Adorado por unos pocos, ignorado y desconocido por la mayoría, los últimos 10 años de vida de Rafael Berrio han sido también los más productivos. Publicó cuatro excelentes discos (“1971”, “Diarios”, “Paradoja” y “Niño Futuro”) a camino entre la poesía y las guitarras eléctricas, una combinación muy poco habitual en la música española que el donostiarra manejó con maestría. Quizás por haber elegido un camino poco ortodoxo por aquí -¿era un cantautor metido a rockero o un rockero en la piel de un cantautor?- no consiguió romper la barrera del circuito underground compuesta, básicamente, por críticos, melómanos y músicos. Sorprende la cantidad de grupos que ayer lloraban su pérdida, víctima de un cáncer que le perseguía desde hace un tiempo y truncó su vida a los 56 años. Desde Amaral a Nacho Vegas, muchos iconos de la escena independiente y más allá reivindican su legado.
Su carrera se quedará inevitablemente asociada a un aura de malditismo. No le importaba lo más mínimo. Hace unos años me confesó que nunca había tenido un público tan selecto como el de una actuación en Granada en el bar Ruido Rosa: acudieron una treintena de fans, entre los que estaban miembros de Los Planetas, Lagartija Nick, escritores, periodistas y otras figuras insignes de la ciudad. Ese era su ecosistema favorito. Cuidaba sus apariciones en prensa, aunque era constantemente reclamado por los periodistas musicales. Jugaba al despiste entre su alter ego de rock-star y su encantadora personalidad. Exigía que las preguntas de las entrevistas se hicieran por MAIL (escrito como se lee) y después te las devolvía con correcciones tipo “esto no es una pregunta”, “no te respondo” y otra serie de divertidas ocurrencias. Asiduo a los bares (Bukowski, Geralds, El Cohete), era en realidad una persona afable, sonriente y muy accesible: no le importaba sacar la guitarra e improvisar una canción en petit comité.
Con la mayúscula Simulacro, single del álbum “1971” (2010), pudo haber escalado del underground a cotas más altas. Se quedó a las puertas. Había fichado por Warner, que se encargaba de la distribución de su trabajo. El vídeo de la canción causó un enorme impacto, pero apenas llega a las 150.000 visualizaciones en Youtube. Una hazaña para un artista de culto, una birria en la ensalada competitiva del mainstream. Asociado al pianista Joserra Semperena, se encargó de darle forma a un díptico de aires afrancesados (“1971” y “Diarios”) y se metió a la crítica en el bolsillo. Rafael Berrio, el artista favorito de músicos y periodistas.
Por supuesto, la carrera de Berrio empieza mucho antes, cuando perteneció a la primera oleada del Donosti Sound en los 80 al frente de UHF y, ya en los 90, con sus proyectos Deriva y Amor a traición. Sus últimos dos trabajos le devuelven al terreno rockero de Lou Reed-The Velvet Underground salpicado de nihilismo, existencialismo y gotitas de acidez y humor negro. Todas estas canciones son oro puro. Se ha ido el más grande. Nuestro Reed, nuestro Dylan y nuestro Morente.
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