‘Josefina’, miradas que hablan

“No hables a menos que puedas mejorar el silencio”, decía el escritor Jorge Luis Borges (1899-1986), y parece que el director Javier Marco ha tomado al pie de la letra esta recomendación en ‘Josefina’, su brillante debut en el largometraje que pudo verse en la sección oficial a concurso de la pasada edición de Zinemaldia. Aunque, en realidad, los silencios realmente hablan en esta película tan delicada y sutil como, por momentos, surrealista. Hablan a través de las miradas que se dirigen los personajes protagonistas que interpretan (magistralmente) Emma Suárez (Berta) y Roberto Álamo (Juan).

‘Josefina’ es, en realidad, un contundente retrato de la soledad y de la necesidad de conectar de nuevo con la vida y las miradas vienen a decir todo lo que las palabras callan. Y lo hacen mientras el espectador recompone poco a poco una historia (lo que ocurrió en las vidas de Juan y Berta antes de ese encuentro fortuito en el autobús) que no se ve en pantalla, pero que es esencial para comprender a los personajes e ir avanzando en la trama. Es una de las cosas más hermosas que brinda ‘Josefina’, la posibilidad de que el espectador se sienta partícipe de la ‘construcción’ de la propia película, de adelantar acontecimientos como si la guionista del filme, Belén Sánchez-Arévalo, o el propio director fueran susurrando en su oído el significado de las pistas importantes que, velada y sutilmente, se insertan en la trama. Berta es la madre de un joven que cumple condena en la cárcel. Un día, por casualidad, se encuentra en el autobús con el Juan, presuntamente, el padre de una interna del módulo de mujeres. A partir de ahí nacerá entre ellos una conexión muy especial que irá creciendo poco a poco al tiempo que empiezan a ser conscientes de su soledad, de su tristeza, de su falta de ilusiones. Sin embargo, Juan no ha contado toda la verdad y esa mentira tendrá consecuencias a muchos niveles. Ésa es, a grandes rasgos, la sinopsis del filme, aunque, en ‘Josefina’ las elipsis y el desenlace abierto de las escenas son la norma.

No es una película para espectadores perezosos que no quieran esforzarse en ir más allá de lo que se muestra en pantalla. Para los que sí lo hagan habrá agradables sorpresas como esa escena de la tortilla que, a varios niveles narrativos, va ensamblándose plano a plano para acabar, a golpe del timbre del microondas, con una sonrisa en elespectador.

‘Josefina’ reporta 90 intensos minutos de metraje de un cine ya (por desgracia) nada habitual en las salas que une lo prosaico con lo poético; que combina la tristeza con atinados golpes de humor. Sí, porque ‘Josefina’ también deja grandes momentos cómicos gracias al siempre estupendo trabajo de Manolo Solo como el insufrible compañero de trabajo de Juan. Las frases de famosos que va ‘soltando’ a medida que va avanzando la trama tienen, además, una importancia vital en el argumento a la hora de avanzar qué va a suceder a continuación o de entender cómo se sienten los propios protagonistas. En este sentido, el guión hila muy fino y con sutileza.

Aunque puestos a elegir, es un abrazo el que se erige como la escena fundamental de la película. En unos tiempos en los que hemos aprendido a valorar lo que significa algo tan íntimo y profundo como un abrazo, esta escena condensa toda la pasión y esa luz que se acaba de encender en ambos. No se necesita más. Por eso, al ver la última escena del filme, tenemos la certeza de que ese abrazo nos ha dicho también muchas cosas del futuro de esos personajes tan distintos como cercanos. Recordando ese abrazo se tiene la esperanza, casi la certeza, de que ese vínculo que van tejiendo escena a escena está por encima va mucho más allá que una parada de autobús, que no va a desaparecer, porque el silencio habla.