Solo al final de la charla se abre un resquicio para introducir en la conversación aspectos relacionados con la comida y bebida, lo que normalmente se hablaría con el dueño de un bar: “¿Nuestro top 3? Hemos cambiado de carta. Elegiría el plato de tacos de confit de pato, los totopos y el humus de remolacha”, escoge David Hernández quien, junto a Jon Sánchez, abrió las puertas de la taberna Kaioa de Atotxa, en los soportales de la plaza Blas de Otero, el 1 de agosto de 2019. La aventura hostelera de la pareja se ha visto sacudida por una escalada de peleas, agresiones, robos y actos vandálicos que afectan al barrio de Egia, especialmente en la zona baja, a la altura de la calle Duque de Mandas. Una situación tensa que se ha prolongado durante los últimos años.
Todo ello les ha pasado factura. En noviembre de 2021, casi al límite, comenzaron a compartir en la cuenta de Instagram del Kaioa algunos episodios desagradables y violentos. La taberna y cafetería de Atotxa, popular y querida, dijo basta. Hace dos semanas, el 6 de octubre, subieron el vídeo de una trifulca en la plaza Blas de Otero, al lado de su negocio: “Ayer en una pelea arrojaron una litrona a nuestra terraza. Poneos las pilas porque esto se va de madre”, escribieron en un post en el que, directamente, instaban al Ayuntamiento a que tomara cartas en el asunto. La entrevista tiene lugar en esa misma terraza. David Hernández atiende a DONOSTITIK, saca dos tazas de café y responde a las preguntas.
¿Estáis mejor, igual o peor que hace dos años?
Estamos igual. Es verdad que mediante la presión vecinal conseguimos eliminar unas casetas que había aquí [en la plaza Blas de Otero] y que creaban un punto negro. La vigilancia policial se intensificó, pero cuando las cosas mejoran esa vigilancia desaparece porque se considera que la situación se ha apaciguado. Cuando ocurre un altercado se vuelve a retomar la vigilancia. Ahora llevamos una semana y media larga con un control mayor, pero ayer mismo pasaron dos cosas que nunca habían ocurrido en Kaioa. Entró un niño de 12 años llorando al bar y nos pidió que, por favor, llamáramos a su madre porque le daba miedo cruzar la pasarela. Además, a una clienta le robaron un bolso mientras estaba cenando.
¿Lo pudisteis ver?
No. Vi cómo se le acercaban tres chavales a pedirle tabaco, pero nadie vio nada más. Al rato, cuando la mujer quiso pagar, echó mano del bolso y no lo tenía. La policía lo encontró más tarde tirado por aquí cerca; le faltaba la cartera y el móvil. Es la primera vez que se perpetra un robo en Kaioa. Hace unos meses intentaron abrir la persiana con una palanca que se dejaron en la puerta y que, finalmente, no pudieron forzar. Desistieron porque los cierres son de los viejos y se anclan al suelo y los dos lados. Hace cosa de tres viernes pasó algo que me dejó muy tocado y estuve dos días sin venir. Empezó una bronca entre dos grupos y uno de ellos lanzó una botella con tan mala puntería que cayó justo a la terraza. Tuvimos suerte de que no me impactara a mí o a algún cliente.
¿La apertura de la pasarela no debería haber provocado un efecto disuasorio?
Al haber mayor flujo de gente y más ojos viendo lo que pasa, pensaba que iban a cortarse. No es así. Una vez que estos chavales están bajo los efectos de ciertas sustancias les da igual todo.
Se aprecia más presencia policial. ¿Cómo explicas que los altercados se sigan sucediendo?
Entre ellos tienen una gran capacidad de comunicarse, son como los antiguos aguadores, llámalo como quieras. Muchas veces nos ha pasado que a los cinco minutos de irse el coche patrulla hay un tinglado
Hace un rato había unos cinco agentes merodeando por Tabakalera.
Sí, pero muchas veces se quedan junto al coche y considero que igual deberían moverse por los alrededores y vigilar toda la zona. Se puede liar en cualquier sitio sin que los agentes lo vean. Además, por aquí es muy fácil salir y escaparse y llega un punto en el que a ellos la presencia policial se la resbala.
Hablas de “ellos”. ¿A quiénes te refieres exactamente?
Ellos son un sector de chávales magrebíes bastante perjudicados por un continuo consumo de sustancias.
