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Otsabio, paseo por el feudo de Ahatxegorri

En la divisoria de los ríos Araxes y Oria, se eleva un coqueto cordal de montañas, muy cerquita del punto donde ambos ríos se unen, para juntos, buscar la magia telúrica de la mar. Una montaña con sus laderas cubiertas de profundos bosques de hayas y robles, castaños y fresnos, avellanos y alerces, abedules y tejos y de toda una sinfonía arbórea donde se esconden viejos cuentos y leyendas, ancestrales megalitos, antiguas calzadas transitadas desde antaño por pastores transhumantes y contrabandistas, que buscaban su refugio en estos lugares sobrecogedores. También nosotros, contrabandistas de hojarasca, transhumantes de vientos, embaucadores de montañas, buscadores de la belleza, seguimos acariciando la seguridad que nos regalan estos viejos senderos de la montaña. Hoy nos lanzamos, sin miramientos, a descubrir uno de estos lugares único en su belleza, en su ser enigmático y profundo, agazapado al abrigo de las grandes montañas de Aralar, hoy nos vamos a descubrir la magia de Otsabio.

Probablemente no sea una de esas montañas muy transitadas, su altura no sobrepasa los 1.000 metros sobre el nivel del mar, en concreto mide 801 metros, pero hay algo en ella que atrae con fuerza, algo que te conquista, que te enamora, mientras dejas que tus botas acaricien la hojarasca mullida de sus bosques, la fuerza arcaica de su roca caliza.

Parece ser que el nombre de Otsabio, era, inicialmente, la denominación de la zona montañosa ubicada sobre el casco urbano de Lizartza, aldea ubicada junto al río Araxes, en la ladera noreste de la montaña. Con el tiempo, este topónimo fue extendiéndose hasta dar nombre al propio cordal montañoso, formado por el propio Otsabio, también llamado Muñobil, y por la cota conocida como Laparmendi, de una altura un poco mayor, 814 metros. Sea como sea, más allá de nombres o altitudes, el pequeño cordal de Otsabio, nos aguarda para susurrarnos viejos cuentos, ancestrales leyendas, nos aguarda para convencernos de que lo caminemos, de que acariciemos con nuestras viejas botas sus senderos secretos, sus insondables hayedos, sus viejas calzadas, su misterio y su magia.

Para llegar hasta la cima de la montaña, nos podemos situar en la plaza de la pequeña aldea de Altzo, cuna del famoso gigante. Tras la iglesia, una carreterita se dirige hacia nuestra derecha, continuamos por ella hasta llegar a una bifurcación, en la que optamos por seguir la pista de la izquierda, que tras pasar por algún caserío, nos lleva hasta una estación de gas, ubicada en el collado de Arrimaga, punto hasta el que podemos acceder en coche. En este punto vemos que la pista continua, y que un sendero sale a nuestra derecha, encajonado entre un bosque de pinos y unos cercados de piedra, tomamos esta senda que comienza a ganar altura, hasta que damos con una nueva pista donde encontramos un cruce. En este punto un camino a nuestra izquierda, sigue la dirección de una señal que marca Otsabio, por la pista que vemos a nuestra derecha realizaremos el regreso. El sendero gana altura suave pero constantemente, entre un bonito bosque de pinos y alerces, de vez en cuando, el paisaje se abre hacia el valle del Oria, y allí, se asoma el cresterío de Erniozabal, asomándose tímidamente entre la espesura del bosque, invitando a nuestra alma, con su telúrico magnetismo, a que nos dejemos caer por sus inmensidades en otros caminares. Poco a poco, el sendero gira hacia la derecha acariciando la ladera norte de la montaña, casi sin darme cuenta, mis pasos discretos me sumergen en un magnifico hayedo trasmocho. Las hayas trasmochas son fruto de la explotación humana de los árboles, generalmente para su utilización en las carboneras, de este modo, en lugar de talar el árbol, se iban cortando las ramas de determinada forma, haciendo crecer al árbol a lo ancho, en lugar de a lo alto, utilizándolas para conseguir carbón. Además era una forma para evitar la “expropiación” del bosque por la parte de la corona, para el uso de los árboles en la construcción de barcos por parte de la armada, al crecer a lo ancho, no lograban la altura necesaria para su uso por lo que no servían y dejaban al bosque sin talar. El camino me invita a saborearlo con calma, la hojarasca acaricia mis botas, mientras la esencia del bosque invade mi alma, me acaricia con su arcaica magia, el silencio, solo roto por mis pasos, me acerca un poquito más a mi ser más profundo, es la magia del bosque. Casi sin darnos cuenta hemos ido ganando altura y el paisaje nos presenta la sierra de Aralar frente a nosotros, magnifica, fabulosa y profundamente atractiva. Unas marcas rojas, y algún cairn de piedra, nos ayudan a no perdernos en el laberinto de hayas y de rocas calizas, las vamos siguiendo hasta ver allá en lo alto la cruz que corona la cima de Otsabio.

