Tan compacta como un átomo, bien engrasada por la mecánica del espacio y del tiempo, excitante como la propia ciencia, ‘Oppenheimer’, la última película de Christopher Nolan, es una de esas películas que avasallan, que transportan a un rincón oscuro de emociones y que son incontestables desde el punto de vista de la realización y (¿puede que más?) de la interpretación de todo su reparto. Nolan ha vuelto a conseguirlo. Ha vuelto a sentar al público en una butaca (de cine, para la que ha concebido todo este estallido de luz y sonido) durante 180 minutos sin que se dé cuenta del paso del tiempo, haciéndolo partícipes y cómplice de una historia real que ya se conoce sin necesidad de spoillers. Quizá el misterio del éxito de esta película biográfica sobre el científico que coordinó la bomba atómica que arrasó las ciudades de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) radica precisamente en que la vida del brillante científico estadounidense está narrada a golpe de thriller (¿quién y por qué quieren ‘hundir’ a Oppenheimer?) haciendo un brillante uso de lo que Alfred Hitchcock denominaba el ‘Macguffin’, una excusa que hace avanzar la acción, pero que, en realidad, sólo tiene como misión dirigir al espectador hacia lo que de verdad se quiere contar. Aquí (atención ‘spoilers’) las tres horas de metraje tienen un centro: averiguar qué hablaron el ‘padre’ del proyecto Manhattan y Albert Einstein y en comprobar cómo las artimañas de la política, y no las de ciencia, son las que ‘aprietan el botón’.
Mucho se ha hablado del referente temático (en incluso estilístico a través del recurso del ‘flashback’ o incluso el ‘flashfoward’) que ‘Tenet’, el anterior filme de Nolan, supuso para ‘Oppenheimer’. Aunque lo cierto es que esta película guarda más similitudes con, quizá, uno de los filmes más olvidados de su filmografía: ‘El truco final’ (2006). En aquella (también con sombreros que se volaban con el aire) era el mismísimo Nikola Tesla (cautivadoramente interpretado por David Bowie) el que advertía del poder de la ciencia y sobre la necesidad de estar preparado para asumir sus posibles consecuencias. En ‘Oppenheimer’ es esa mirada de Einstein al político Lewis Strauss (maravilloso Robert Downey Jr.) la que, en realidad, da cuerda a toda la trama de thriller del filme. En realidad, en ‘Oppenheimer’ el Mcguffin es la propia bomba atómica.
El artefacto, desde su proyecto de creación a su (terrible) utilización aquellos 5 y 9 de agosto de 1945 y sus nefastas consecuencias, es la excusa con la que Nolan hace desfilar por la pantalla grande todo una retahíla de ambiciones, egos, maniobras y persecuciones políticas, pero también la culpa, el arrepentimiento, incluso el perdón. Todo ello a mil por hora, porque Nolan no deja al espectador ni un minuto de respiro. Con su apabullante cóctel explosivo de sonido (con un destacado papel en la propia sintaxis del filme y con el objetivo de trasladar emociones a través de la banda sonora, los efectos sonoros e incluso el silencio) de imagen, tan inquietante como incisiva, en blanco y negro y en color para remarcar diferentes puntos de vistas de los personajes,‘Oppenheimer’ es, como muchas otras películas de Christopher Nolan, toda una experiencia para los sentidos.
Si se parte del hecho de que, en realidad, se trata de una sencilla película biográfica, el veredicto es simple: Nolan es una auténtico maestro, un ‘prestidigitador’ a 24 fotogramas por segundo.
Que una película como ‘Oppenheimer’ se haya convertido en un éxito de taquilla (supera ya los 500 millones de dólares en todo el mundo) no deja de ser sintomático de la necesidad de un tipo de cine que, últimamente, tenía muy poca repercusión en una cartelera dominada por la inmadurez temática y propuestas poco arriesgadas. En un mercado en el que la permanencia se mide en el porcentaje de recaudación del primer fin de semana de estreno, da gusto encontrar filmes que, como ‘Oppenheimer’, gracias a esa simbiosis estival que ha establecido con ‘Barbie’, no sólo son vistas, sino que también gustan mayoritariamente a los espectadores. A pesar, incluso, de que no es una película sencilla y de su propia temática: un biopic sobre uno de los episodios de destrucción más terribles del siglo XX.
Nolan consigue introducir al público en la confusión y la culpa que infundió el lanzamiento de las dos bombas atómicas en el propio Oppenheimer tan bien como recrea en un par de ‘pinceladas’ al principio del filme (magistral escena, pero cierto) la fértil cultura y el pensamiento de entreguerras durante los años de su aprendizaje en las universidades europeas.
Si en ‘Oppenheimer’ se sufre en el capítulo moral, se disfruta (y mucho) en el terreno actoral gracias a un reparto que sabe sacar lo mejor de sí mismo incluso en personajes tan episódicos como el de Emily Blunt (magistral en la escena del interrogatorio, por cierto) dando vida a la mujer del científico, Kitty; o incluso Florence Pugh encarnando a su amante Jean Tatlock. Pero también Rami Malek poniendo los puntos sobre las ‘ies’ y, sobre todo, Matt Damon, que sorprende de nuevo gratamente como el general Leslie Groves tras algunos años de interpretaciones algo anodinas. Y, por supuesto, ese impagable Gary Oldman como el presidente Harry S. Truman en una de las escenas más rabiosamente indignantes del filme. Porque en ‘Oppenheimer’, aunque no refleja el punto de vista de las víctimas que sufrieron los efectos de las bombas atómicas (no es el objetivo ni la temática del filme), sí que juzga y calibra la mezquindad de quienes ordenaron su uso y no quisieron entender su poder de destrucción sino como un arma política. En este sentido, la cámara de Christopher Nolan está ahí para señalar esos hechos, también a los traidores, a los que quisieron medrar, a los que actuaron de manera sucia, a los cobardes… Aunque no sea una película moral, sino el retrato, con sus luces y sus sombras, de una mente brillante que supo leer la partitura de las leyes de la física.
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