Un señor con camisa de cuadros y unas gafas redondas con montura degradada mira a un lado y a otro, buscando una respuesta en alguna parte. Al rato, una joven que pasea cabizbaja por el centro de San Sebastián levanta la barbilla y cree, está convencida de ello, de que algo gordo está pasando. Otros ciudadanos que caminan por la calle Garibai y sus alrededores hacen como si la sirena que acaban de escuchar, una atronadora bocina que suena todos los días a las 12 del mediodía, no fuera con ellos. Pasados unos 20 segundos, el estallido se desvanece lentamente como las olas que a pocos metros de aquí mueren en la orilla.
Fernando Calvo trabaja desde hace 40 años en la relojería y joyería Internacional situada en la esquina de la calle Garibai con Andia. No se atreve a dar una fecha exacta de su instalación en el torreón de este imponente edificio, pero calcula que la sirena ya estaba operativa durante la Guerra Civil. Antes funcionó unos pasos más arriba, también en Garibai, en las antiguas oficinas del periódico El Pueblo Vasco. Dicen que su origen se remonta a un cañón de la plaza Gipuzkoa que a finales del siglo XIX prendía su mecha justo al mediodía.
Los primeros propietarios de esta elegante relojería de 1929 compraron un aparato que, con su estruendo, recuerda al toque de bocina de un gran buque entrando o saliendo de un puerto. “Esta es la segunda o la tercera versión y desde el punto de vista ornamental no tiene demasiado valor, su figura es parecida a la de una seta”, explica Fernando. Desde hace alrededor de 85 años ha sonado “prácticamente todos los días” salvo incidencias esporádicas. “Alguna pequeña avería y poco más”, puntualiza. Del mantenimiento se encargan ellos mismos. Y dado que solo funciona unos pocos segundos al día y está conectado a un reloj electrónico, apenas les da trabajo.
Hasta hace 10-15 años el reloj era de pesas y, por su carácter mecánico y rudimentario, se corría el riesgo de quedarse colgado y desactivar así la sirena. En un día festivo, con la tienda cerrada, los empleados no podían echar una mano en caso de que el reloj sufriera un parón. Para evitar el percance, se enganchaba a un sistema eléctrico de baterías. «10 o 12 de este tamaño”, describe Paco abriendo mucho las manos bajo el techo afrancesado de la tienda.
Entre otras marcas, en la Internacional se venden relojes Tag Heuer y Tissaut que oscilan entre los 250 y 6.000 euros y uno también se puede dar un festín de oro y diamantes. En lo alto del número 24 de Garibai, no obstante, se perpetúa un hábito que a muchos sigue pillando por sorpresa.
Varios curiosos pegan sus morros frente al escaparate buscando, quién sabe, un capricho para los próximos días. «En pandemia nos ha pasado algo muy curioso: como no se ha podido viajar hay quien de alguna manera ha sustituido ese gasto por una compra en la tienda», culmina Paco. El reloj del exterior marca las doce y media. Faltan exactamente 23 horas y 30 minutos para que la sirena vuelva a sonar en el centro de la ciudad.
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