El investigador donostiarra Ander Ramos fue el protagonista anoche de la cena del Rotary Club en el Hotel de Londres e Inglaterra. Convencido de las enormes posibilidades que abre la neurotecnología para la salud, Ramos lidera varios equipos que paso a paso dirigen sus esfuerzos a lograr la movilidad de los afectados por un ictus. Estos esfuerzos ya se han traducido en resultados concretos que le valieron el Premio Walter Kalkhof-Rose que la Academia Alemana para las Ciencias y las Letras entrega al mejor investigador joven. Ramos, ex alumno del Colegio Alemán San Alberto Magno y de Tecnun, tiene 39 años, un futuro prometedor y un presente apasionante. Y no se libra del problema de la financiación que sufren todos los investigadores.
¿Cómo van los avances en la movilidad de los pacientes tras un ictus?
Es un camino muy largo. En 2007 empezamos con un primer proyecto que cerramos entre 2011 y 13. Lo que hicimos fue empezar a utilizar tecnologías no invasivas, que son las que no requieren cirugía. Trabajamos con sensores y con un exoesqueleto. Con todo ello detectábamos las señales del cerebro a los músculos y medíamos esa intención para mover nosotros al paciente. Al hacer esto conseguimos activar mecanismos de la neuroplasticidad funcional y reconectar otra vez el cerebro con los músculos. Y en ello seguimos. Después han venido otros grupos que han reproducido los resultados, lo que nos dice que lo conseguido no es casualidad.
¿Y en qué momento están ahora?
Estamos refinando esta tecnología para hacerla más precisa, más rápida y también más divertida para el paciente. Lo de que sea más divertida es importante. Se olvida la motivación en este tipo de recuperaciones cuando la realidad es que ayuda mucho. Ahora trabajamos con videojuegos y además estamos empezando a utilizar implantes cerebrales. Queremos publicar los resultados el año que viene.
¿Podemos soñar con una recuperación total para quienes han padecido un ictus?
Es nuestro objetivo. En ese sentido hay una ola de iniciativas que se están moviendo rápido y bien. Se están invirtiendo millones en ‘startups’ que trabajan en interfaces neuronales para aumentar la posibilidad de que este campo avance.
Nos encontramos en un camino, el de interactuar con el sistema nervioso, que puede ser una alternativa a los fármacos en muchos males, no sólo un ictus. La neurotecnología trabaja en esa interacción.
Por otro lado los casos de ictus son una barbaridad y afectan a personas cada vez más jóvenes. Por ello las discapacidades que provoca se cronifican.
¿Desde dónde lleva a cabo estos proyectos?
Desde la Universidad de Tübingen, Tecnalia, la UPV, Biocruces y Biodonostia, la Universidad libre de Bruselas y la de Berkeley en California. Cada lugar tiene su financiación y equipo.
¿Cómo llegó a este mundo?
Yo estudié Ingeniería industrial en Tecnun, pero no era lo mío. En Alemania hice Ingeniería Biomédica que acabé en Estados Unidos y me atrajeron las interfaces neuronales e hice un doctorado. Ya desde el principio trabajaba en Tecnalia, que ahora tiene una división de salud muy fuerte.
Se habla mucho de la financiación a los investigadores. ¿Cómo estamos respecto a Alemania?
Sinceramente hay mucha diferencia y eso que en el País Vasco sí se da importancia a la investigación.Pero en Alemania hay más instrumentos para pedir medios y se reconoce mucho un doctorado, algo que aquí no ocurre. Las ventajas de trabajar allí incluyen salarios importantes, seguros, condiciones… Hay dos agencias estatales que dirigen muchos fondos a las investigaciones. Es una quimera llegar a ese nivel pero conviene pensar por qué Alemania es un país tan avanzado.
¿La iniciativa privada tiene espacio en este mundo?
Iniciativas como la del Rotary, que en este caso van dirigidas a proyectos de cáncer infantil, son importantes porque todos los investigadores tenemos el mismo problema. Hay demasiados asuntos pendientes y falta financiación.
Hay personas que donan su dinero a universidades estadounidenses. Hay que demostrarles que aquí también hacemos cosas importantes.
¿Qué retos maneja a corto y largo plazo?
Un corto plazo en una investigación de estas características son tres años. Y ahí manejamos un reto como el de la recuperación de una mano. Más a largo plazo aspiro a formar un núcleo mundial de la neurotecnología y se puede hacer. De partida tenemos un buen servicio público de salud y cada vez personas más mayores.
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