El anciano llegó con paso tranquilo, caminando despacio, no había prisa, nada tiene prisa en la naturaleza, y él, conocía muy bien, vaya si la conocía, la naturaleza. Dejó en el suelo alfombrado de hojarasca, la bolsa de cuero de ciervo decorada con antiguos símbolos solares, y se recostó sobre el impresionante castaño que destacaba en el bosque. Le encantaba este rinconcito de su mundo, de su pequeño gran universo, allí se sentía en paz, lejos de todo, lejos de criticas, de envidias, de risas, de charlas, de todo, sólo él, el viejo castaño y un sin igual mar de cumbres, valles, bosques que hechizaban su alma, tapizados de mil tonos de ocres, rojos, amarillos o marrones. Junto al enorme castaño, se levantaba el viejo santuario, levantado por los antepasados y donde se realizaban juntas y rituales de las diferentes tribus de la zona. Respiró profundamente y dejó que la humedad inundará su cuerpo, adoraba aquella sensación, le hacia sentirse vivo, y se perdió en sus reflexiones. Hacia ya tiempo que lo había decidido, sería allá arriba, frente al lugar en el que ahora estaba, donde se levantaría el poblado. Porque él era el encargado, como viejo sabio, como druida del clan, de decidir el lugar óptimo donde se establecería su pueblo. Habían llegado de lejos, de tierras brumosas y bellas, y necesitaban un asentamiento nuevo donde establecerse. Aquel paraje tenía todo lo necesario, era un autentico nido de águilas sobre los valles circundantes, lo que les daba seguridad, cerca tenían agua, y la tierra era fértil. Un precioso bosque de robles cubría la cima de la montaña, del que podrían obtener el muérdago sagrado, siguiendo antiquísimos rituales. Un precioso hayedo salpicado de tejos, tapizaba las laderas de la montaña, un poco más lejos un fabuloso castañar les suministraría el preciado fruto, tan importante y significativo en época de Samhain, cuando comenzaba el año, tras la época de las cosechas. Abedules, alisos, espinos, árboles sagrados, por aquí y por allá, aseguraban la protección del poblado Sobre aquella loma donde las viejas leyendas contaban que hay enterrada una caldera de oro, el anciano había pasado jornadas y jornadas comprobando las energías telúricas, las corrientes que debía tener la ubicación, no había duda ese era el lugar. Una suave brisa dejó caer una lluvia de hojas de mil y un colores sobre sus revueltos cabellos, aquello sacó al viejo druida de sus ensoñaciones, era hora de partir, era el momento de dar a conocer su decisión a la junta del clan. Apoyándose en su bastón de fresno, el árbol sagrado mediador entre el mundo de los vivos y el de los muertos, se puso en pie con una agilidad sorprendente y se perdió entre las mágicas brumas del bosque.
Arrolamendi, la montaña que guarda celosamente el castro de Maruelexa, invita a soñar, a fantasear, a inventar historias, a dejarse mecer por las dulces alas de la vieja historia, de la leyenda, de la ensoñación. Es un lugar único en la vieja cultura de las montañas, un lugar especial, mágico, embaucador. En la ruta que os propongo conoceremos el castro, pero también el santuario de Gastiburu, cuya función aún no se ha conseguido desentrañar a ciencia cierta.
Misterio, historia, leyendas, bosques, castros, que más podemos pedir, solo caminar.
La ruta lineal, comienza en el pequeño pueblo vizcaíno de Nabarniz, perteneciente a la comarca de Busturialdea, muy cerquita de la histórica villa de Gernika. Desde Nabaniz, tomamos la carretera BI-3242 que une esta localidad y la propia Gernika, tras 1 kilómetro aproximadamente, y tras una curva, vemos una pista hacia nuestra izquierda, junto a un caserío y señalada como castro de Maruelexa. La tomamos y pronto llegamos a una zona donde podemos aparcar. La ruta sigue sin pérdida la pista, que rápidamente se adentra en el bosque, ganando altura suavemente, en marcada dirección SW. Ignoramos dos desviaciones que salen a la izquierda, hasta llegar a un cruce donde optamos por dirigirnos hacia la izquierda junto a un hito de cemento. La ruta discurre placidamente entre el bosque alternando pinares, con castaños o robles, el camino acaricia la cumbre de Arrola, por su vertiente norte hasta que llegamos a las murallas del castro. El sentimiento que embarga al caminante cuando alcanza por primera vez este paraje, es indescriptible, la impresionante muralla se levanta sobrecogedora, guardando la la puerta NNW. Este acceso a la zona interior del poblado fortificado, sería del tipo conocido como “en esviaje”, es decir rompiendo la línea defensiva de la muralla, creando un pasillo totalmente protegido y donde es fácil emboscar a los intrusos. Entramos al recinto, donde podemos ver restos de las casas, corrales, que han sido excavados. En el interior de la muralla, un precioso robledal nos lleva pausadamente hasta otra puerta, ubicada junto al caserío Arrola.
