Poquito a poquito, las dulces y amables cimas herbosas de nuestro Pirineo, ese Pirineo hechizante, van dejando paso a cumbres cada vez más elevadas, más abruptas, dominadoras desde sus magnéticas alturas de valles intrincados, hoy casi olvidados. Las cimas van adquiriendo la embriagadora atracción de la altitud, las alfombras de verde inmaculado van cediendo ante los laberintos calizos, los mágicos bosques de hayas, robles, castaños y fresnos, van quedando abajo, al calor de los valles, arriba, nos encontramos en el reino del frío y el viento.
Esas cimas despiertan, en aquellos que amamos los espacios abiertos y libres, una irremediable atracción, nuestras cabezas, libres igualmente, trazan rutas en las que poder disfrutar del susurro del viento, mecernos en manos de los collados, disfrutar de la indescriptible sensación del viento acariciándote la cara, en definitiva, de la libertad en estado puro. Tal vez sea por eso por lo que amamos las montañas, por ofrecernos la posibilidad de ser realmente libres.
En uno de estos vallecitos casi olvidados, acurrucado en la vertiente norte del Pirineo bajonavarro, encontramos uno de los lugares de referencia en la vieja mitología de las montañas. Un lugar que guarda, que atesora una leyenda vinculada a la diosa Mari, un lugar donde se mezclan de forma casi surrealista, los viejos cultos naturalisticos, con la religión cristiana, en una simbiosis difícilmente explicable e inaudita. Si a todo ello le sumamos la belleza radical que se presenta ante nuestros ojos, se convierte en un lugar al que debemos huir, buscar su esencia, descubrir pausadamente su magia.
Pero vayamos despacio, como merece este rinconcito, saboreemos cada paso acompañados por la tradición, y por los secretos de la hojarasca.
Viajemos hasta el recóndito valle de Aritzakun, en tierras bajonavarras, allí localizaremos la gruta de Arpeko Saindua, alcanzaremos dos cimas hermosas, Iduzkimendi y Artzamendi, sabremos de viejos monumentos erigidos en los collados por nuestros antepasados, dejaremos volar nuestros sentidos sobre las cumbres pirenaicas, en definitiva, viviremos.
Llegamos hasta el pueblo de Bidarrai, donde estacionamos nuestro vehículo junto al río Nive o Errobi, pronto lo cruzamos por el precioso puente de Noblia, y giramos a nuestra derecha. Caminamos unos metros por el asfalto en dirección a la localidad de Itsasu, y cruzamos un puentecillo que salva la regata Baztán, para ir remontando la carretera, hasta un cruce en el que seguimos recto acompañando al río, momento éste en que dejamos la ruta hacia Itsasu. Seguimos ahora por un estrecho carretil asfaltado, para salir del pueblo y llegar a un punto donde vemos las indicaciones rojas y blancas del sendero GR-10, continuamos por la carretera acariciando siempre el cauce del río. Cuando llevamos caminados algo más de 2 kilómetros, una pista, a nuestra derecha nos lleva hasta otro puente que, tras cruzarlo, la ruta toma ya un carácter ascendente, y nos acerca hasta el caserío Arruxia.
Desde esta casa, un sendero va ganando altura avanzando cómodamente por la ladera de la montaña, siguiendo las marcas del GR-10. La vista es impresionante, el pico Irubelaskoa, del que alguien dijo que era la montaña más bonita de nuestra tierra, llama poderosamente nuestra atención sobre la barranca de Aritzakun. El camino es una delicia, así pausadamente, nos vamos arrimando hasta la mágica cueva de Arpeko Saindua o de Zelharburu. Accedemos a ella por unos escalones con pasamanos.
