La borrasca barría con fuerza las dulces praderas de altura, los vientos del noroeste se empeñaban en que retrocediéramos, ese día, la montaña deseaba quedarse a solas consigo misma. Pero nuestras viejas botas de hojarasca y de atardeceres, no se dejan amedrentar fácilmente, y con terquedad, caminaban entre la hierba mojada de aquella tarde de otoño. De pronto, tras alcanzar la coqueta cima de la montaña, la niebla, nos dio un respiro, y se abrió una ventana abierta a un sutil mundo de belleza descomunal, una ventana dispuesta a regalarnos un sublime espectáculo, un paisaje impresionante. Valles escondidos, bosques coloristas, cumbres altivas, tapizaban un inabarcable horizonte. Y allí, abajo en medio del collado abierto a los cuatro vientos, el conjunto de cromlechs blanquecinos se empeñaba en atraernos insistentemente hacia su magia irresistible. Y nosotros, simples buscadores de la belleza, no podíamos, ni queríamos ofrecer resistencia alguna, y nos lanzamos sin dudarlo a descubrir su telúrica esencia.
En el bello pueblecito de Arano, es la única localidad navarra, junto con la torre de la iglesia de Zugarramurdi, desde la que se ve el mar Cantábrico, esa hechicera porción de Océano Atlántico. Es el punto de partida para comenzar el pausado caminar, en el que descubriremos uno de los parajes más bellos de nuestras montañas. Uno de esos parajes que te deja un poso especial, de esos que no dejan indiferente a quien se acerque, con la mente y el corazón abiertos a disfrutar de su belleza milenaria. Aparcamos el coche en la localidad, y buscamos una pista en dirección sur, que pasa junto a la parroquia del pueblo. Avanzamos por ella, y rápidamente, topamos con la ermita de San Roque, levantada al amparo de la cumbre de Aranomendi, esta ermita tiene una curiosa aguabenditera en el exterior del templo, que se llena con el agua de lluvia. Seguimos caminando por la pista y unos metros más adelante, alcanzamos el collado de Oraune, reconocible por un pequeño aparcamiento que en él se Ubica. Desde el collado, vemos una pista que continua en dirección sur, a nuestra derecha, la tomamos y caminamos por ella unos metros, hasta dar con un sendero que sale a nuestra izquierda. Tomamos algo de altura por él, y enseguida optamos por otra senda a nuestra derecha, que se dirige decididamente hacia le cordal de Arriurdingain.
Nos sumergimos de lleno en este cordal, para paulatinamente, ganar altura, pasando por un buen número de túmulos y de cromlechs. Las vistas se van abriendo ante nosotros, regalándonos un espectáculo inigualable, de esos que tan solo nos sabe regalar la magia de las montañas. A nuestra izquierda se presentan unos preciosos círculos blancos, esparcidos por el collado que se abre ante nuestros pies. Su energía milenaria nos llama, pero debemos esperar un poquito más, antes de lanzarnos a descubrir sus secretos. Antes llegaremos, tras un acusado descenso, al collado de Errekaleku, importante nudo de comunicaciones desde tiempos inmemoriales. Según descendemos, una impresionante panorámica nos sumerge en las montañas que nos rodean, frente a nosotros se levantan magnéticas las cumbres de Leuneta y de Unamuno.
Siempre me ha gustado llegar a estos collados abiertos en mitad de la montaña, collados que atesoran una energía especial, que se siente en cada rinconcito. Tal vez sea, que por estos senderos han caminado personas desde el neolítico, transhumando con sus rebaños buscando la calidez de los valles en el invierno, o la frescura de la hierba de altura en el verano. Quizás el poso atávico de aquellos que nos precedieron, quedó enredado, como la bruma en los árboles, en estos parajes, quizás por eso son tan terriblemente atractivos.
Tras disfrutar de los numerosos megalitos que se ubican en el collado, tomamos una marcada pista a nuestra izquierda, que en una componente NE, se dirige hacia los cromlechs que hemos visto desde el cordal cimero. Rápidamente llegamos a este sobrecogedor enclave, dominio de las aves y el viento, que se abre sobre las montañas pirenaicas. Se trata del conjunto de monumentos conocido como cromlechs de Urgarata, quizás uno de los mejores conjuntos de cromlechs de nuestras sabias montañas. Son un total de nueve círculos pétreos, repartidos entre las estaciones de Urgaratako Lepoa y Urgaratako Gaina, , incluso supera los ocho metros de diámetro.
Los cromlechs son monumentos funerarios, si bien son mucho más escasos que otros monumentos de este tipo. Hay, muchas teorías sobre su función, la de enterramiento, pero también se cree que posteriormente se utilizaron como puntos de reunión, templos, e incluso observatorios astronómicos. Lo que sí sabemos es que son círculos de piedras, que suelen entrelazarse, en el centro se colocaba una estructura de piedras llamada cista, donde se colocaban las cenizas del difunto.
Parece ser que surgieron por estas tierras en torno a los años 1200 a 600 a.C., si bien parece que algunos de Europa serian anteriores, de la Edad del Bronce. Su localización geográfica va desde los países nórdicos, Inglaterra, la Bretaña Francesa, Península Ibérica, la India o América.
El nombre cromlech, deriva del bretón kroum (corona), y lech (piedra).
Los cromlech encierran una variada mitología, los personajes más vinculados con estos monumentos megalíticos son los “mairus”, genios no cristianos.
Estos númenes, son presentados en la mitología vasca, como constructores de diferentes elementos megalíticos como pueden ser cromlechs y menhires. Los Mairi, son genios de sexo femenino de fuerza colosal, que son muy característicos de Baja Navarra, en otros puntos adquieren diferentes nombres, como Amilamia. Se dice que fue el humano más antiguo que habitó estos lares.
Los mairu, maide y mairi, es como se designa, principalmente en la zona norte de los Pirineos, a seres de otro tiempo no cristianos, hasta hace recientemente poco tiempo, se designaba mairu a alguien sin bautizar. Se les atribuye el ser constructores de casas fuertes, dólmenes y cromlechs. Algunas leyendas cuentan que el brazo desecado de mairu o un hueso del mismo, o también un hueso de un niño muerto sin bautismo tiene virtudes misteriosas. Su nombre es Mairu beso, y el genio lo utiliza como antorcha para alumbrar de noche y adormecer a los habitantes de alguna casa.
Maide, también conocido en la zona norte, es constructor de megalitos. Suele bajar de noche por la chimenea, para recibir las ofrendas que le dejan los moradores de la casa al acostarse.
Es bastante común en las leyendas vascas, el ver personajes míticos de fuerza descomunal, ser los constructores de megalitos, o de peñones, como son los propios Mairis, pero también los jentiles, Sansón o Roldán, e incluso las lamias, las hadas de las aguas.
Saboreamos el paraje, con todos nuestros sentidos, sus vistas, su energía milenaria, su magia en cada rincón del collado. Queda regresar, para lo que tomamos una pista que se dirige hacia el norte, en dirección a un cercano bosque. Caminamos por ella sin perdida saboreando lo vivido, lo visto en las alturas, en los collados de la montaña mágica, aquella que nuestros antepasados eligieron para enterrar a sus muertos. Tras pasar por una preciosa borda en un rincón realmente bucólico, y atravesar unos maravillosos bosques, alcanzamos nuevamente el collado de Oraune. Solo resta retornar por el mimo camino que pasa junto a la ermita de San Roque hasta nuestro punto de partida.
Los cromlechs de Arano, quedan allá en su feudo de viento, de magia, de historia, de secretos, de energía atávica, en su legendario feudo de belleza.