Lo primero que recibió Iván Martín fue un abrazo, un cariñoso regalo a modo de bienvenida. Acaba de llegar y ya se siente uno más, como si formara parte de un mismo equipo de trabajo. “Somos una comunidad”, exclama orgulloso. “Cada uno de los bares y restaurantes que estamos aquí aportamos algo nuevo y diferente a esta ciudad y creo que eso es algo muy bonito. Fomentamos una idea de barrio distinta, con personalidad propia y donde no hay rivalidades; al contrario, tenemos muy buen rollo entre todos”, resume este catalán de 41 años que hace apenas dos semanas aterrizó en la calle Reyes Católicos abriendo su primer local propio, La Bandida. En esta vermutería de aspecto informal la música es pura alegría y sirven coloridas raciones, bocadillos y hamburguesas.
El periplo de Iván recuerda al de esta zona peatonal que muta de piel con asiduidad. Vino de vacaciones hace 13 años, se enamoró de San Sebastián y se quedó. Ha pasado por los bares Atari, Sirimiri, ¡Be! Club, Polka… Todos ellos en la Parte Vieja. Su flechazo con Reyes Católicos ha sido instantáneo. La Bandida sustituye a la sanguchería peruana Ekeko partiendo de una premisa innegociable: cero dramas. Fuera tensiones. Aquí uno viene a pasárselo bien y ya está. “Quería un sitio divertido y que yo mismo se lo pudiera transmitir a la gente”, cuenta Iván apoyado en una barra de inspiración madrileña. El color rojo se impone, desde la pintura de las paredes a los posters. De pequeño, su padre le llamaba bandido, de ahí el nombre del establecimiento.
Además de subirse al carro del vermú casero, contará con una carta fija y otra de carácter nómada que irá adquiriendo sabores y texturas de distintas regiones del mundo. “Ahora tenemos un concepto tirando más a Estados Unidos con una burger explosiva, el pastrami, el crab roll californiano… Pero como yo no puedo estar quieto, La Bandida tampoco lo está. Más adelante la carta se mudará a Perú o a donde toque. Ya veremos. ¡Aburrirse está prohibido!”, sentencia a modo de eslogan mientras suena La Flaca de Andrés Calamaro.
La terraza de La Bandida está situada entre el veterano Udaberri y Old Town Coffee, uno de los bastiones de culto cafetero de Donostia donde se mima el producto y la forma de servirlo. Los seguidores de estos baristas brasileños son legión y es muy habitual que sus cafés salgan acompañados de vistosas tostadas. La de aguacate, tomate y jamón ibérico se llama LOT y se ha convertido en marca de la casa. Enfrente tiene su ubicación la histórica librería Zubieta que capitanea Adolfo López Chocarro, uno de los libreros más respetados de Gipuzkoa. En 2016 se mudó de la plaza Gipuzkoa al número 3 de Reyes Católicos. A su lado resiste un viejo conocido, el café Viena; también continúa la pequeñita tienda de ropa vintage Canesú; y, otro mítico establecimiento, El Rey de las fiestas, luce su incombustible escaparate kitsch.
Unos metros más adelante, haciendo esquina con la calle Larramendi, se encuentra El Bombín. Su dueño, Eduardo Vergara, ha dado con la fórmula idónea en estos tiempos de aprietos económicos. “Lo hemos convertido en un coworking gastronómico. Dentro del local hay una barrita que pertenece a Kai Sushi bar, así que somos dos negocios distintos que compartimos un mismo espacio”, explica este sumiller de origen chileno. “De esta manera, ahorramos gastos y nuestra oferta de bocadillos y fritos se amplía ofreciendo también sushi”, añade.
Vergara se declara fan absoluto de esta calle. “Me encanta. Llevó 15 años en Donostia y siempre he venido por aquí. Tiene mucha proyección. Los últimos en venir han traído savia nueva y proyectos innovadores. Es muy buena noticia que sigan abriendo locales nuevos”, recalca en la puerta de su local.
La Cantina argentina 1985 es uno de ellos. En realidad, se trata de uno de los múltiples proyectos en los que está metido el reputado chef Paulo Airaudo, donde se reivindica la cocina de raíz en un ambiente underground y callejero. Viene a ser un cruce entre el mundo del asado argentino y un local berlinés lleno de grafitis con constantes guiños al país de Leo Messi y el escritor Ernesto Sábato. Acaba de salir un cliente, parece que satisfecho. “Nos ha dicho que se ha sentido como en casa, que se acordó mucho de Argentina. Para nosotros es todo un elogio”, dicen sus camareros. Esa es precisamente una de las claves del local: que los manjares que salen de la parrilla y los vinos, también argentinos, aporten autenticidad. Solo el olor del carbón que se cuela al comedor ya apunta maneras.
En el exterior, los bares de siempre (Vallés, El Rincón) funcionan razonablemente bien un viernes al mediodía. La gente pasea despreocupadamente a las puertas del fin de semana. Iñigo Lontxo se encuentra trabajando en el altillo de su estudio. LTX Tattoo Eléctrico surgió justo antes del boom de los salones de tatuaje, que están colonizando las calles de medio mundo. Donostia no se libra de la fiebre: solo en esta zona conviven tres establecimientos de este tipo. Iñigo, que en su día también pasó por el bar Udaberri, conoce al dedillo los vaivenes de Reyes Católicos.
Cuenta que el tramo más alejado de la Catedral estaba “muerto” hasta que apareció la cervecería Drop. Empezó a dinamizar esta parte y entonces afloraron nuevas propuestas; algunas se quedaron en el camino, otras siguieron. “La esquina donde está El Bombín nunca ha funcionado hasta que lo ha cogido Edu. Nadie ha durado tanto como él”, asegura. En su local se mantiene intacta la esencia de un antiguo taller de coches que empezó allá por los años 60. El característico logo de los neumáticos Pirelli impreso en los azulejos delata su pasado automovilístico. Un cartel enorme de Michelín preside el espacio al lado de sus expresivos dibujos y bocetos. “El interior lo iban a cubrir de pladur y yo les pedí que lo dejaran como está”, explica Iñigo que recuerda cómo un día el antiguo responsable del taller pasó por el estudio y “flipó” al ver que todo seguía igual que antes.
En las arterias adyacentes a Reyes Católicos la pandemia ha hecho más daño. Al no ser peatonal, las terrazas no han podido campar a sus anchas. Uno de los damnificados es el bar El Nido, abierto desde 1917 y que trata de reenfocar el negocio como buenamente puede. “Nuestra pelea es distinta a la de los locales de la calle Reyes Católicos. Hoy en día tener una terraza es importantísimo. Lo fue cuando salió la ley Antitabaco y ahora con la pandemia mucho más”, advierte Óscar, su dueño desde 1985.
El deseo de este veterano hostelero es poder exprimir al máximo las horas del día ofreciendo bebida y comida a modo de picoteo. En la barra hay un muestrario de conservas, varias tartas saladas y empanadillas. “Cuando nos den un poco de chance y todo esto pase no creo que la noche se alargue tanto como antes. Va a estar más complicada. Para subsistir hay que reciclarse y necesitamos rellenar otras franjas horarias”, afirma en el interior de este hermoso bar centenario, santo y seña de una zona en continuo reciclaje.
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