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Ogoño, vieja atalaya feudo de las lamias

Amanecía quedamente, tonos naranjas, ocres y rojizos pintaban el horizonte con una sublime paleta de colores, envidia del mejor de los viejos maestros holandeses, el sol acariciaba pausadamente el océano, sin prisa, nada tiene prisa en la naturaleza, todo sucede cuando tiene que suceder. Las formas de la noche iban adquiriendo texturas y colores reconocibles, la luz del día ganaba terreno a la noche, era el momento en que los genios nocturnos se refugian en sus guaridas. Desde nuestro “hotelito nómada de millones de estrellas”, nos dejábamos mecer por el susurro telúrico de la mar, sucumbiendo a su olor inconfundible, embriagador, único, que llegaba hasta nosotros, al son de la atávica banda sonora de las mareas que persiguen eternamente a la luna.

Nuestros pasos errantes de salitre y hojarasca, nos habían traído hasta este mágico rinconcito de la costa de los vascos, allá donde se funden en un milenario abrazo la mar y la montaña. Estábamos en el extremo oriental de la ría de Urdaibai, en la preciosa playa de Laga, que se acurruca al abrigo del imponente cabo de Ogoño. Esta playa es uno de esos lugares que guardo al calorcito de mi corazón en lo más profundo de mi alma. Aquí he vivido dulces momentos con aquellos a los que adoro, hemos vivido olas, amaneceres, noches bajo cielos estrellados, juegos, risas, felicidad, amor y libertad.

El promontorio de Ogoño, se elevaba sobre nuestras cabezas, como un faro emergiendo en la tormenta, retador, atractivo inevitablemente magnético. El sabe de tempestades y vientos del noroeste, del calor revitalizante de los atardeceres de verano, y de la bruma, fiel compañera de secretos e introspecciones. Sabe de la furia sobrecogedora del Cantábrico, de la serenidad hipnótica de la mar calma, sabe de la esencia y de la fuerza inabarcable de nuestra pequeña porción de Océano. Y hoy, nosotros, intentaremos que esta mágica montaña comparta, siquiera un ápice, de toda su sabiduría ancestral, intentaremos fundirnos en un abrazo con su esencia y con la energía sublime del Atlántico.

Nuestra vieja mitología, no podía obviar la magia de este paraje y ubicó allí viejas leyendas de lamias, esos genios que, con cuerpo de bella mujer con pies de ave, acicalan sus cabellos al arrullo de ríos y mares, con un peine de oro. Las lamias son la herencia directa de los viejos cultos a las aguas de los pueblos arcaicos europeos, cultos que fueron adquiriendo forma humana para dar lugar a estas hadas de las aguas. Son múltiples los cuentos que a lo largo de nuestra tierra hablan de estos genios, como el que se desarrolla en estos parajes, y que recogió don José Miguel de Barandiarán:

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En los paredones de Ogoño, se esconde una cueva llamada Lexia, donde habitaban unos genios que en esta región son conocidos como Lamiñaku. Cuentan que en una ocasión, una Lamiñaku entró en una casa del cercano pueblo de Elantxobe, cuando sus moradores no se hallaban dentro. En una cuna había un bebe, y el numen se puso a mecerlo, al regresar los dueños de la casa y ver a la Lamiñaku con la criatura, se asustaron y azotaron al genio para sacarlo de la casa. Ella, comenzó a gritar llamando a sus compañeras, quienes la contestaron:

  • ¿Quién te ha hecho, quién te ha hecho?
  • Niri, miri, nau-yo misma a mi misma-
  • Si tú te lo has hecho, arréglate tú.”

Nuestra ruta de hoy partirá y concluirá en la bella playa de Laga, y que nos llevará a conocer estos parajes mágicos, sublimes, imponentes.

Comenzamos nuestro caminar en la misma playa, ascendemos hasta la carretera BI-3234, que une las localidades de Ibarrangelu con el arenal, paralelo a la vía, tenemos un camino verde protegido con una guarda carril. Caminamos por él aproximadamente un kilómetro y medio, hasta alcanzar el núcleo de caseríos que forman el barrio Baztarri, a nuestra izquierda. En la barriada topamos con un cruce donde optamos por continuar por nuestra izquierda, siguiendo una pista asfaltada que asciende tras varias curvas hasta el cementerio de la localidad de Elantxobe. Una vez en el campo santo, junto a su puerta de acceso, una señal nos indica la dirección a seguir por una pista asfaltada. Caminamos por el carretil entre caseríos, hasta llegar a un camino perfectamente balizado. Vamos ascendiendo poco a poco disfrutando de las extraordinarias vistas que nos regala la ruta, de la belleza indescriptible de la costa fundiéndose con nuestras mágicas montañas. El sendero se interna en el bosque y llegamos hasta una calera junto a la que unas mesas nos invitan a descansar y disfrutar de esta joya etnográfica. Continuamos caminando hasta llegar a un cruce en el que tomamos a nuestra derecha, nos vamos internando en un precioso encinar cantábrico, autentico tesoro, que no abandonaremos, prácticamente hasta la cima. Acariciados por la magia sagrada, nos dejamos guiar por las marcas amarillas y blancas de las rocas calizas que nos dirigen hasta la cumbre de Ogoño también conocida como Atxurkulu, de 308 metros de altitud. Las vistas son impresionantes, la costa se recorta quebrada por nuestro litoral, la playa de Laga llama constantemente nuestra atención, las montañas como telón de fondo, un mundo mágico y hermoso que da pena abandonar.

Retornamos hasta el cruce en que hemos tomado a la derecha, para continuar nuestro paseo visitando la cota de Talaia, que cae a pico sobre la playa de Laga, creando unos salvajes y sobrecogedores acantilados. Desde el cruce nos dirigimos a nuestra izquierda siguiendo el camino y perdemos un poco de altura para llegar a un collado que separa las cimas de Ogoño y Talaia. La senda nos lleva por terreno rocoso, extremando las precauciones, a la cima de Talaia, de 276 metros de altitud. La pequeña cota rocosa es realmente vertiginosa, sus vistas igualmente de vertiginosas, Laga, Izaro, el inicio de la ría de Urdaibai y un sinfín de calas, montañas, valles, que se extienden directamente bajo nuestras botas. Parece que este punto se empleo como lugar de avistamiento de ballenas, lo que podría explicar su nombre, que podría derivar de Atalaia.

Descendemos hasta un poco antes del calero para girar a nuestra derecha, pronto llegamos a un cartel informativo destinado a los escaladores que juegan con el vacío en los impresionantes farallones de Ogoño. Seguimos hacia la derecha siguiendo el balizamiento de marcas amarillas y blancas, hasta dos caseríos llamados Leunbe. Desde aquí tan solo resta descender por una senda balizada, con precaución pues la pendiente es pronunciada, en tramos cuerdas o cadenas ayudan al descenso. Alcanzamos de esta forma una casa que se ubica en la parte oriental de la playa de Laga, donde concluye la ruta.

Es momento de fundirnos de nuevo con la mar, de dejar que las sinuosas olas acaricien nuestros pies, mientras contemplamos la belleza del cabo de Ogoño, sus bellos acantilados nos susurran que hemos estado allá arriba, disfrutando de su magia, de su energía profunda y telúrica, de la compañía de las lamias, del abismo, de la belleza, de la libertad pura y salvaje.

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