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Bosque encantado de Artea y el misterio de los mayos

Una impresionante cúpula vegetal se alza sobre mi cabeza, verdes etéreos, casi trasparentes acarician mi alma mientras camino en paz por este bosque magnético, bello y enigmático. En lo más profundo de la floresta, solo se escucha el susurro del viento acariciando las hojas de las hayas, y que me cuenta, a su arcaica manera, un ritual que todavía pervive entre nosotros, y que aún hoy podemos disfrutar de primera mano, el alzado de los mayos.

Y es que nos encontramos ante una ancestral tradición vinculada con el culto a los árboles que durante milenios han llevado a cabo nuestros antepasados. En la vieja mitología de los vascos, los árboles han tenido un carácter profundamente sagrado, y son muchas las creencias que guardan entre sus ramas, posiblemente, Basajaun, el señor del bosque sea la representación física de un viejo culto a los árboles y bosques. El mayo es un árbol, que elegido en el bosque y talado siempre con hacha, se desmocha y descorteza, y que se baja a determinados lugares, donde se eleva, siguiendo un antiquísimo ritual.

Uno de estos lugares que aún hoy, guarda celosamente este rito ancestral es la pequeña localidad de Larraona, en el valle navarro de Améscoa. Si el viajero se acerca a este rinconcito ubicado al sur de la sierra de Urbasa, podrá disfrutar de la tradición del mayo, y además dejarse perder por el mágico bosque encantado de Artea, donde, a buen seguro, podrá entender un poquito más la veneración y profunda vinculación de nuestros ancestros con los árboles.

Hacia el mediodía, los mozos elevan el tronco, tras colocarle los diferentes elementos que lo componen, mezcla de cultos paganos y cristianos, como son un gallo, unas espadas en forma de aspa, encargadas de cortar el pedrisco y alejar las tormentas, o un paño blanco que cubrió el cuerpo de Cristo en Jueves Santo, entre otros elementos.

En Larraona, se coloca el mayo en la entrada del pueblo, si bien, en otros puntos se coloca en la plaza, o junto a alguna ermita, y hasta en lo alto de la montaña como sucede al norte de Urbasa.
Una vez colocados estos elementos, se inicia el proceso de alzado, momento de cierta tensión, pues el mayo bascula, y todos deben trabajar al unísono siguiendo las ordenes del capataz. Mientras se eleva el tronco, las mujeres del pueblo, cantan unas coplillas, que dicen “Arriba mayo, tente tieso que yo me caigo”

Una vez el mayo es alzado y colocado en el hoyo, se calza con unas cuñas, momento en que las coplillas pasan a a ser:

“Arriba mayo, mira al cielo y bendice nuestros campos.”

En ese momento, tienen lugar una serie de rituales que comienzan con unas danzas alrededor del mayo, danzas circulares siguiendo siempre el sentido contrario a las agujas del reloj, que bien pudieran representar el ciclo de las estaciones o el ciclo solar. También en algunas localidades se danza un baile en el que los dantzaris entrelazan unas cintas de colores al árbol.

Tras el alzado, es el momento de calzarnos las botas y marchar saboreando con calma, lo vivido junto al mayo, a descubrir el maravilloso hayedo que nos aguarda en lo alto de la sierra. Para ello, hemos de llegar a la zona alta del pueblo, donde una pista asfaltada, restringida al trafico de vehículos, nos llevará, salvando alguna pronunciada cuesta, hasta el porillo de Larranona, en unos veinte minutos de caminar. En el puerto encontramos la coqueta ermita de San Benito, en la trasera del templo encontramos un caminito que se interna en el bosque por la derecha de la chabola y que nos sumerge de lleno en el bosque encantado de Artea. La ruta consiste en zambullirse en la belleza del lugar, en caminar sin prisa por los recovecos que forma el hayedo con las piedras que simulan curiosas formas. Si a ello le añadimos la luz primaveral de las primeras hojas de las hayas o los tonos ocres del otoño, convierten el paseo en una delicia indescriptible.

Mientras dejamos que la belleza del bosque inunde nuestra alma, pienso en el origen arcaico del mayo, origen que guardará para sí mismo, pero que podemos intuir. Se trata de un antiquísimo rito dendolatrico, quizás sea un intento de de los moradores de los poblados, pretendiendo acercar un espíritu vegetal habitante de los bosques a un lugar donde poder hacer rogativas y ritos propiciatorios, delante del árbol, siendo este testigo como en otras tradiciones vascas, pensemos en el árbol de Gernika. Pero también es un tótem protector, en una época en que las tormentas pueden arruinar cosechas, el árbol colocado en lo alto de las montañas, se erige como guardián de los valles que domina.

La religión católica, cristianizó esta fiesta de origen pagano con la fiesta de la Santa Cruz el 3 de mayo, momento en que se coloca el mayo, y el 14 de septiembre con la “Exaltación de la Santa Cruz”, momento en que se retira el mayo en muchos lugares.

Incluso hay autores que ven en estos mayos colocados en las montañas, el origen de las cruces que hoy coronan muchas de nuestras cumbres, en un intento de cristianizar el rito ancestral.
Es hora de retronar, pausadamente, volvemos por el camino de subida, si bien tenemos la opción de alargar la ruta, continuando por la pista principal durante unos 25 minutos, y llegar a una verja metálica, donde tomamos un sendero a la derecha, que tras unos 100 metros, dejamos para tomar un difuminado camino, también a la derecha justo en un pequeño rellano con piedras, desde el que apreciamos un enorme y bella haya, bajo la que se esconde la cueva de los Cristinos. Es una gruta de fácil acceso, ayudados de unas cadenas, si bien es conveniente acompañarse de un guía experimentado, su historia está vinculada a las guerras carlistas.

Retornamos sin prisa saboreando cada paso por este entorno mágico de bosques y praderas, cuevas y magia, retornamos al mayo antes de partir, retornamos a sentir su esencia, su misterio y su magia única y profunda. Mientras lanzamos una mirada cómplice al hayedo de Artea, que mantiene su secreto allá en lo alto, y cuya esencia ha quedado grabada en nuestra alma.

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