Estamos en un lugar de culto, que posiblemente hunda sus raíces en los tiempos prehistóricos, sobrecoge el hecho de estar en este lugar, algo especial se respira en el profundo silencio de la caverna, algo mágico, misterioso, inexplicable, maravilloso. Se ven pequeñas cruces de madera colocadas por las paredes, medallas, rosarios, monedas, junto a una cruz de hierro y una virgen- Nos encontramos ante un ejemplo de cristianización de un antiquísimo culto a la Madre Tierra, en lo más profundo e intrincado de nuestras viejas montañas
Pero aún nos queda descubrir a la protagonista de la leyenda, de nuestra ruta. Hacia la izquierda unos cuantos escalones llevan a la galería donde encontramos una estalactita, con forma de torso humano, conocida como “La Santa de la Cueva”. A esta columna, se le atribuyen poderes curativos debido a que, era creencia, que el agua que mana era beneficiosa para enfermedades cutáneas. Una antigua leyenda cuenta:
“Sucedió que un día, una niña se perdió en el monte, y tan solo se encontró su cabeza. Durante muchos años a partir de ese día, desde la montaña y en mitad de la noche se escuchaba un grito que decía:
- Ago!, Ago! (Aguarda!, Aguarda!)
Al tiempo, unos pastores vieron entrar durante el amanecer una luz que entraba en la cueva de Zelharburu, los hombres decidieron entrar en la caverna donde se encontraron con la estalactita, que era como una figura pétrea descabezada. Desde entonces, se la ha tenido por curativa de las enfermedades cutáneas, y se dejaron de escuchar las voces”
Esta leyenda pertenece al ciclo de la diosa Mari, la principal deidad del panteón vasco, son varias las historias que hablan de chicas secuestradas por la diosa a lo largo de la tierra de los vascos, Mari es la heredera del arcaico culto a la Ama Lur, la Madre Tierra, representada en cavidades, haciendo referencia al útero materno.
Otra leyenda vinculada a esta cavidad es la siguiente:
“Un día los dueños del caserío Arrusia, decidieron cerrar la boca de la cueva de Arpeko Saindua, con una piedra y cobrar el acceso a la misma a los peregrinos. Al poco, las ovejas del caserío se precipitaron por un barranco, lo que tomaron como un aviso de la dama, y liberaron la entrada nuevamente.”
Hay quien afirma haber visto a una chica peinando sus cabellos a la entrada de la cueva, y afirmar que la cavidad está repleta de seres monstruosos.
Sentado en la boca de la cueva, contemplando el valle que se abre paso tercamente entre sinuosos barrancos, a mis pies, el silencio me rodea, una calma como no se encuentra en ningún otro lugar, la belleza y el encanto de Arpeko Saindua, me acompañará durante tiempo, es la magia de nuestras viejas leyendas. Pero debemos continuar.
La ruta continúa siguiendo las marcas del GR-10, para pasar bajo los espolones rocosos del pico Zelhaiburu, en camino ascendente hasta ganar el collado homónimo, donde en un cruce dejamos a nuestra izquierda la ruta hacia las Peñas de Itsusi, y tomamos hacia la derecha para ir ascendiendo diferentes lomas herbosas y alcanzar finalmente el collado de Meatse, que se abre abierto a los vientos pirenaicos entre los picos de Artzamendi y de Iduzkimendi.
Nos hallamos en uno de los lugares más importantes a nivel arqueológico de nuestra tierra, son varios los monumentos megalíticos que allí nos esperan, los dólmenes de Iguzki y de Iuskadi, el conjunto de cromlechs de Meatsekolepoa y de Meatsekobizkarra, y el soberbio monolito de Artzamendi en muchos casos muy maltratados por las pistas, excursionistas,… Pero también nos encontramos en un lugar profundamente magnético, un altozano abierto a las montañas pirenaicas, en el que nuestros ancestros decidieron enterrar a sus muertos, sintiendo sin duda, esa energía misteriosa de los collados abiertos.
Desde aquí podemos alcanzar primero la cota de Artzamendi, si bien la carretera y las construcciones que pueblan su cima de 926 metros, quitan belleza a la cumbre, no lo hacen las impresionantes vistas que se disfrutan desde ella. Retornando al collado de Meatse, alcanzamos sin dificultad la cima de Iduzkimendi, de 842 metros de altura, caminando sin sendero marcado hasta su herbosa cima, en cuyo vértice encontramos lo que pudo ser un dolmen.
Tras disfrutar de estas dos cimas, de su energía, su libertad radical, solo nos resta regresar por el collado por el que hemos subido, hasta nuestro punto de partida.
Regresar plenos, de belleza, imbuidos por esa energía arcaica, irresistible, de los parajes mitológicos, de la armonía de las cumbres, del susurro del viento y la hojarasca.