Las excavaciones arqueológicas han dejado al descubierto un poblado cuyos orígenes podrían situarse en el siglo IV a.C., lo que nos llevaría hasta la lejana Edad del Hierro siendo uno de los asentamientos principales del cantábrico oriental con sus 8 hectáreas de terreno, ubicadas en lo alto de la cumbre de 535 metros.
El castro es conocido como Maruelexa, que se podría traducir como “iglesia de los moros”, cuentan las viejas leyendas que hay escondida una caldera de oro, que solo será descubierta en la mañana del día de San Juan, con los primeros rayos de sol. Es curioso pues las leyendas de tesoros enterrados son comunes a muchos lugares, no solo de la tierra de los vascos, sino de toda la cornisa cantábrica, y buena parte de Europa, en esas mágicas culturas atlánticas, influenciadas por la vieja tradición de los celtas. En los castros gallegos y asturianos, cuentan que hay un tesoro enterrado que será descubierto al valiente que se acerque a esos lugares en la mañana del día de San Juan, es custodiado por un personaje mítico, los” mouros”, siempre son tesoros de saberes naturales, nunca materiales. Este mito está directamente vinculado al culto a la Madre Tierra, así como a la sacralidad de las montañas.
Da pena abandonar este paraje, que tanta historia atesora, pero debemos continuar caminando. Dejamos el castro de Maruelexa en su ancestral feudo de la montaña, allí guardando sus secretos, sus misterios, su magia.
Desde la puerta Sur, tomamos un sendero que pasa junto al caserío Arrola y descendemos por la pista decididamente, junto a un vallado, en la linde de un bosque de pinos. Alcanzamos un marcado cruce de senderos, donde tomamos hacia nuestra derecha, pronto alcanzamos otra marcada confluencia de caminos, donde seguimos de frente, obviando los caminaos hacia derecha e izquierda. En breve alcanzamos uno de los lugares más misteriosos de nuestras montañas, el Santuario de Gastiburu. Ubicado en un alto con impresionantes vistas, frente a la cumbre de Arrola, localizamos este lugar, vallado para evitar el acceso, pues aún está sin excavar totalmente. Hasta el momento, se han descubierto cuatro estructuras con forma de herradura y con gradas, que rodean una especie de plaza central con forma de pentágono. No se sabe a ciencia cierta su función, pudiera ser un lugar de reunión de las gentes de la comarca, de los jefes de los clanes, o donde se realizarían rituales. Según los arqueólogos pudiera estar construido sobre una antiquísima necrópolis. Algo mágico rodea Gastiburu, quizás sea su misterioso origen, que tan sólo él sabe, quizás ese algo inexplicable que rodea a determinados lugares, no sé, el caso, es que Gastiburu atrapa, su energía telúrica, emana un profundo magnetismo.
Nos resta descender hacia la localidad de Arratzu, para lo que debemos descender sin m miramientos por la marcada pista entre confieras en dirección W, el sendero cambia de dirección en un claro del bosque, para dar con una pista asfaltada que nos llevará entre caseríos al pueblo, donde concluye nuestra ruta.
Una vez en Arratzu, no podemos dejar de visitar el centro de interpretación del castro de Arrola, donde amablemente nos explicaran todo lo relativo al castro, y podremos ver diferentes reconstrucciones de casas y demás elementos.
Arriba quedan Maruelexa, y Gastiburu, custodiando su tesoro en forma de castro, custodiando su magia, su belleza atractiva, su energía, a la espera de compartir con el buscador de belleza, con el caminante de hojarasca, todos sus secretos.