“Cuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa/ sobre el gimiente espíritu preso de largos tedios/ y el horizonte abarcando todo el círculo/ nos depara un día negro más triste que las noches…”. Pocos poetas como Charles Baudelaire, del que estos días se conmemora el bicentenario de su nacimiento, han hablado de forma tan descarnada y lúcida del ‘spleen’ o el hastío de la vida, y de cómo los ‘paraísos artificiales‘ (el alcohol, entre ellos) son al mismo tiempo una tabla de salvación y la peor esclavitud para mitigar el dolor y la apatía que genera el desánimo. En ‘Otra ronda’, la nueva película de Thomas Vinterberg (‘Celebración’, ‘La caza’), hay ‘spleen’ y también alcohol (mucho), pero como en ‘Las flores del mal’ de Baudelaire, ni se hace un retrato melodramático ni moralista de ambos. Al contrario, ‘Otra ronda’ es un hermoso y fascinante canto a la vida, una invitación a celebrar ésta como lo que es, algo efímero y precioso; una sentida reflexión sobre lo que de verdad importa (el amor, la amistad) y hasta qué punto merece la pena vivir si no es con la pasión, el entusiasmo de la juventud, ese “sueño” al que aludía el filósofo danés Soren Kierkegaard, cuyos aforismos preludian el filme.
No es casual que la película comience mostrando a grupos de jóvenes estudiantes divirtiéndose con la ingesta de alcohol y continúe exponiendo la apatía a la que ha quedado reducida la vida de Martin (maravilloso Mads Mikkelsen), un profesor de historia que ha perdido sus ilusiones y lo que es peor, se ha extraviado a sí mismo en la maraña del tedio y lo prosaico del día a día. En parecida situación se encuentran sus amigos Tommy (Thomas Bo Larsen), Nikolaj (Magnus Milleng) y Peter (Lars Renthe), también profesores en el mismo instituto. Para disfrute de los espectadores, a lo largo de casi dos horas de metraje, pondrán en marcha un singular, estúpido y loco experimento: comprobar la teoría de un psicólogo noruego que afirma que el hombre tiene un déficit de alcohol y que manteniendo constante una tasa del 0,5% en sangre se mejora la creatividad y el rendimiento. En un país como Dinamarca en el que, como en muchos otros del mundo, beber está plenamente interiorizado e institucionalizado como diversión, vehículo para la socialización o incluso como parte fundamental de la gastronomía, este grupo de docentes encuentra en esta tesis la excusa perfecta para beber (sólo en horas de trabajo) y dar así un esperado giro a sus vidas. Y lo hacen con la complicidad de todos nosotros, los espectadores, que nos reímos ante las situaciones que a ellos les plantea el estar un poco ‘achispados’ o con una monumental ‘merluza’ (divertidísima la escena de la búsqueda del bacalao fresco cuando deciden llevar lo empírico al nivel máximo) porque, en el fondo, todos hemos vivido situaciones similares y, desde luego, todos preferimos a Winston Churchill, bebedor empedernido, al abstemio Adolf Hitler. Nos hacen gracia hasta que ese consumo en soledad lleva a los personajes a acercarse peligrosamente a ‘las puertas’ del alcoholismo. Ahí, se abre una interesante reflexión.
El punto de partida es un guión sobresaliente, firmado por el propio Vinterberg junto a Tobias Lindholm, en el que los personajes están muy bien definidos al igual que bien resueltos los diferentes conflictos dramáticos. Pero son, sin duda, el buen hacer de sus actores (los cuatro fueron galardonados en la pasada edición del Donostia Zinemaldia; Mads Mikkelsen logró, además, el Premio del Cine Europeo) y, sobre todo, una vibrante y vitalista dirección lo que hace verdaderamente especial este filme. Vinterberg no desaprovecha ningún plano. En cada una de las secuencias la cámara vibra, busca los mejores encuadres, coreografía magistralmente una puesta en escena que alterna la sencillez con la complejidad, todo ello aliñado con un buen rítmico montaje y una selección musical excelente.
El cineasta danés, nominado por este trabajo el Óscar al Mejor Director (también aspira a la estatuilla a la Mejor Película de habla no inglesa), compone en ‘Otra ronda’ uno de sus mejores títulos hasta la fecha. No es fácil abordar un tema tan serio como el alcohol de una forma tan divertida y al mismo tiempo tan profunda y sin dogmatismos, imprimiendo, a la vez, un carácter tan enérgico al filme. Pero sería simplista decir que se trata de una comedia. En ‘Otra ronda’ hay también mucho drama, soterrado, delicado e íntimo como en una pieza de Henrik Ibsen. Es precisamente la facilidad nada sencilla de hilar lo dramático con lo cómico, a veces en la misma escena, lo que hace verdaderamente interesante el trabajo de este cineasta danés, uno de los fundadores del movimiento Dogma.
Quizá por ello la última escena del filme (a la altura del mejor cine musical, por cierto) en la que se entremezclan todos estos elementos supone una especie de apoteosis que tiene mucho de catarsis colectiva al ritmo de la pegadiza canción ‘What’s a life’ del grupo danés Scarlet pleasure. Decir que es la mejor secuencia de la película no sería cierto porque ‘Otra ronda’ está lleno de ellas (las clases de historia de Martin, cuando éste acude a casa de Tommy para ayudarle, las conversaciones con su esposa…). Pero sí que es el final, dinámico, hermosamente lírico, con ese sabor a fiesta y disfrute de la vida, que se merece este filme, toda una celebración del buen cine.
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