Dice Madalen Ibáñez, de 73 años, que hasta ahora no había necesitado nunca ayuda psicológica. «Esto ha cambiado después de ver el sufrimiento de mi madre», añade. Madalen achaca ese sufrimiento a la pandemia, pero sobre todo al transcurso de los días en la residencia Berra. «Nunca se pareció la vida en Berra al dossier que te dan cuando estás pensando en ingresar allí a tu madre, pero con la pandemia…», dice esta mujer, que en una libreta lleva apuntadas fechas y detalles del último año. Ahora el virus ha vuelto a los centros de mayores de Gipuzkoa y Madalen y el resto de los familiares vuelven a insistir en que algo tiene que cambiar. «A mí no me da pánico que me dé un ataque de peritonitis porque viene la ambulancia y ya me atenderán. Me da pánico la vejez por cómo está tratada. Y mi miedo es que los políticos, que parece que se han dado cuenta y han descubierto la Silver Economy, solo estén lanzando eslóganes».
Usted viene ahora de visitar a su madre en Berra. ¿Cómo está?
Tiene 95 años y mentalmente está muy bien. Ella eligió ingresar allí hace cinco años porque vio que necesitaba ayuda. Es muy activa y en Berra tenían un plan riguroso que la tenía atareada casi todo el día y eso le gustaba. Estaba contenta e íbamos a visitarla. Y le gusta el jardín.
Sin embargo la asociación Gipuzkoako Senideak, crítica con el sistema residencial, ya se creó antes de la pandemia.
En el año 2018, sí. Ya entonces era tremendo el trasiego de trabajadoras y eso es malo para los residentes. No contratan a gente fija, y cuando los mayores conocen a una trabajadora, se marcha. Esa inestabilidad es malísima y las chicas hacen un trabajo durísimo. Pese a todo mi madre, hasta antes de la pandemia, estaba bien.
¿Cómo vivieron lo que ocurrió entonces?
El 12 de marzo yo iba de visita pero me llamaron por teléfono. La cuestión es que no solo cerraron la residencia donde vive mi madre, sino que la encerraron a ella en su habitación. Y después se empezó a complicar todo. La residencia nos mandaba diariamente un mensaje por whatsapp dando el parte y en abril comenzó lo trágico. Fueron siete fallecidos el 10 de abril. Yo llamaba a mi madre por teléfono. Ella no podía hacerlo porque no se arregla con el móvil. Necesitaba ayuda y había mucho estrés. Han llegado a comunicar el contagio de hasta 38 trabajadoras.
Usted piensa que pudieron ser más.
Tengo dudas con los contagios y los fallecidos, la verdad. Conozco a una mujer a la que llamaron para trabajar allí y su hijo no quería que fuera porque se pasaba todo el día llorando. Las trabajadoras han visto muchos cadáveres. Oficialmente fueron cerca de 30 fallecidos.
¿Qué le contaba su madre de aquella primera época?
Que se agobiaba en la habitación. Poco más porque no sabía bien qué pasaba. En una reconstrucción posterior ha sabido que hubo compañeros que fallecieron.
¿Tenía televisión en la habitación?
No. Y no podían salir ni a la sala. Mi madre lee mucho, pero vio cortada su vida y ha estado un año comiendo en la habitación. De hecho ha cogido tal inercia que le ha costado volver al comedor.
¿Cómo vivieron la reanudación de las visitas?
Fue completamente anormal. Prepararon unos ‘boxes’ donde antes había una cafetería dividiendo aquello con mamparas de aglomerado. Mi madre no oye bien, y si le sumamos la máscara, muchos mayores estaban a gritos para entenderse. Al principio íbamos una vez por semana. Algo más de 30 minutos. Además, para mal de males, según salió de la habitación se cayó al suelo. Para hacernos una idea: antes de la pandemia mi madre llevaba un bastón y ahora va con andador. Y tiene un desánimo total.
En su momento se habló mucho de las videollamadas. ¿Sirvieron para compensar un poco la situación de aislamiento?
A nosotros no porque ella no entendían el retardo que tienen. No nos entendíamos.
Usted teme que esos ‘recortes’ en la calidad de vida de los mayores hayan llegado para quedarse. ¿Cómo es la vida a día de hoy en Berra?
Desde aquel 12 de marzo los fines de semana, por ejemplo, ya no se ha vuelto a organizar nada. Antes eran una fiesta. No va ni el cura a darles misa y se la ponen por la tele. Otro ejemplo: tenían bingo dos veces por semana, se había retomado y les hacía felices. Pues ya les han dicho que no van a volver a organizarlo, probablemente porque faltan trabajadoras. Y están muy disgustados. Son dos ratos por semana en que son felices.
En este punto vuelve a pesar la falta de personal…
Ya desde antes de la pandemia. Y durante la pandemia yo le preguntaba al director si se cubrían las bajas y me decía que sí, pero nunca me han dado nada por escrito. Falta información, hay oscurantismo. Yo les he llegado a decir que ocultar cosas nos lleva a imaginarnos lo peor.
Tampoco ayuda, en ningún sentido, esa jerarquía que empieza en Madrid y sigue por las autonomías, pasa por la Diputación y termina en las gestoras de las residencias… la realidad es que al final cada centro hace lo que quiere.
Usted insiste en que detrás del manejo de la crisis sanitaria solo se ha pensado en la vertiente económica, no en la humana.
Desde luego. De hecho los bares se abrían y las residencias se cerraban. Es pura economía. Y en las residencias recursos los justos. Y ejemplos tengo muchos: un día mi madre vio que se caía y se agarró del toallero y se lo llevó completo. Entonces protesté porque no son toalleros idóneos para un geriátrico. Y me respondió el director que cambiarlos todos cuesta mucho dinero. Por supuesto me lo dijo verbalmente, nada por escrito.
Aquello es una empresa, nada más. Y si escatiman en toalleros también lo harán en comida, en darte o no un yogur por la tarde. Por no hablar del exceso de burocracia: he conseguido después de mucho tiempo que a mi madre la cambien de compañera de habitación porque estaba con una mujer con demencia que podía levantarse de madrugada a ducharse. ¿Cómo es posible que tarden tanto en resolverse esas cosas?
¿Y las inspecciones?
Las inspecciones sí se hacen, pero se conocen de antemano. Nos consta.
¿Qué le dice su madre cuando va ahora a verla?
Voy dos veces por semana, ella podría salir tres pero no se atreve. Me dice que se acuerda de su abuela y que quiere que se la lleve. Que está cansada. Los fines de semana, el bingo… todo lo que le gustaba ha desaparecido.
Usted considera que los recortes en la calidad de vida pueden favorecer el sistema que se está imponiendo, dicho de forma sencilla.
Así es. Antes ibas a visitar a tu madre pero hablabas también con los compañeros. Ahora estamos todos más separados y más controlados y te llega mucha menos información que antes. Yo, a posteriori, me he enterado de cambios de habitación, por ejemplo, sin ninguna explicación. Eso está motivado por la covid, pero la realidad es que son personas, no son muebles. Pese a todo ves el dossier de Berra y dices «mañana mismo me voy con mis niños».
¿Les han dicho desde las instituciones que ha habido pocas quejas formales en materia de residencias?
Eso dicen, pero es que teniendo a una madre dentro cuesta mucho quejarse.
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