Según cuenta el periodista Iñigo Domínguez, en la playa el Palo de Málaga, famosa por sus suculentos espetos de sardinas, inventaron el chiringuito a finales del siglo XIX, “si es que es algo que pueda inventarse y no ha existido siempre, un techado de cañas donde los pescadores tomaban un trago al regresar a tierra”. Mola Mola, en Orio, nació hace bastante menos, en 2014, en la playa de Antilla, junto a la desembocadura del río Orio y el monte Kukuarri. Hace tiempo que se corrió la voz: es uno de los bares a un palmo de la arena más concurridos de la costa guipuzcoana.
Pleno mes de agosto. Es temporada altísima para un establecimiento con dos barras —una dentro, otra fuera—, además de un quiosco de helados. En los meses de verano la plantilla se refuerza de manera palmaria y un total de “27 trabajadores” desarrollan turnos rotativos con horarios diversos. ¿El motivo? No es solo que el local vaya como un tiro y se necesite más personal. “Para que te atiendan con una sonrisa, los camareros tienen que descansar y estar frescos, lo que requiere contar con más gente. Habrá momentos que haya que apretar más, porque dependemos cien por cien del sol”, explica la argentina Ainoa Irazusta (37 años), una de las dueñas del Mola Mola. La charla se retrasa varios días más de lo previsto porque, se excusa por WhatsApp, no tienen un respiro. Manda mensajes a modo de telegrama: “Vamos hablando, dale”.
Esta taberna playera está de moda. Hay música en directo, clases de bailes de salsa, DJs, mercadillos (Mola Market), desayunos, comidas y cenas, etc. De miércoles a domingo es un no parar. Y hacen gala de una selección variopinta: el pasado sábado noche la terraza se animó con música techno y al día siguiente, por la tarde, ya estaban listas las vivaces y marchosas parejas de lindy hop, una variedad del swing al que están dando cancha. “Cuando abrí me puse una meta: no voy a parar hasta ver bailar a los oriotarras. Ha costado pero poco a poco lo estamos consiguiendo. ¡No tiene precio ver bailar a la gente con una sonrisa!”, comenta Ainoa visiblemente emocionada.
El local abre en primavera, verano y la primera parte del otoño, algo más de la mitad del año, cuando el tiempo y la luz acompañan. “Desde el 15 de julio al 15 de septiembre tenemos actividades culturales casi todos los días”, apunta. Para dar con algunos de sus eventos, se recomienda seguir su cuenta de Instagram (molamolabar) donde cuentan con más de 7.000 seguidores y son muy activos. Amantes del surf y de la cultura marina, en Mola Mola hay muy buen rollo. En su alegre y colorida decoración se suceden los mensajes en clave positiva que incluyen guiños a la cultura argentina. Una de sus frases destacadas reza: “Qué bueno que viniste”. Con la persiana bajada se puede leer, en inglés, «Don´t forget de magic». Por tener, tienen hasta calcetines propios y todo tipo de merchandising desde tazas a sudaderas y camisetas.
Con todo, costó que la expansiva y alegre propuesta de Mola Mola cuajara en el pueblo de Benito Lertxundi. Ainoa Irazusta se unió a sus hermanos Iker (35 años) y Xanti (33) para levantar el chiringuito y los tres se encontraron con un muro que creían infranqueable: el carácter tímido y reservado de los guipuzcoanos. La primera época no fue un camino de rosas. “Aunque hoy podemos decir que estamos en el corazón del oriotarra, aquí suelen ser más parcos a la hora de entregar su confianza. Al principio no había ninguna devolución verbal”.
Hacia los cinco años las cosas empezaron a cambiar. Poco a poco la desconfianza inicial se transformó en “agradecimientos y felicitaciones por nuestro trabajo”. “Si me lo llegan a decir a los dos o tres años de haber abierto”, continúa Ainoa, “no me hubiera imaginado que pudiésemos estar instalados en la memoria colectiva. Es muy hermoso. Hay muchos clientes que ya son amigos. Si haces algo con alma y conciencia, de manera orgánica, es cuando realmente empieza a funcionar y la gente se siente cómoda. Esto se ha convertido en un hogar para muchos, es algo que me infla el corazón”.
Se sirven hamburguesas espectaculares con pan de brioche, pizzas finas con el borde crujiente, patatas bravas, calamares, hay opciones veganas… La carta resume la esencia de casi cualquier chiringuito en la orilla del mar con, eso sí, unos precios razonables que van de los 7 a los 15 euros. “Todo es casero y con productos de acá”, subrayan. Esto es Orio, un lugar cercano a Donostia (17 kilómetros) y pegado a Zarautz pero sin el efecto pernicioso del incremento del coste de la vida por el auge del turismo. “No se nos ha ido la olla con los precios. Todo lo que hacemos está pensado para que te lo puedas llevar a la playa o al verde, porque lo mismo servimos al que viene en cuero que al cliente de traje”.
El 70 por ciento de la clientela es local y muchos otros, en su mayoría navarros, suelen desplazarse desde el camping de Orio, explica Ainoa. Le llama la atención la transversalidad del público. “Es curioso. Si bien, aunque la media de edad es de unos 25 a 45 años, el Mola alberga desde familias con niños hasta mayores de 70 años. Flipas. Me dicen que vienen y que aquí se sienten jóvenes”.
Superados los recelos de los inicios, su voz se quiebra con la siguiente pregunta: ¿qué es lo que más mola de Orio? Ainoa responde sin dudar: “La gente. Este es un pueblo pirata que toda la vida ha tratado de sobrevivir a base de la pesca y del agua. Un carácter rebelde muy sano y verdadero en todos los aspectos”.
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