En la pequeña terraza del café Iturralde caben cuatro mesas y una sombrilla que resguarda a sus clientes de la lluvia. Después de 20 días con la persiana bajada por un caso positivo de coronavirus, hoy es la primera mañana que abre este pequeño negocio familiar de la Avenida de la Libertad. La respuesta ha sido esplendida, y a las 12:45 los hermanos Iñigo y Begoña Luengo cruzan una mirada cómplice. “No hemos parado, ha sido espectacular”, dice Iñigo. Desde 1984, el que quiere tomarse un señor café en la Avenida ya sabe a dónde tiene que dirigirse. Funcionan por el boca a boca. Nunca han hecho publicidad en una carrera de fondo que va camino de cumplir cuatro décadas. Una frase escrita en la pared y a la vista de todo el mundo corona su filosofía cafetera: la vida es demasiado corta para tomar café del malo.
A los dos lados del Iturralde -el nombre proviene del caserío familiar homónimo en Azpeitia-, ocupando el número 11 de la calle, estaba la tienda masculina Celio. Los escaparates, vacíos, forman un triste sándwich en el que la cafetería ha quedado fundida como una loncha de queso. “H&M cerró, Cos cerró, Celio cerró…”, enumera Begoña en una lista de bajas que parece no tener fin y afecta tanto al menguante comercio local como a multinacionales y bancos que cierran por inercia sus oficinas en una de las zonas más exclusivas (caras) de la ciudad.
En un rápido vistazo, son pocos los establecimientos -pequeños y grandes, no hay apenas distinción- que se mantienen en pie en la Avenida después de mucho tiempo. Auzmendi y Arbelaitz, dos iconos del comercio guipuzcoano, han pasado de convivir con sucursales bancarias y prestigiosas firmas de moda a compartir calle con empresas de cosmética que colonizan capitales de provincia (Rituals), filiales de inditex (Pull & Bear, Oisho), franquicias como Tea Shop, Starbucks y el goteo incesante de locales vacíos que cierran por la pandemia. El golpe es especialmente duro en la Avenida.
Según la asociación de comerciantes Ba Gera, el bajón viene de lejos. “Se veía venir. Hace unos años, la mayoría de los locales de la Avenida estaban ocupados por entidades financieras. En ese momento había un problema de falta de atractivo de la zona por su escasa actividad por la tarde, al estar cerradas las oficinas bancarias. Con las absorciones de entidades financieras, muchos de estos locales ya quedaron vacíos. ¿Qué hizo el Ayuntamiento ante esta situación? Lo mismo que hará ahora…”.
En Ba Gera creen que las multinacionales apuestan principalmente por la vía online como método de supervivencia en un mercado voraz que se está llevando por delante a muchos locales. El futuro que vislumbran en la Avenida tiene claros tintes distópicos, “convertida en el parque temático de salud de Donostia, con clínicas dentales, centros de belleza, consultorios… Lo cual puede resultar hasta interesante pensando en el segmento de turismo que nuestra ciudad quiere atraer”.
Se leen anuncios de este estilo por todas partes: “Planta baja, 203 m2. Entre planta 69 m2. Se vende”. En los portales, tradicionalmente oficinas de profesionales liberales (abogados, seguros, notarías), llama la atención la cantidad de pisos turísticos que se han incorporado en los últimos tiempos. Hacia la mitad de la Avenida, la diamantista Ángela liquida su negocio: ofrece “alta joyería” con un 50 % de descuento en un intento de recuperar el brillo perdido y que tiene cierto paralelismo con la decadencia de esta calle que suele soportar uno de los precios de alquiler más caros de la Península, junto con la calle Gracia en Barcelona y Serrano en Madrid.
Con todo, hay excepciones y casos curiosos. Erviti se mudó hace seis meses a un espacioso local de la Avenida lejos de los “precios desorbitados” que suelen asociarse a la Avenida. Por su parte, ahí sigue un negocio en apariencia tan poco contemporáneo como una tienda de minerales donde por tener tienen hasta los esqueletos de un dinosaurio de juguete apto, dicen, para regalos de comunión.
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