Para Quentin Tarantino, que se crió siendo niño viendo títulos como ‘Deliverance’, ‘El padrino’ o ‘Taxi driver’, no hay un cine más puro y excepcional como el de los años 70. Por eso, no es difícil imaginarle disfrutando de ‘Los que se quedan’, la última película de Alexander Payne (‘Entre copas’, ‘Los descendientes’). Y no sólo porque sea una producción cinematográfica (maravillosamente) ambientada a principios de esa década o porque cuente con una magnífica y evocadora banda sonora magnífica, sino también porque, en realidad, parece una película hecha justo antes de que se desencadenara la crisis del petróleo y que los artículos de investigación de Woodward y Bernstein sobre el caso Watergate obligaran a dimitir al presidente Nixon. La fotografía (gran trabajo de Eigil Bryld) e incluso el montaje, con esos característicos fundidos encadenados tan del gusto entonces, más que retratar, retrotraen al espectador a aquel Estados Unidos que dejaba los días (engañosamente) felices del ‘american way of life’ y comenzaba a mirarse al espejo formulándose preguntas o, cuanto menos, arqueando las cejas ante temas como Vietnam, el racismo y la lucha por los derechos civiles del colectivo afroamericano.
En el exclusivo internado Bartlon, en Nueva Inglaterra, el profesor Paul Hunham (un espléndido Paul Giamatti) sabe que el mundo “es un lugar amargo y complicado” y, aún así, pese a sus muchos años de docencia a alumnos que suplen su falta de inteligencia y esfuerzo académico con los millones de sus influyentes familias, no doblega su integridad. Ni siquiera cuando, como castigo al suspenso puesto al hijo de uno de uno de los principales mecenas del internado, le ordenan quedarse a cuidar al grupo de cinco alumnos que no tiene dónde ir durante las vacaciones de Navidad. Lo que nunca pensó Hunham es que la conexión que acaba estableciendo con uno de estos estudiantes, Angus Tully (impresionante debut de Dominic Sessa) acabaría siendo un punto de inflexión en su ordenada y hasta cierto punto apática vida. El argumento, efectivamente, también recuerda a esas películas de los años 70 con pocos personajes y donde los diálogos, certeros y brillantes, predominaban sobre la propia narrativa cinematográfica. Aunque aquí, en realidad, Alexander Payne se oculta inteligentemente tras sus protagonistas, haciendo pasar desapercibida una sensitiva dirección con toques muy intimistas (algo también muy de los 70) que imprime a esta comedia un bonito halo de melancolía y cierta amargura.
Sobre el papel reímos, pero gracias al magnífico guión de David Hemingson, también nos emocionamos ante sutilezas grandiosas como la contenida e increíble interpretación de Da’Vine Joy Randolph como la cocinera Mary Lamb que acaba de perder a su hijo en la guerra; ante el drama interior que oculta la rigidez vital de Paul Hunham o esas vanas ilusiones que comienza a despertar en él la secretaria del internado. Pero, sobre todo, la piedra angular del filme es ese amor que la película rezuma hacia la docencia, poniendo en primer plano cómo los grandes maestros puede determinar y marcar no sólo la vida de un adolescente en el futuro, sino también de la propia sociedad. Tan imposible es no verse reflejado en esos personajes que desnudan su alma ante el espectador como ver reflejados en ellos sentimientos vividos con esos profesores que se convierten en guías vitales. Gracias a esa magia que sólo logra el cine, los 133 minutos de metraje se convierten en algo así como una sana catarsis y, como en los grandes títulos de la década de los 70, en un punto de partida.
Porque, sí, entonces aún había esperanza. El “todo va a salir bien” de nuestro tiempo es sólo el pálido reflejo de esa ávida confianza en la humanidad que aún no se había visto alterada por el culto al capitalismo salvaje de los 80 o por la crisis moral de los 90. ‘Los que se quedan’, una película excepcional con la que comenzar el año 2024, con ese final abierto (tan de los 70) nos lleva a celebrar la vida, a disfrutarla tal como venga, a asumirla como mejor se pueda, siempre con diría el propio Hunham con la “cabeza bien alta”.
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