¿Los tenéis localizados? ¿Son siempre los mismos?
Digamos que hay un grupo fijo de unas 15 personas. Algunos desaparecen y se le van añadiendo nuevos miembros, otros aparecen al cabo de los meses… No sabes si en este intervalo han estado en prisión, en un centro sanitario, si han ido a otras partes de la ciudad o, no lo sé, a Madrid o Bilbao. Lo que sí que hay es cierta rotación.
¿Qué es lo que os transmite la policía?
Están atados de pies y manos. Cuando les llamamos por teléfono no tardan mucho en venir, y menos mal, pero muchas veces damos parte y se limitan a hacer labores de identificación. Ahí se queda la cosa. Otras veces, si consideran que alguien ha incurrido en algún delito se lo llevan esposado, aunque al día siguiente lo ves tranquilamente por aquí. Entre las cosas que han cambiado en estos dos años es que, además de maricón y racista, ahora me llaman chivato.
¿Cuál dirías que es la receta para acabar con este problema?
Independientemente de su origen, como si es de Ordizia, metería en prisión o deportaría a una persona que tiene en su espalda una serie de delitos graves. No puede ser que sigas en la calle con veinte delitos, entre ellos algunos gordos, como es el de agresión. Muchos de estos chavales necesitan también ayuda psiquiátrica. No están en sus cabales, ellos mismos son su peor enemigo, y más aún bajo el efecto de ciertas sustancias. Les vale casi cualquier cosa. Últimamente estamos encontrando muchos blísteres de pastillas antidepresivas potentes, que mezcladas con alcohol y una mala alimentación son una bomba.
¿Cómo os está afectando toda esta situación?
Una de las cosas que ha cambiado desde la anterior entrevista es que me han recetado unos antidepresivos. Sigo yendo a terapia. Mi pareja [Jon Sánchez, también socio del Kaioa] está igual, con medicación y atención psiquiátrica. Hay muchas veces que me quedaría en la cama debajo del edredón haciendo el gusanito, y que aquí fuera pase lo que tenga que pasar. Hasta los días más tranquilos me digo, qué raro, what the fuck, aquí hay demasiada tranquilidad.
Como una calma tensa…
Sí, eso es. Normalmente los incidentes pasan a última hora. Si cierras a las once de la noche pero quince minutos antes has tenido un tingladón con cuatro tíos, te vas a casa revolucionado. Discuten y se pelean por tabaco. O estamos con la persiana bajada y ellos mismos te la levantan. Les dices que está cerrado, e insisten. Tío, no, ¡has levantado la persiana de mi casa!
¿Hasta qué punto os merecer la pena continuar?
En su día buscamos locales y estuvimos a punto de mudarnos. Vimos uno en Gros y otro en la zona nueva de Easo, en la calle Estella Lizarra, que al final han cogido los del Maiatza de la Parte Vieja. Pero no es tan fácil cerrar y abrir un nuevo local. Yo no soy Amancio Ortega. Mi economía da para lo que da. Verme envuelto en préstamos, microcréditos… ¿Qué hago? ¿Lo traspaso? Aquí invertí un dinero. Este era un local que se caía y que se reformó por completo. Hay un punto de orgullo: este es mi primer negocio propio después de haber estado trabajando para otros durante más de 20 años. Es mi niño. Yo no me puedo ir. ¿Por qué me tengo que ir? La psiquiatra me dice que no pierdo nada, al contrario, ganaría yéndome a otro sitio. Así que supongo que cada vez me acerco más a la idea moverme a otro lugar por una cuestión de salud mental. Como ves, yo mismo tengo una lucha interna.
Con todo, el bar parece que funciona estupendamente. Siempre hay gente.
Es un orgullo que en un sitio que era tan triste hayamos logrado crear algo guay. Hay muy buen ambiente. Se mezclan edades, condiciones sexuales y tendencias políticas distintas. El contubernio del Kaioa funciona muy bien. Cuando lo cogimos hace cuatro años, mi madre y mi suegro vieron el local y la zona y nos preguntaron: “¿Estáis seguros de montar un bar aquí?”. Los locales de alrededor estaban cerrados, funcionaban a medio gas o eran despachos de abogados. No había un comercio vivo. Yo me agarré a la idea de que Tabakalera estaba cerca y de que en Egia se pueden hacer cosas muy bonitas. Podía haber salido mal, pero a base de pico y pala funciona muy bien.
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