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Petr Václav regala a San Sebastián música con ‘Il boemo’

La película, muy aplaudida, "inventa" la biografía de un artista que dejó una treintena de obras, pero muy pocos datos de su vida

El equipo de ‘Il boemo’ en Donostia. Foto: Santiago Farizano

(EFE). El director checo Petr Václav compite por primera vez en el Festival de San Sebastián con la biografía inventada de un compositor de finales del siglo XVIII, Josef Mysliveček, conocido como «Il boemo», una primorosa cinta que ha sido largamente aplaudida por el público que llenaba el auditorio del Kursaal.

Con 141 minutos de metraje y todas las piezas musicales interpretadas en directo por la orquesta barroca Collegium 1704, que dirige uno de los productores de la cinta, Václav Luks, músico, compositor y profesor académico, la película «inventa» la vida de un artista que dejó una treintena de obras, pero muy pocos datos de su vida.

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El equipo de ‘Il boemo’. Foto: Santiago Farizano

«Me gustaba la idea de contar la historia de alguien no muy conocido pero que en nuestro país nos lo enseñaban en el colegio como alguien que podría haber sido tan importante como Mozart«, explica Václav, a quien también atraía la idea de escribir sobre «una persona que se va de su país y cambia totalmente lo que era para lograr su sueño».

Según ha explicado el director en una rueda de prensa, los hombres sin fortuna sólo tenían tres medios de salir adelante, haciendo carrera en la iglesia o en el ejército, o a través de las mujeres. Il boemo, interpretado por Vojtěch Dyk, era de estos últimos.

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El equipo de ‘Il boemo’. Foto: Santiago Farizano

La película es un flashback que comienza en 1781 en la ciudad de Roma mostrando a un hombre físicamente muy deteriorado, cuyo rostro, que cubre parcialmente con una sencilla máscara, no tiene nariz, comida por la sífilis. Está empeñando sus últimas posesiones para comprar algo de comida. Cuando llega a su casa, apenas un cuchitril, se desvanece y muere.

El salto temporal nos lleva a 1764 presenta a un hombre joven, guapo, altísimo, ansioso por aprender, un virtuoso de la música que ha viajado de su ciudad natal, Praga, hasta Venecia para aprender de los mejores músicos, pero es pobre. Su inteligencia, simpatía y creatividad le abrieron muchas puertas, pero probablemente fue su físico el que le coló en las habitaciones de mujeres influyentes.

La primera, una marquesa, bellísima y muy libre, como la define su intérprete Elena Radonicich, un personaje de «una modernidad desconcertante, que tenía que superar una serie de constricciones aprendidas de su linaje, pero que se libera gracias al contacto con hombres que le enseñan. Conocer a Josef representa para ella una revolución».

Ella le enseña modales sofisticados y le introduce en un mundo que le permite dar su siguiente paso: escribir por encargo de lo más granado de la sociedad, incluido el rey, y para la mejor soprano de la historia, una dama del bel canto (real, ésta sí existió) de nombre Caterina Gabriella, dueña de una portentosa voz capaz de lo imposible.

En la cinta «yo no cantaba, obviamente – explica su intérprete Barbara Ronchi-, solo lo hacía para estar en sincronía con la voz de la soprano», Simona Saturova, una de las mejores del mundo aunque los actores no lo sabían, confiesa.

La tercera mujer, Anna (Lana Vlady), no es «fuerte, como las otras dos, una porque tiene trabajo, la otra poder. Esta está enjaulada en la sociedad que le toca vivir y se comunica con Josef a través del arte, de la mente, ni siquiera es, como en los otros casos, por el cuerpo», señala Vlady.

Dyk, que además de actor es músico y director de orquesta, es un checo rubio de ojos azules y 1,96 metros de altura que no hablaba nada de italiano antes de empezar a rodar. «Ese fue mi primer problema y parte de la preparación de mi personaje», ha dicho: «No había datos sobre él, así que me acerqué a través de la música».

La película, además de mostrar la Europa de la Ilustración, con preciosas imágenes de los canales y palacios de Venecia, es fidedigna tanto en el vestuario como con algunas costumbres que hoy parecen raras, como que el público de la ópera estuviera charlando sin prestar atención a los intérpretes, jugando a las cartas, e incluso bordando, aparte de encontrar en los palcos un sitio estupendo para hacer el amor.

Un detalle: el director de fotografía es el español Diego Romero. El director explica que lo eligió porque buscaba a alguien que tuviera el mismo deseo que él «de hacer una peli cámara en mano e iluminación natural», y así fue, solo con velas.


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