Lorena había sacado a pasear al perro en la playa de la Zurriola y, señalando el bolsillo de su chaqueta Adidas, asegura que en algún momento de la caminata se le debió caer el móvil a la arena. Tal vez cuando sacó la pelota para jugar con el animal, no lo sabe a ciencia cierta. El caso es que “un buen samaritano lo encontró y se le ocurrió entregar el teléfono a la guardia urbana”. No es un teléfono cualquiera, se trata de un Iphone XR impoluto que se cotiza por encima de los 300 euros. Lorena se encuentra en el lugar de los objetos perdidos de Donostia, la comisaria de la Guardia Municipal de Morlans, donde después de mostrar la documentación le devuelven su teléfono.
Todo ha sido muy rápido: por la mañana tuvo lugar el despiste y hacia las siete de la tarde ya lo había recuperado. Antes de marcharse se interesa por la persona que ha devuelto el móvil para poder agradecerle el gesto, pero no ha dejado rastro de su contacto. Según los datos que maneja el Ayuntamiento, todos los días pasan entre 40 y 50 personas por la sede de objetos perdidos de Morlans. Se pueden encontrar desde documentos personales, juegos de llaves, gafas de sol, joyas, carteras, paraguas o incluso dentaduras postizas.
Los ciudadanos también son propensos a extraviar objetos de gran tamaño como tablas de surf, sillas de ruedas, cañas de pescar, tambores y cochecitos para bebés y niños. No son los casos más habituales, pero se hacen entregas de joyas y dinero. Hace más de un mes un hombre encontró un sobre que contenía nueve billetes de 500 euros en un parking de Oiartzun y lo trajo a estas dependencias policiales.
Normalmente, los objetos se depositan en unas vitrinas acristaladas ubicadas en la entrada para que los ciudadanos puedan echar un vistazo. Los más voluminosos, en cambio, se guardan en el sótano. En pandemia los extravíos se han reducido notablemente. La guardia municipal recibió en 2020 cerca de 14.000 objetos perdidos, lo que supone un descenso importante frente a los 19.173 que se registraron el año anterior. Excepto los documentos que contienen datos personales, se fotografían y pueden consultarse en el catálogo online de objetos perdidos con lo que sus propietarios tienen la posibilidad de hacer un rastreo digital. La Unidad de Inspección Técnico Policial se encarga de esta tarea.
Los audífonos no son especialmente económicos, su precio oscila entre los 1.000 y los 4.000 euros, dependiendo de la tecnología y las funcionalidades del dispositivo. Un puñado de estos minúsculos aparatos electrónicos están alineados en una de las vitrinas. Dar con el usuario no es sencillo, pero tampoco imposible: apuntan el número de serie y llaman a la empresa de corrección auditiva para tratar de establecer su trazabilidad. En este periodo pandémico también pueden ocurrir pequeños imprevistos: en un cajón de Morlans aparece un paquete con una nota escrita a boli: “La dueña pasará a por él cuando termine de estar confinada”.
Las preguntas se amontonan una vez que nadie reclama un objeto perdido. ¿Se regala? ¿Se recicla? ¿Se dona? Su gestión y destino final depende principalmente del valor económico y tipo de material. La mayor parte se guarda durante un mes, a excepción de los paraguas que, en caso de que nadie dé señales de vida, solo se almacenan una semana. Con el dinero y las joyas, es decir, los objetos de “gran valor”, el plazo se alarga hasta los dos años. Pasado este tiempo, la persona que lo encontró estará de enhorabuena pues pasa a ser de su propiedad.
Las llaves se reciclan y con los teléfonos móviles se calcula su valor económico “dependiendo del modelo y la antigüedad”. El importe se destina a la fundación Síndrome de Dravet, que tiene como objetivo ayudar a mitigar y curar una grave epilepsia que afecta a los niños. Ojos del mundo -una ONG que lucha contra la ceguera evitable en los países en vías de desarrollo- recibe las gafas, mientras que la ropa, los paraguas y “otros enseres” van a parar al movimiento social y solidario Emaús. Por último, la documentación se envía a la Policía Nacional o, en caso de ser extranjera, a las embajadas correspondientes.
En apenas 20 minutos, varias personas denuncian pérdidas o entregan directamente lo que se han encontrado en la calle. Una joven deja una cartera con abundante documentación que un día apareció en el Reloj de Ategorrieta. La agente echa un vistazo y enseguida encuentra la dirección de su domicilio. “Se la devolveremos”, dice con una sonrisa. Hacia las siete y media de la tarde un mensajero entra a la sede policial. Viene a recoger un portátil que otro buen samaritano ha depositado en Morlans. Al parecer, su legítimo dueño había estado en Donostia y se lo van a enviar a su domicilio en Valladolid. Como Lorena, este hombre recuperará lo que es suyo y un día perdió.
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