A él también le llama poderosamente la atención la falta de lluvias de esta primavera. A sus 74 años, Antton Larratxau se encarga de recabar los datos meteorológicos del observatorio de Igeldo. Lo hace todos los días, metódicamente -“por la mañana, por la tarde y por la noche”, apunta-, tal y como se hacía antes; es decir, a mano y sin ayuda digital. “Somos pocos los que lo medimos manualmente en toda España”, dice sin darse importancia. La sequía actual le recuerda a la del año 90, cuando hubo una serie de cortes de agua que empezaron en Santo Tomás y se alargaron hasta el mes de abril. “Pensábamos que no iba a llover nunca más hasta que empezó a caer agua de arriba abajo y se acabaron los problemas”, zanja.
Se jubiló hace cuatro años y de una manera o de otra su vida siempre ha girado en torno al agua. Siguiendo los pasos de su familia, empezando por su abuelo, ha trabajado en la red de control y vigilancia de las aguas municipales. Antton nació justo encima de los depósitos de agua que se construyeron en la segunda mitad del siglo XIX en el parque de los viveros de Ulia, los de Soroborda y Buskando. Este espectacular aljibe con alma de catedral se utilizó hasta 1982, y en los últimos años ha sido objeto de una serie de visitas guiadas con las que muchos ciudadanos descubrieron su peso en la historia de San Sebastián y un innegable valor arquitectónico.
La casa se levantó hacia 1872-1873 con el propósito de que sus dueños se encargasen de la custodia y el mantenimiento de las instalaciones. Antton ha sido guardián del parque durante buena parte de su trayectoria vital, pero este hombre menudo y sencillo, que habla bajito y no tiene otra ambición que la de continuar con las rutinas diarias, vive ahora bajo la amenaza de un desahucio. “Yo nunca pensé que llegaría a este punto, pero creo que mis días aquí están contados. Tiene toda la pinta”, afirma con resignación.
En los últimos tiempos, el colectivo Uliako Lore-Baratzak se ha convertido en su mejor aliado. El proyecto vecinal se puso en marcha en 2013 y dos años más tarde decenas de voluntarios, en su mayoría mujeres, abrieron el parque a la ciudadanía, comenzaron a rehabilitar el terreno y le dieron forma a un gran huerto comunitario con el que sus usuarios reconectan con la naturaleza y, al mismo tiempo, tratan de socializar. Durante la pandemia sus más de 14.000 metros cuadrados han sido un desahogo para cientos de ciudadanos de los barrios colindantes, desde Intxaurrondo hasta Bidebieta, una vía de escape en un mar de flores y hortalizas. Gente de distintas nacionalidades se junta los martes por la tarde en el parque en un ejercicio de militancia agroecológica. Con cada semilla tienen la esperanza de plantar un mundo mejor. Y ese mundo pasa por detener los proyectos urbanísticos que en los últimos años el Ayuntamiento ha puesto encima de la mesa sobre el antiguo vivero.
Defienden que en 2018 lograron paralizar la construcción de 70 apartamentos para jóvenes que en el parque se celebró como una gesta épica. La alegría duró poco: la sombra de una nueva operación urbanística apareció enseguida, así como el posible traslado de la sede de la sociedad de Ciencias Aranzadi a Ulia. Posibilidad que sin embargo Aranzadi anunció que declinaba.
Aunque oficialmente no hay nada decidido, Antton, asegura, ya ha recibido la orden municipal de marcharse y abandonar la casa. “No sé al final qué decisión se tomará, pero si Aranzadi entra aquí yo estoy fuera”, afirma. Según cuenta, le han ofrecido trasladarse a un apartamento tutelado para personas mayores en Ategorrieta. No está nada convencido de la propuesta, porque dice que el ambiente del edificio, con vecinos de edades muy avanzadas, es decadente. Conoce bien el lugar: en su día tuvo que realizar alguna gestión relacionada con el sistema de aguas de la casa.
Aranzadi recibió en 2020 una subvención del departamento de Cultura del Gobierno vasco por un valor de 148.443 euros. Esta cantidad de dinero debe servir para elaborar un proyecto sobre los depósitos de agua que contemplaría la reconversión de la zona así como la construcción de un nuevo edificio. Esto le genera una honda desconfianza.
Antton cruza los dedos y sigue adelante con sus rutinas. El tiempo avanza, esa es la única certeza que tiene. “Si el parque sigue como hasta ahora yo también seguiré”, dice, y a continuación se le escapa una leve sonrisa con la siguiente afirmación: “Además, aquí me dicen que yo ya soy un miembro más del parque”, culmina.
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