fecha de mayor esplendor del astro rey, se creía que en la mañana del día de San Juan, el sol salía bailando. Viejos usos, hoy ya casi olvidados, pero que para nuestros ancestros era algo perfectamente estudiado, importante y cargado de porqués, que hoy no acertamos a comprender. Pero además del fuego, en el solsticio de verano encontramos otros dos elementos primordiales en todas las ceremonias que tienen lugar en esta fecha, estos son las plantas y el agua. Plantas y árboles, elementos sagrados, fundamentales en los viejos usos y creencias, que aún hoy podemos sentir y tocar, como por ejemplo la costumbre de enramar las puertas con fresno, espino o avellano o la de colocar cruces de fresno, uno de los árboles mágicos de los vascos, en las puertas de los caseríos.

Pero fijémonos en el papel del agua en los usos de esta mágica noche. Era costumbre en muchos pueblos de Euskal Herria, tomar baños de rocío en la mañana de San Juan, tradición conocida en varios de estos lugares como Sanjuanarse. Muchas son las fuentes de San Juan como la de Donazaharre, la de Iturriotz en Aia, o la de Zumaia, que son testigos de la renovación anual de viejas costumbres solsticiales vinculadas al líquido elemento, beber de sus caños, caminar sobre sus aguas, son solo algunos ejemplos de estos viejos ritos.

Pero hay un lugar al que guardo un especial cariño, se trata de San Juan Zar, o San Juan Xar. Bañado por las brumas eternas del Bidasoa, el gran río de los vascos, oculto en medio de un profundo bosque, como queriendo guardar su secreto ancestral, telúrico, se encuentra este pequeño santuario de la naturaleza. Es muy sencillo acercarse a sus misterios, basta con tomar la carretera que une las localidades de Igantzi con la de Arantza, ambas pertenecientes a la comarca Navarra de Cinco Villas o Bortziriak. Una sinuosa carretera nos lleva hasta una cantera, un poco más adelante en una pronunciada curva que salva el río Latsa, encontramos a la izquierda un pequeño rincón para dejar el coche, justo al otro lado de la carretera, vemos el arco de piedra que da acceso a este mágico rinconcito.

Pero, te propongo, amigo lector, una pequeña variante, vamos a acercarnos a este entorno sublime, de otra forma, caminemos, despacio, un corto pero hermoso sendero que nos llevará hasta el conjunto de San Juan Zar. Para ello, dejaremos el coche en la cantera antes citada y cruzamos un puentecillo de madera que nos sumerge, sin más preámbulos, en un delicioso bosque de carpes. Nos encontramos en un sitio sin par, esencial, primigenio, este es el único lugar en toda la Península Ibérica en el que el carpe crece de forma natural.
El carpe (Carpinus Betulus), es un árbol originario del sur, oeste y centro de Europa, al que también se conoce como abedulillo, presenta unas hojas a medio camino entre las del haya y las del chopo, su corteza adquiere un tono que tiende al verde o al gris, es un árbol que ama la humedad. Antiguas creencias del centro de Europa cuentan que la madera de este árbol, era buena para la fabricación de varitas mágicas para la adivinación.

Mis viejas botas acarician el sendero entre carpes y de pronto nos encontramos sumergidos en la inmensidad el bosque, como si este nos abrazara con su telúrica energía de raíces profundas, realmente es un lugar único. Despacio, disfrutando de cada paso, llegamos a la gruta de San Juan Zar, el camino no tiene perdida. Un impresionante castaño viejo, vigila el acceso a este entorno mágico, como un arcaico guardián de los tiempos. Pero ciñámonos a la costumbre, antes de entrar en la cueva, bajemos por las escaleritas que salen a la izquierda, y que nos llevan a la fuente de San Juan, que mana justo debajo de la caverna. Nos topamos directamente con la tradición, tradición que cumplen a rajatabla las gentes de los pueblos de la zona que cada mañana de San Juan, se acercan a cumplir con el rito heredado de sus padres y abuelos. La costumbre manda beber el agua de los tres caños que manan de la fuente, luego, si es necesario, se humedece un trapo y se aplica el agua en algún lugar afectado por alguna dolencia cutánea, después se deposita el paño junto a la fuente a la espera de que el párroco los recoja y los queme. Luego los presentes se descalzan y caminan con los pies sumergidos en el agua del canal que surge de la fuente y llega al cercano riachuelo. Estamos ante un antiquísimo ritual de purificación vinculado a las aguas, lo estamos viviendo, siendo participes, acariciándolo. Tras ello los paisanos, suben a la gruta donde se celebra una misa, sorprende profundamente la mezcla de ritos paganos vinculados a la naturaleza, con ritos cristianos, que se dan casi a la vez en este lugar, y sorprende la naturalidad con la que las gentes de estas montañas los llevan a cabo.

La gruta que esta sobre la fuente, se ha cristianizado con un altar, pero todo en ella nos susurra su pasado como lugar sagrado, vinculado a la natura, probablemente en este lugar se daría un culto a algún dios de la propia naturaleza. La entrada a la gruta, es un agujero excavado en la roca, dato que nos indica que por allí solo podrían acceder determinadas personas iniciadas. En un rinconcito de la caverna nos topamos con otra gran sorpresa, una estatua de una especie de Basajaun sentado, a sus pies un animal que pudiera ser un lobo. El Basajaun es el señor de los bosques en la mitología vasca, hay estudiosos que afirman que este numen sería la representación del propio árbol, al que antiguamente se rendía culto y que adquirió forma humana en el momento en que se pasó de una religión animista a una politeísta. En el caso de San Juan Zar, bien pudiera tratarse de un viejo culto al carpe, quien sabe, pudiéramos estar ante la representación, con forma humana de un antiquísimo culto al árbol que pudo darse aquí.

La cristianización del lugar nos dice, que esta figura representaría a “San Juan el Viejo”, los dioses de la vegetación siguen las fases de la naturaleza, por lo que este “San Juan el Viejo” moriría en la noche de San Juan, para renacer como “San Juan Txiki” en esa misma noche mágica, de nuevo nos topamos con la renovación y la mezcla de ritos.
Misterios de nuestras montañas que probablemente nunca lleguemos a desentrañar, y tal vez, ahí estribe su profundo magnetismo, ese mismo magnetismo que atrae a muchos de nosotros sin remedio.

Retomemos el camino de regreso, dejemos a las gentes de Bortziriak a solas con su rito, con su lugar, al fin y al cabo es su momento, al fin y al cabo son sus montañas. Nos despedimos de San Juan Zar, me abrazo a la rugosa corteza del castaño como si de un viejo amigo se tratase, y continuo mi caminar acariciado por los carpes, feliz, pleno, sabedor de que hay caminos, muchos caminos, que nos llevan no solo a lugares mágicos y bellos, sino caminos que nos llevan directos a nuestras viejas raíces.


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