En una buena tragedia que se precie debe haber ambición desmedida, alianzas, traición, sacrificio, amor, sexo, violencia, muerte, redención y, por supuesto, un bufón, ese personaje que, en clave de humor, cuenta las verdades a la cara o hace reír (muchas veces, las dos cosas de forma simultánea). La fórmula puede aplicarse tanto a las grandes obras del teatro grecolatino o de William Shakespeare como a ‘Juego de tronos’, cualquier telenovela turca de moda (quitando el sexo explícito de la ecuación, claro está) o, para gozo de los amantes de los 80, la mítica ‘Dinastía’, una serie hecha con el fragor del Hollywood, una especie de ‘los ricos también lloran’ en el capitalismo americano más salvaje y en la que Joan Collins daba vida a la perversa, divertida, glamourosa, lianta e inteligente Alexis Carrington.
Es imposible no pensar en este icónico personaje al ver ‘La casa Gucci’, la última película (y van dos que estrena en el intervalo de mes y medio) del director Ridley Scott (84 años, pero hecho un chaval) que retrata el ascenso y caída de Patrizia Reggiani, esposa de Maurizio Gucci, heredero de la icónica firma de moda italiana. Y la verdad es que Scott cuenta esta historia con un estilo más propio de ‘Dinastía’ que de una gran tragedia griega o shakesperiana.
Si ‘Dinastía’ tenía a su Joan Collins, ‘La casa Gucci’ tiene, para fortuna de los espectadores, a Lady Gaga, sobre la que recae todo el peso de la película (incluso con un casting plagado de estrellas: de Al Pacino a Jeremy Irons, de Salma Hayek a Jared Leto) hasta el punto de que el filme ‘flojea’ cuando ella está fuera de escena.
Los que pensaron que lo de ‘Ha nacido una estrella’ en 2018 había sido pura casualidad, los que creyeron que no era una verdadera actriz sino una estrella de la canción interpretando a una cantante; los que pensaron que nunca encontraría un papel tan a su medida como aquel… Se equivocaron. En ‘La casa Gucci’ Lady Gaga rebate una a una todas las dudas y lo más importante: en el filme no se ve a la intérprete de ‘Bad romance’ o ‘Rain on me’, sino a Patrizia Reggiani, un personaje que concentra en sí mismo todas las cualidades (buenas y malas) de una ‘Lady Macbeth’ o de una Alexis Carrington. Lo prodigioso de su trabajo interpretativo es la defensa que hace de una Reggiani con innegables deseos de medrar socialmente y sin escrúpulos para conseguirlo interpretándola como una mujer absolutamente enamorada… aunque, tal vez, no tanto de Maurizio Gucci como de su familia, del prestigio de esta firma de lujo y, por supuesto, de su dinero.
Contenida en ocasiones, ‘barroca’ en otras (ayudada por un impresionante vestuario), terriblemente humana en todas las escenas, durante el metraje descubrimos cómo a medida que se aferra a su deseo de pertenencia a la Casa Gucci más parece perderla (ésa es su gran tragedia). Y es inevitable no reparar en la ausencia de prejuicios y el alma que ha puesto Lady Gaga en construir el retrato de esta mujer que ordenó el asesinato de su exmarido cuando éste vendió a inversores privados la marca Gucci y estaba a punto de casarse con otra mujer.
Lady Gaga, no obstante, tiene en este filme un antagonista que no es precisamente Adam Driver, que interpreta a su marido en el filme, sino al mismísimo Jared Leto, pese a que cueste reconocerlo tras el maquillaje de caracterización. Su Paolo Gucci, el excéntrico y algo lelo primo de Maurizio, es sin duda el bufón de esta tragedia al más puro estilo culebrón que ha querido brindar Ridley Scott, un personaje que descoloca, que, a veces, quizá, no esté bien engarzado en la historia, pero con el que es inevitable reír. Si Lady Gaga le pone a su Patrizia Reggiani arrojo y una fuerza arrebatadora, Jared Leto viste a su Paolo Gucci de una ternura triste. Las carcajadas que arranca en la película (y que son muchas) inevitablemente se tiñen de compasión.
Pero en los 157 minutos de metraje de esta película, además de la historia de las luchas intestinas familiares por el poder y control de la firma de lujo que nada tienen que envidiar a las de los Médici o los Borgia, también se ofrece un inspirado retrato, en ocasiones nostálgico, en otras un tanto irónico, de los 70, los 80 y principios de los años 90 del pasado siglo, un viaje temporal y sensorial a través de una magnífica banda sonora, una de las mejores de los últimos años tras ‘Érase una vez Hollywood’ de Quentin Tarantino.
Sorprende, asimismo, dentro del eficaz trabajo de dirección, que el veterano Scott ‘luche’ por hacer de cada secuencia la más icónica del filme, que se ‘curre’ cada uno de los planos, que se apoye en los actores, pero también en el vestuario (para, subrayar de forma sutil, por ejemplo, la vulgaridad de Patrizia) y en los decorados (que muestran cómo van cambiando los personajes) para contar también otros aspectos de la trama. ‘La casa Gucci’ no tiene trazas de engrosar la (nutrida e imprescindible) lista de clásicos de Scott (‘Alien’, ‘Blade runner’, ‘Thelma &Louise’, ‘Gladiator’), tal vez sí la de notables e interesantes filmes como ‘La sombra del testigo’ (1987), ‘Black rain’ (1989), ‘Un buen año’ (2006) o ‘Marte’ (2015). ‘La Casa Gucci’ es, desde luego, un entretenidísimo filme que se disfruta, aunque de alguna manera, se muestre algo descompensado (el final se presenta de forma muy abrupta y se resuelve en apenas dos secuencias). Pero no se le puede negar el mérito de lo que, en esencia, es el cine: entretenimiento. En este caso, tejido de nostalgia y de elegancia en el Milán más a la moda.
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