Se han formado dos largas colas separadas por apenas unos metros. Avanzan lentamente en direcciones opuestas cargadas de simbolismo, dándose la espalda. En una fila los turistas ansían una mesa libre para sentarse en el bar Gandarias y llenar un plato de pintxos. Es la peculiar estampa que nos está dejando este agosto atípico en los establecimientos con más solera de la Parte Vieja: gente haciendo cola como en una charcutería de toda la vida por una tarta de queso, una tartaleta de hongos o un risotto con queso Idiazabal.
Los jóvenes que se dirigen a la plaza de la Trinidad, en cambio, quieren ver un concierto. Las entradas para asistir a la actuación del grupo navarro Ibil Bedi están agotadas. Sorprende el orden y diligencia con la que actúa todo el mundo, la mayoría veinteañeros, en el punto de mira de esta nueva ola de contagios. Varios voluntarios con chalecos amarillos controlan el acceso, buscan el nombre de la persona en una hoja impresa y dejan que acceda al recinto. Las medidas anti-covid son abrumadoras: hay dispensadores de gel hidroalcohólico, la mascarilla es obligatoria en todo momento y las distancias de seguridad se respetan escrupulosamente. El bar, ubicado en la terraza de la planta superior de la Trini, se cierra durante el concierto. Nadie se sale del guion marcado por los organizadores, todo discurre en un ambiente de disciplina y camaradería. Si los jóvenes, dicen, son un foco infeccioso, aquí no parece haber un mínimo atisbo de virus.
La revolución es silenciosa, va por otros derroteros. El colectivo Donostiako Piratak ha tomado la plaza de la Trinidad. Los piratas son una especie de cara B popular y juvenil de la Semana Grande donostiarra que había crecido como la espuma desde su nacimiento en 2003. Hasta el año pasado. La pandemia echó por tierra su espectacular poder de convocatoria en los alrededores del muelle y solo pudieron organizar una jornada festiva. Esta vez han acordado cuatro días de «actividades culturales y de ocio» con el ayuntamiento, desde el jueves al domingo. Hay talleres, juegos infantiles, micros abiertos, una comida popular, bertsolaris, actuaciones musicales… La cara B de la Semana Grande es ahora la cara A. No se ha programado nada, al menos oficialmente.
La cautela va de la mano de la determinación política. Hay un mar de carteles reivindicativos; ganan por goleada los mensajes que aluden a la lucha feminista. En una caseta han montado un punto morado donde tres chicas atienden las denuncias por abusos y agresiones sexuales. De momento no han tenido que reportar ningún caso. “Es muy difícil que pase algo aquí dentro. Está todo muy ordenado y delimitado. Lo que sí nos consta es que ha habido agresiones en la Parte Vieja”, cuentan. El pañuelo morado es su sello distintivo. Sirve para disuadir a los agresores y les hacen ver que con las mujeres siempre debe imperar el civismo y el respeto. Asimismo, funciona a modo de sororidad y lealtad mutua entre ellas.
El lema que dio pie al movimiento pirata preside la avalancha de textos. Sobre un fondo negro se lee el eslogan “edozer dugu posible” (cualquier cosa es posible), que en este segundo verano de pandemia adquiere un significado especial. Unas 100 personas, la mayoría mujeres, realizan turnos a lo largo del día en una edición que han bautizado como Kabotajea. Aiora es una de las voluntarias, el eslabón entre los piratas y los medios de comunicación. “La actitud de la gente es positiva y ha cambiado un poco este año porque hemos organizado diferentes actividades”, explica en un breve descanso entre el primer concierto y el segundo, el de Sara Zozaya, que está a punto de empezar. El sabor que le queda, no obstante, es un tanto “agridulce”, admite, porque están abocadas a extremar las medidas sanitarias. El habitual jolgorio de los piratas queda así muy diluido.
Según Aiora, la única subvención que reciben Donostiako Piratak del ayuntamiento es de 1.500 euros. “Es la misma cantidad que el resto de comisiones de fiestas de la ciudad», asegura. La fuente de ingresos del colectivo se nutre de las aportaciones de los ciudadanos, el merchandising de la entrada y la pequeña barra donde venden consumiciones a precios populares (latas de cerveza a 1 euro, botellines de agua a 50 céntimos).
El aforo permitido en la plaza de la Trinidad es de 360 personas. Las gradas supletorias no se han llenado del todo para el concierto de Ibil Bedi, encantados, no obstante, con la respuesta del público: “Nunca habíamos tocado ante tanta gente”, dice el joven grupo de pop-rock que canta íntegramente en euskera y sorprende por sus melodías contagiosas y la introducción del violín en canciones como Orain Bat gara. Su estreno en Donostia se salda con éxito.
Algo más tarde de lo previsto, pasadas las nueve de la noche, llega el turno de Sara Zozaya en formato trío. Hay menos público. Quizás se debe a que coincide con la hora de la cena o que su propuesta, más minimalista y de espíritu shoegaze, no tiene tantos adeptos. Ocurre un imprevisto: desde la megafonía avisan de que van a abrir la barra del bar. El público sube despacio a la terraza, con disciplina y tranquilidad.
Durante el bis Sara Zozaya se queda sola en el escenario. Con una mano sujeta una hoja mientras que con la otra toca el teclado. Pide al público que le acompañe en una versión de Xalbadorren heriotzean que encoge el corazón. Se termina el concierto. Otro triunfo. La contenida jornada pirata del viernes se alargará un poco más, hasta las 22:30 horas. A la salida de la plaza la cola de pintxos sigue más o menos igual, como si el tiempo se hubiera detenido.
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