(MERCEDES ZABALETA/EFE). «El prestigio queda, la fama es efímera», decía Cristóbal Balenciaga. Cincuenta años después de su muerte la figura del modisto español, auténtico «arquitecto de la moda» y escultor de volúmenes imposibles, permanece como «grande entre los grandes» de la moda mientras sus diseños siguen manteniendo un aire de atemporalidad y vanguardia.
El niño que había aprendido los detalles del oficio de su madre, Martina Eizaguirre, en su Getaria natal sufrió un infarto en el parador de Jávea y murió el 23 de marzo de 1972 en un hospital de Valencia a los 77 años, tras haber ejercido durante más de treinta años como rey indiscutible de la alta costura en París.
El Museo Balenciaga de Getaria recordará hoy al maestro de «forma discretísima», como le hubiera gustado, con una ofrenda en el panteón familiar en el que está enterrado y una misa –era un hombre muy religioso– en la Iglesia de San Salvador.
La «austeridad», la «disciplina», la «autoexigencia constante» y la dedicación fueron los ejes en la vida de un hombre que nació en el seno de una familia humilde, pero «supo aprovechar» la vivencia de haber trabajado con 16 años en una sastrería en San Sebastián, cuando esta ciudad era el destino del veraneo regio y de la aristocracia, señala a EFE el director de Colecciones del museo, Igor Uria.
«Balenciaga tuvo una visión muy moderna. Sus creaciones iban tres o cuatro colecciones por delante de lo que estaban haciendo los demás diseñadores y marcaba lo que era la moda«, afirma.
«La elegancia, la armonía en los movimientos, la comodidad que aportaban siluetas menos constreñidas y, sobre todo, el minimalismo» hacen que sus prendas no pierdan actualidad, detalla.
Un minimalismo «estético» pero también «conceptual», que consiguió a base de reducir al mínimo las costuras o a través del conocimiento de los materiales, un área al que aportó innovaciones como el gazar, un tejido que se podía esculpir debido al alto grado de torsión de sus hilos y que creó para él la firma suiza «Alexander».
«Con los tejidos nosotros hacemos lo que podemos. Balenciaga hace lo que quiere», reconoció Christian Dior.
Entregado al perfeccionismo del corte y los acabados, el «couturier» volcó en creaciones historicistas su admiración por el arte español, en especial Velázquez, Goya y Zurbarán, obras con las que había tenido su primer contacto en Vista Ona, la residencia de los marqueses de Casa Torres, para los que cosía su madre.
En la década de los cincuenta llegarían algunos de los hitos de su carrera como el «midi», un traje de chaqueta muy recto que se retiene en la cadera lo que suponía un cambio notable en un público acostumbrado a ceñir la cintura, y que en 1955 condujo a la túnica, una revolución para la época.
De estos años Igor Uria destaca el «vestido saco», realizado con una sola costura al frente y otra atrás además de unos «fruncidos mínimos pero inteligentes» que hacían que, una vez puesto en el cuerpo de la clienta, se convirtieran en una pieza «exquisita y elegante».
Junto a la faceta creativa, Balenciaga desarrolló una carrera empresarial de éxito que inició con 22 años con la apertura de su primera casa en 1917 en la calle Bergara de San Sebastián.
Tras un periodo en el que se asoció con Benita y Daniela Lizaso que aportaron capital, en 1924 fundó su propia marca en solitario bajo la denominación Cristóbal Balenciaga en la Avenida de la Libertad de la capital guipuzcoana. En ese momento empleaba ya a 72 personas, a las que se sumarán en 1927 las que integraron su nuevo taller de la calle Okendo bajo la etiqueta de Eisa, en homenaje al apellido de su madre Eizagirre.
Su actividad empresarial discurrió prácticamente en solitario hasta que se trasladó en 1937 a París donde fundó, con 42 años, su marca en el número 10 de la avenida George V.
A partir de esa fecha Balenciaga se mantuvo «en primera línea creativa hasta 1968» cuando cerró, primero el taller de París y después los de San Sebastián, Madrid y Barcelona, donde trabajaban en total más de mil personas.
«Las razones de su marcha fueron diversas. La edad, la salud, los tiempos que habían cambiado con un mayo del 68 en París que suponía un cambio brusco para una persona de 73 años», asegura Uria.
Estaba además la importancia que había adquirido el «pret-a-porter», en cuyos estándares «no quería participar».
Es difícil imaginar cómo encajaría los derroteros de la moda actual y las prendas «low cost» Balenciaga, que dedicó su vida a la belleza y a generar la «silueta ideal», reconoce el experto.
«Ahora generamos nosotros nuestro propio look, pero acudir a una casa Balenciaga suponía entrar en contacto con una vendedora experta que aconsejaba a la clienta qué es lo que le quedaba bien. Hasta el más mínimo detalle como medir la distancia entre el ala de un sombrero y el cuello para elegir con la pieza perfecta. Ahora vivimos la moda con otra libertad», concluye.
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