Una historia basada en hechos reales puede convertirse en una gran ficción sin perder la esencia de la verdad en la que se inspira, de la misma forma que una película puede documentar fielmente, desde lo imaginario, la propia realidad. En ‘Nomadland’, el notable filme de Chloé Zhao, las fronteras entre lo ficticio y lo real se diluyen estableciendo una fructífera alianza para contar una de esas historias de las que nadie habla: la de las personas (en su gran mayoría de mediana edad) que perdieron sus empleos y sus casas tras la gran crisis económica de 2008 en Estados Unidos y comenzaron a vivir, como nuevos nómadas, en furgonetas o caravanas.
Y lo hace a medio camino entre el western y el documental, un cruce de géneros que confiere a esta película un halo y una singularidad muy especiales. Fern (maravillosa Frances McDormand) es como el ‘cowboy’ solitario con un pasado doloroso y triste (la muerte de su marido), sin un hogar al que poder regresar (la ciudad en la que vivía quedó abandonada de la noche a la mañana tras el cierre de la gran fábrica que sostenía la economía de la población), sin más objetivo en la vida que ganarse decentemente el sustento trabajando para continuar su camino.
No es casual, asimismo, que actores no profesionales formen parte del elenco de la película. Swankie, Linda May y otras personas reales que han hecho de este nuevo nomadismo su forma de vida refuerzan ese carácter de autenticidad que Zhao explora en el filme a través de una narrativa propia del retrato documental. Porque ‘Nomadland’ es también una película en la que se escucha y se da voz a estas gentes que, excluidas por el sistema, han emprendido, ligeras de equipaje, un viaje en busca de su felicidad al margen de lo material.
En esta obra, íntima y pausada, sin grandilocuencias, ocupa además un papel destacado la explícita poesía que Chloé Zhao (‘The rider’, ‘Songs my brothers taught me’) imprime a los planos con los que filma el paisaje de esa América de grandes horizontes y también a esos pequeños momentos musicales que cierran, a modo de coda, los diferentes bloques temáticos en los que está estructurado el filme, por cierto, con un buenísimo trabajo de montaje firmado por la propia directora.
Ese lirismo también está presente en esos maravillosos planos secuencia en los que la cámara acompaña a Fern en sus paseos sin más objetivo que explorar lo sensorial. La conexión con la naturaleza está muy presente, asimismo, en la película y es un elemento más de la trama.
“Si recuerdas algo, sigue vivo”, comenta el personaje al que da vida Frances McDormand. Pero desde una de las escenas más emblemáticas del filme, en la que trata de pegar los pedazos rotos de una vajilla a la que tiene mucho cariño (una clara metáfora de su propia existencia), a aquella en la que comprende que nunca podrá volver a su vida anterior, Fern irá poco a poco soltando ‘lastre’ hasta encontrar en la libertad un nuevo comienzo, siempre en ruta.
Y lo hará, como siempre, cargada de optimismo, confiando en la amabilidad de los desconocidos, en el valor de la amistad, de la solidaridad, pero sin mirar atrás… En ‘Nomadland’ no hay espacio para la tragedia, ni para muchas lágrimas, mucho menos aún para la compasión. La cámara retrata a los personajes con dignidad, afecto y admiración, sin ocultar la crudeza y las dificultades de este tipo de vida, pero forjando una conexión de complicidad con las personas que, como Swankie o la propia Fern, han emprendido el viaje que les hará encontrar su propia felicidad de espaldas al sistema, cada vez con menos cosas materiales.
Hablando de Frances McDormand resulta casi una obviedad decir que su trabajo es impresionante: siempre está realmente increíble. Pero pocas veces se ve en la pantalla un compromiso de tal magnitud de una intérprete con una historia. Al mismo tiempo, también es excepcional ver un rol femenino de tanta complejidad como protagonista absoluto.
‘Nomadland’ atesora ya un buen número de premios, desde el León de Oro en la pasada edición de la Mostra de Venecia, al Globo de Oro a la Mejor Dirección, y cuenta con seis nominaciones para los próximos premios Oscar que se entregarán el próximo 26 de abril. Pero el verdadero valor de este filme es su propio mensaje, expuesto sin moralina. Viéndolo es imposible no recordar aquella carta con la que el jefe de la tribu Suquamish respondió a la propuesta de compra del terreno que habitaban que les hizo el en 1855 el presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce: “La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella…”.
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