La Revolución Francesa (1789-1799) acabó a guillotina limpia con la inmutabilidad de las clases sociales. Eso sobre el papel, porque las diferencias entre los ‘privilegiados’ y lo que estos llamaban ‘el populacho’ se mantendrían (¿se mantienen aún?) bajo otras apariencias claramente perceptibles como el nivel adquisitivo o más sutiles como la condescendencia, esa amabilidad forzada que nace de un firme convencimiento de la superioridad personal frente a los demás. No es difícil entender bajo esta premisa, al margen de las diferencias culturales, el éxito que ‘Parásitos’, el filme del surcoreano de Bong Joon-ho, tuvo el año pasado en todo el mundo convirtiéndose en una de las películas más taquilleras de un atípico y aciago 2020.
232 años después de la Toma de la Bastilla, gran parte de la Humanidad sigue, como los protagonistas de ‘Parásitos’, abajo (en ese semisótano donde hay tantas dificultades incluso para lograr ‘robar’ la señal wifi al vecino) contemplando a los de arriba. Y lo hace como Jacques, Antoine o Marianne la víspera de un 14 de julio en París: pensando en que los que disfrutan de una vida cómoda y luminosa no son ni mejores ni peores, pero, quizá, sí más estúpidos. Mientras que tanto los de arriba como los de abajo creen firmemente que el otro es el verdadero parásito de esta historia, Bong Joon-ho atrapa al espectador sin que éste se dé cuenta en una película llena de aristas y sorprendentes giros de guión.
No es la primera vez que un filme contrapone el retrato de dos mundos antagónicos, tan marcadamente en lo argumental como en el ámbito de la puesta en escena, pero lo excepcional de esta propuesta cinematográfica reside en que ambos se entrelazan con una ironía no exenta de crueldad. El plan de la familia de Gi Taek (espléndido Song Kang-ho al que ya vimos en ‘Memories of murder’ con la que Bong Joon-ho logró la Concha de Plata en el Festival de Cine de San Sebastián del año 2003) pasa por ‘aprovecharse’ de la credulidad y la incapacidad para hacerse cargo de sus propios asuntos de la adinerada familia Park. Hasta ahí, todo perfecto. Pero, siempre hay alguien más abajo… Con eso no cuentan Gi Taek y los suyos. Justo en ese momento concluye el primer acto de esta película y comienza otra distinta, con los mismos personajes (más alguno ‘oculto’ que por fin se manifiesta) pero que arroja otra mirada muy diferente sobre lo que se estaba contemplando hasta entonces. Porque ‘Parásitos’ es como una matrioska que superpone planos de acción y significado a medida que van saliendo de su interior otras muñecas más pequeñitas.
Lo que comienza como una película costumbrista (¡atención: spoilers!) con algunos toques de comedia se va tornando en un magnético ‘thriller’ que, poco a poco, se repliega sobre sí mismo hasta caer en la oscuridad del drama. La originalidad de ‘Parásitos’ reside precisamente en ‘reinventarse’ audazmente como el bailarín que, al filo del precipicio, se arriesga con otro doble mortal.
El mérito no es sólo de un magnífico guión (firmado por Bong Joon-ho y Jin Won Han) que obtuvo el Oscar de la Academia de Hollywood (el filme consiguió otros tres más a la Mejor Película, Mejor Película de Habla no Inglesa y Mejor Dirección, todo un hito en la historia del cine para una película surcoreana). Lo es también de una dirección astuta que no juzga a sus personajes, pero que tampoco los idealiza. Es más, no tiene reparos en mostrar todas sus miserias: el engaño y la falta de escrúpulos de la familia de Gi Taek o la condescendencia y el clasismo de los Park hasta en esa ‘orgía’ de sangre en la que acaba convirtiéndose la estúpida y elitista fiesta de cumpleaños del traumatizado niño de la casa.
Mucho se ha hablado del final de este filme que se llevó todos los grandes premios de la temporada 2019-2020. ¿Fructificará el plan de Gi Woo, el hijo menor, para comprar la espectacular casa de los Park? El propio director de la película ha declarado en más de una entrevista que le parece altamente improbable. Pero el Jacques, el Antoine y la Marianne que todos (europeos y asiáticos) llevamos optimistamente dentro se resiste a creerlo. Vivir abajo sólo puede soportarse pensando en un futuro con esperanza, sabiendo que cada mañana, al salir el sol, se estará más cerca de lograr un objetivo. Así es como el espíritu de la Bastilla, en mayor o menor grado, permite al espectador hacer su propia interpretación de los últimos planos de una película que, si no se vio en su día en los cines (justo después llegó la pandemia), merece la pena recuperar (y disfrutar).
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