En el menú de hoy destaca la musaka, el típico plato griego que en el cartelito de fuera la han bautizado como “musaka goxoa”. Cuando Agustín Rodríguez -más conocido como Agus, a secas- ve la simpática ocurrencia, entra al bar y lo comenta entre risas con los camareros. “Es por aclamación popular. Lo tenemos que poner un día fijo, los miércoles. Lo mismo ocurre con las albóndigas. Son un exitazo. Hay gente que llama para encargarlas y se las lleva a casa”, dice sentado en la terraza del bar Pandora de Gros, el local que dirige como si fuera uno más desde hace dos años y medio.
Pese a que las restricciones derivadas del coronavirus se han cebado con el sector hostelero, corren aires de optimismo en Pandora. Todos los empleados, 8 en total, han abandonado el ERTE y se han incorporado “a jornada completa” a sus horarios de trabajo habituales. Agus respira aliviado. Y señala claramente al mismo bote salvavidas de tantos y tantos negocios hosteleros en tiempos pandémicos: “Tenemos una amplia terraza, hoy en día somos unos privilegiados”.
Durante 17 años Agus capitaneó el Rekalde de la calle Aldamar de la Parte Vieja. Una operación urbanística se topó en su camino y, obligado por las circunstancias, abandonó el proyecto. Aquel final inesperado dio mucho que hablar y supuso el final de un ciclo, no solo del Rekalde sino también de una forma de hacer las cosas en pleno meollo turístico. En apenas dos meses ya se había mudado a una calle peatonal, Txofre número 2. El bar tenía otro nombre, una ubicación distinta, un espíritu renovado. “Me dijeron que la calle estaba muerta y que no pasaba nadie”, recuerda. Este hombre sonriente y activista -en su bar no faltan la bandera de Palestina y una enseña morada feminista- nació prácticamente a la vuelta de la esquina, en José María Soroa 23, a unos 200 metros del Pandora.
El traspié pandémico hubiera sido infinitamente mayor en Rekalde, sin terraza y abocado al consumo en el interior. “Es un pensamiento que nos ha venido a la cabeza muchas veces. Casi todos los que estamos aquí venimos del Rekalde. Es el dichoso karma. Salimos de allí en contra de nuestra voluntad. Era un espacio en el que nos encontrábamos muy a gusto, pero somos muy conscientes de que en los tiempos de restricciones más duras estaríamos, como mucho, dos o tres personas trabajando. Y ahora, como mucho, cuatro”, afirma Agus.
El local de la Parte Vieja fue adquiriendo una identidad muy determinada y se convirtió en un lugar a mitad de camino entre una tasca de barrio y un foco sociocultural. Eran habituales las presentaciones de libros, las charlas, la música en directo… En sus inicios, Pandora empezó a organizar una serie de pequeñas exposiciones -de pintura y madera tallada, entre otras disciplinas-, pero el avance de la pandemia detuvo el detonador cultural.
Agus echa de menos los viejos tiempos, sobre todo las animadas jam sessions que congregaban a un grupo de músicos fieles al que les puso nombre: la Rekalde band. “Entiendo que en estas circunstancias no se puedan hacer actividades; lo entiendo y tendremos paciencia. Pero es el plus que tenía el Rekalde y es lo que en un futuro le dará la personalidad a Pandora”, vaticina.
A los trabajadores les suena la mayoría de los clientes. Los llaman por su nombre, son amigos y conocidos, sospechosos habituales del Pandora. Sucede algo parecido en la dirección contraria, donde ya han empezado a pedir la demandada musaka goxoa: los clientes tratan con cercanía a la camarera que les atiende. ¿La familiaridad es la fórmula de vuestro éxito? “Es una combinación de factores. Damos un buen servicio y tratamos de atender bien a la gente. La base es el trato”, responde Agus dibujando, cómo no, una sonrisa.
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