Imaginemos un bucólico valle de mil y un tonos de ocres en el otoño, cuando las nieves comienzan a susurrarnos, quedamente, que se aproxima el invierno.
Imaginemos un bucólico valle, donde se funden impresionantes robledales, campos de cereal, o encinares mágicos, bosques y tierras de labranza, unidos eternamente.
Imaginemos un valle donde sus recias casonas de piedras labrada nos susurran viejas historias contadas al calor de la lumbre del hogar, al son de las castañas asándose en el tamboril.
Imaginemos un valle, guardián de viejos relatos mitológicos, de usos y costumbres antiguas, de una cultura milenaria, que poco a poco se nos escapa entre los dedos de las manos.
Imaginemos un valle que no dejará indiferente al caminante que se acerque a sus veredas, que se deje embaucar por la magia telúrica de sus mil y un rinconcitos, un valle en el que dejar volar nuestra imaginación y vagabundear por sus veredas de hojarasca.
Ese valle, se agazapa dulcemente al abrigo de las laderas de una de las grandes montañas de los vascos, el Gorbea, al sur de esta montaña se acurruca el valle de Zuia. Descubrir este vallecito es una autentica delicia para los sentidos, un entorno de belleza sencilla, donde descubrir con nuestro pausado caminar un poquito más de nosotros mismos.
La vieja mitología vasca, ubicó aquí la morada de uno de los seres mitológicos más terroríficos, Tartalo, el monstruo de un solo ojo, antropófago y cruel.
Descubramos pausadamente este rinconcito del territorio alavés, caminemos a buscar las mágicas Peña de Oro o Atxabal, caminemos para saber de su antiguo poblado prehistórico, de su historia vieja, de su Santuario.
Nuestra ruta parte de la pequeña aldea de Domaika, donde anualmente se celebra la fiesta de la caza de la Pistia, otro mítico ser que moraba por estas tierras. Aparcamos en la localidad y salimos en dirección hacia la carretera que se dirige a Jugo, pronto tomamos una calle hacia la izquierda que se dirige al cementerio de la localidad. Antes de ascender a Peña de Oro, podemos visitar la pequeña, pero bonita, cota de Intusi, que nos regala unas preciosas vistas sobre el espolón rocoso de Peña de Oro. Desde el camposanto, una pista sale a la derecha, que tomamos, caminamos por ella, se trata del tradicional camino de ascenso que desde Domaika llevaba a los vecinos al Santuario de Oro. A media ladera, por el bosque trazamos varias curvas hasta un collado, donde tomamos el camino que sale a nuestra derecha, hasta un portón que cruzamos para alcanzar la despejada cima herbosa de Intusi (817 m.). Retornamos al collado, para encarar directamente un marcado camino que se dirige hacia un bosque bajo la rocosa cima de Peña de Oro. Tras salir del bosque nos topamos con una pista que llega directamente hasta la cumbre de Peña de Oro (888 m.). Las edificaciones de la cumbre acompañan una cruz que corona esta coqueta cima sobre el valle, mezcla de rocas y praderas de altura, un dulce regalo para nuestros sentidos. Descendemos hacia el Santuario de Oro, perfectamente visible hacia W., por terreno donde se mezclan praderas con rocas, éstas un tanto pulidas por lo que en días de lluvia pueden resultar resbaladizas. El caminar es delicioso, asomándonos a las barrancas de Zuia, con el ojo puesto en el precioso Santuario de la montaña, junto al que se agazapa la antigua ubicación del castro prehistórico. El Santuario de Nuestra Señora de Oro, está edificado en el roquedo, construcción de piedra, cuya referencia nos lleva hasta el año 1138. La Virgen es la patrona del valle, que en septiembre celebra su romería en el Santuario. Un poco más alejada, en una campa cercana, vemos una interesante cruz datada en 1605, que presenta varios relieves. En esta zona, Joxe Miguel de Barandiarán, localizo allá por el año 1918, restos de un antiguo poblado o castro de la Edad del Hierro (siglo IX a.C.), que nos habla de la antigüedad e importancia del enclave en el que nos encontramos. Estamos en un lugar cargado de historia, de leyenda, de religiosidad, donde se funden culturas antiguas, cristianismo, viejas creencias, es la magia de nuestras montañas.
Tras disfrutar de las dulces vistas que nos regala el paisaje, retornamos, para ello, tomamos la pista que desde el Santuario acaricia la base de las paredes calizas, para abandonarla enseguida, y tomar un desvío a nuestra derecha, rápidamente topamos con otra bifurcación, donde volvemos a optar por nuestra derecha. Caminamos ahora entre el bosque, tras un tramo bordeamos la cota de Intusi a la que antes hemos ascendido y enlazamos con el camino de subida, por el que llegaremos hasta Domaika.
Retornamos al puto de partida tras nuestro pequeño pero precioso periplo por este paraje único en su esencia de montaña, de fe, de creencias, de belleza.