El sol calienta mi cuerpo y la montaña mi alma, una sensación mágica, telúrica me invade, escucho su esencia, sus secretos mejor guardados, sentado la cima de Otsabio, no tengo prisa en el disfrute de la cumbre, pero debo continuar. El sendero entre el lapiaz, continua hacia el oeste, buscando decididamente la cima de Laparmendi, que se presenta frente a nosotros, teniendo como telón de fondo la sublime belleza de las Malloas de Aralar. En este cordal calizo, se esconde, al abrigo del lapiaz, la cueva de Leizezuloa, morada de Ahatxegorri, el novillo rojo.

En la mitología vasca, se dan varios númenes con forma de animales cuadrúpedos, habitantes del mundo subterráneo, morada de genios y antepasados, un mundo misterioso y desconocido, a la vez que terrorifico. Estos genios, pueden ser guardianes de las guaridas subterráneas, es por ello que aparecen en las bocas de las cuevas, muchos de ellos están vinculados a la principal diosa de la mitología vasca, Mari, la Ama Lurra, representación del antiquísimo culto a la Madre Tierra. El novillo rojo aparece en ocasiones como modo de transporte de la diosa.

El camino continúa por el lapiaz hacia el collado que separa ambas montañas, podemos acceder al Laparmendi, y regresar al collado, desde aquí, muy cercano queda el dolmen de Otsabio, que podemos visitar antes de tomar una senda que en claro zig-zag, desciende hacia el sur. El camino es maravilloso, la sierra de Aralar, con el Txindoki como un faro, guía nuestro caminar, hasta dar con una borda en ruinas al borde de una cantera. Enlazamos aquí con la antigua calzada que unía Gipuzkoa con Navarra por el collado de Zarate que separa las localidades de Bedaio y Azkarate, escenario de las aventuras de los contrabandistas, que pasaban estraperlo entre ambas poblaciones. Sobre este collado, en el que se ubicaba una casa de Mikeletes, se eleva la cima de Urreko Aitza y Balerdi, montañas cargadas de mitos y de hermosas rutas que caminar. Este es uno de los caminos más antiguos de nuestra montaña, ha sido testigo del paso de pastores trashumantes, contrabandistas, comerciantes, peregrinos, caminantes y amantes de nuestras montañas, durante siglos. En la borda giramos a nuestra derecha, y seguimos el caminar continuando por este camino que nos llevará al cruce donde estaba la indicación que hemos visto al comienzo de la ruta. No tenemos más que desandar nuestro camino para concluir este precioso recorrido. Dejamos la vieja calzada guardiana de mil y una historias, de mil y un cuentos, de la vieja esencia de nuestras viejas montañas, mientras allá arriba, Otsabio seguirá guardando el misterio y la magia de nuestra mitología, seguirá guardando fielmente la morada de Ahatxegorri, seguirá atrayéndonos de modo irremediable, de una forma magnética, seguirá compartiendo con nosotros su esencia y energía telúrica.

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