Las casualidades no existen, al menos en Matemáticas, y mucho menos en ‘Jinetes de la justicia’, la nueva película del danés Anders Thomas Jensen. No es casual que la película comience aparentemente como una trama conspiranoica, se adentre después en el cine de venganza (todo un género del que actores como Liam Neeson han hecho todo un arte) para transformarse finalmente en una obra que, poco a poco, se convierte en un dickensiano ‘Cuento de Navidad’ en el que los fantasmas del pasado, del presente y del futuro son tres (rarísimos) científicos apasionados por los logaritmos y el cálculo de probabilidades que cargan sobre sus espaldas con un buen número de traumas y problemas psicológicos. En realidad, es el realizador el que nos hace transitar astuta y conscientemente y con suavidad entre géneros tan dispares con el objetivo de contar una historia mucho más profunda de lo que parece a simple vista.
Las casualidades no existen si se cuenta con un buen (e inteligente) guión en el que no hay espacio para la redundancia o lo superfluo y sí para el dibujo certero de los personajes escena a escena. De ahí que ‘En jinetes de la justicia’ nada chirríe, todas las tramas se inserten armoniosamente unas dentro de otras como matrioskas pequeñas en otras de mayor tamaño y que se asista encantado a ese recital interpretativo que ofrecen Mads Mikkelsen y compañía (todos actores habituales en los filmes de Anders Thomas Jensen) bajo el amargo y sorprendente hilo conductor de un humor negro (negrísimo) que deja momentos brillantes y memorables en el filme.
Quizá, casualmente, porque nada es lo que parece en ‘Jinetes de la justicia’ o porque hay mucho más de lo que se ve a simple vista, basta con rascar un poco esa superficie ‘disfrazada’ de sencillez para percatarse de que ni es sólo (que también) un thriller en el que se llega a la conclusión, gracias a la ciencia, de que una organización está detrás del accidente de tren que ha causado la muerte a la mujer de Markus, el soldado al que da vida Mads Mikkelsen (el singular Señor Scrooge de este particular relato navideño), ni es únicamente un filme de venganza. En verdad [atención, spoilers] es una película que habla sobre cómo superar el dolor por la pérdida de alguien querido y cómo buscamos sin éxito encontrar un sentido a lo que no lo tiene. Los personajes de ‘Jinetes de la justicia’ buscan desesperadamente hallar una respuesta lógica a lo que sucede (sí, un poquito de metafísica nórdica) y calmar el miedo a seguir viviendo.
La casualidad (porque, sí, existe) y el hackeo de archivos hará que ese grupo de científicos algo chiflados, llenos de manías y de traumas, encuentre a Markus y su hija Mathilde y cure sus heridas. Lo hermoso, sin embargo, será comprobar que, a pesar de todo el dolor, de todos los abusos sufridos, de las culpas que arrastran, de todos sus miedos, su soledad y aislamiento, de su etiqueta como ‘frikis’, esos raros ‘ases’ de ecuaciones y los programas informáticos son seres llenos de bondad incapaces de entender que una persona pueda tirar a la papelera un sándwich que cuesta más de 14 euros sin haberlo probado y, al mismo tiempo, ser los únicos que comprenden que la única forma de seguir adelante es aceptándose a sí mismos.
Precisamente por eso, no es casual que sean personajes, en realidad, con cualidades muy femeninas. Es hermoso ver cómo toda esa dulzura y comprensión van calando en Markus, magistralmente interpretado por Mads Mikkelsen.
Pero eso sí que no es casualidad… El actor danés ya nos tiene acostumbrados a auténticos festivales actorales, el último, en la maravillosa ‘Otra ronda’ de Thomas Vitenberg. En ‘Jinetes de la justicia’, en un papel aparentemente muy diferente a éste último, Mikkelsen ofrece momentos memorables en los primeros 15 minutos de metraje. El primero cuando vemos en su rostro que ha entendido que va a recibir una terrible noticia en plena misión en (¿Afganistán?). El segundo al contemplar el cadáver de su esposa que vemos reflejado en las emociones de su rostro. Pero hay otros muchos: la visita a casa del hermano del líder de la banda Jinetes de la justicia cuando se lo piensa y regresa (y la cámara con él) o el ataque de rabia y ansiedad que sufre en el baño…
Lo cierto es que todos los actores (Nikolaj Lie Kaas como Otto; Lars Brygmann como Lennart y Nicolas Bro como Emmenthaler) están increíbles pasando en pocos segundos de la comedia al intimismo del drama e infundiendo ternura y hondura a sus personajes.
Anders Thomas Jensen les deja hacer, consciente de que ellos son la auténtica película. Como en los cuentos infantiles, el director danés opta por la sencillez, por construir una historia sin artificios, por hacerse casi invisible incluso en esos planos generales de paisajes que recuerdan tanto a la mítica (y mística) ‘Ordet’ de su compatriota Carl Theodor Dreyer. La magia surge de repente cuando el espectador va descubriendo y abriendo las diferentes matrioskas que se ocultan en el filme. Pero eso, como sucede cuando oímos eso de “colorín colorado, este cuento se ha acabado”, sólo ocurre en el instante en el que se encienden las luces del cine y en nuestros ojos sigue presente el estridente destello multicolor de esos (horribles) jerséis de Navidad, mientras resuena en nuestra mente el popular villancico ‘El tamborilero’… Sólo cuando nos damos cuenta de que estamos sonriendo entendemos que, en este caso, no lo hacemos por casualidad.
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