Cuenta Margarita Sánchez que su pulsión como compradora de arte («me levantaba pensando en una obra y no paraba hasta conseguirla») era lo suficientemente fuerte como para llevarla a la ruina y que fue su marido, el donostiarra Sebastián Ubiría, quien ponía orden «porque era más analítico y racional». «A veces le hacía trampas y me endeudaba», reconoce la coleccionista.
Fruto de esos dos caracteres nació la colección Sánchez-Ubiría, con arte africano tradicional por un lado (más de ella) y contemporáneo occidental por el otro (más de Sebastián). Aparentemente sin conexión entre una y otra, aunque como símbolo perfecto de esa tentación que surgió con el colonialismo de buscar conexiones entre el mundo africano y el occidental. Aunque fueran irreales.
Por primera vez la colección se puede ver fuera de Madrid y en un escenario que tanto a Margarita Sánchez como al comisario de la muestra, Alejandro Castañeda, les parece ideal: el Kubo-kutxa del Kursaal. Allí estará hasta el 20 de enero.
Con esta exposición Sánchez cumple el sueño de su marido, fallecido en 2014, de traer la colección a su ciudad natal. Además, frente a la inauguración que se hizo en Alcobendas, hay nuevas obras incluidas y lugar para artistas donostiarras como Cristina Iglesias o Iñaki Gracenea.
El expolio
‘La idea en un signo’ reúne en Kubo-kutxa 170 obras de las cuales 93 son de arte tradicional africano y 77 de arte contemporáneo occidental. Las obras africanas son en su mayoría de inicios del siglo XX, aunque las hay mucho más antiguas, incluso de tribus desaparecidas, y en esos casos el arco se amplía enormemente al calcular los siglos de origen.
Curiosamente Margarita Sánchez nunca ha comprado en África, un continente al que ha viajado «con amigos de San Sebastián» por el puro placer de asomarse a sus culturas. «Sabía que comprar allí era meterme en problemas por reclamaciones posteriores y he tenido mucho cuidado. Las obras africanas las he comprado en galerías de Bélgica o de París, por ejemplo. Y me quitaba ese problema de encima».
En sus primeros años como coleccionista adquirió varias obras africanas en Nueva York, donde eran considerablemente más baratas. Después supo que eran falsas. «Conservo alguna porque me recuerda mis orígenes».
El colonialismo supuso, entre otras cosas, un expolio para el arte tradicional africano. «Todas las obras buenas se las llevaron los europeos, quedan las imitaciones o lo más actual». Igual ocurrió con las guerras y la entrada de las religiones que consideraban que había que destruir los símbolos paganos y así hicieron.
A esa merma se le sumó que los africanos fueron conscientes de que sus obras tenían valor económico en el exterior y empezaron a ‘fabricarlas’ perdiendo el sentido de las obras originales.
En resumen: lograr una colección africana de arte tradicional parece una quimera hecha, en este caso, realidad.
Un mundo aparte
Para llegar al fondo de la relación que se establece en la muestra entre las obras occidentales y las africanas merece la pena leer los textos. De hecho «resulta imprescindible» en opinión del comisario Alejandro Castañeda.
Algunas de estas relaciones arrojan el drama humano del colonialismo. Un ejemplo: la catalogación fotográfica que hicieron Bernad y Hilla Becher de edificios industriales se compara con la catalogación también fotográfica que hizo Fritsch de los individuos africanos y de sus características físicas entre 1873 y 1876.
Además el recorrido por la colección de Sánchez-Ubiría supone adentrarse, en su vertiente africana, en un mundo de códigos desconocidos. Como los de las tribus en que las mujeres trabajaban las máscaras con las manos (la colección de máscaras es espectacular) y el instrumental se reservaba para los hombres, que hacían trabajos mucho más elaborados.
La producción cultural de las culturas punu en Gabón, ashanti y akan en Ghana, mendé en Sierra Leona o shi en Zaire-Ruanda se enfrenta a la producción de Richard Deacon, de Laurie Simmons o el vídeo de Bruce Nauman que siempre provoca la curiosidad de los visitantes. Obras, todas, que tienen valor por sí mismas.
Y es que hay mucho para ver en Kubo-kutxa. ‘La idea en un signo’ enfrenta al visitante a una muestra tremendamente heterogénea y conformada por las personalidades de Margarita Sánchez y Sebastián Ubiría. «Sobre todo es el resultado de nuestra pasión y de nuestro sentido estético», expresó la coleccionista durante la presentación del pasado viernes al abrir su mundo a los visitantes.
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